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Selena se despertó cuando el sol que entraba por la ventana le calentó la cara. Por un momento, soñó que cuando abriera los ojos, tendría que cerrarlos para evitar ser cegada por la luz.
Nunca habría soñado que, algún día, echaría de menos la sensación de escozor que se siente cuando se mira al sol directamente.
Mientras se estiraba lánguidamente, se dio cuenta de que, a pesar de que la cama no le era familiar, había dormido muy bien. Ninguna pesadilla había turbado su sueño.
Suspirando, recordó la conversación que había tenido con Justin la noche anterior. Ella buscaba consuelo, buscaba la seguridad de que estaría a salvo en Mustang, pero él no había podido ofrecérsela.
Y se dio cuenta de que no solo quería que Justin le asegurase que no iba a pasarle nada en Mustang; había querido que le dijera que su ceguera desaparecería, que los asesinos acabarían entre rejas, que sería capaz de reconstruir su vida y que el dolor de perder a Alicia y John se haría más llevadero.
Había querido de él lo imposible.
Cuando abrió los ojos, se sintió decepcionada. Oscuridad. Siempre oscuridad. Lo que la asustaba era que, cada día que pasaba, le resultaba menos sorprendente.
Estaba empezando a aceptar su ceguera y eso la asustaba más que nada.
Irritada, se levantó de la cama, tomó el albornoz y se dirigió al cuarto de baño.
Acababa de poner la mano en el picaporte cuando la puerta se abrió de golpe y perdió el equilibrio.
—¡Eh! —exclamó Justin, sujetándola por los hombros.
Ella apoyó las manos sobre su torso.
Estaban tan cerca que Selena podía oler la colonia masculina. Al mismo tiempo, sus dedos notaban el calor de la piel de aquel hombre y los poderosos músculos de su torso.
Por un momento, deseó apoyar la cabeza sobre aquel torso, sentirlo bajo su mejilla, escuchar los latidos del corazón de Justin, mientras él la rodeaba con sus brazos.
Pero dio un paso atrás, apartando las manos, como si se quemara.
El seguía sujetándola por los hombros y ella podía sentir el calor de sus manos penetrando a través de la tela del albornoz.
—¿Estás bien? —preguntó Justin, con una voz más ronca de lo normal.
—Sí. Es que he perdido el equilibrio —murmuró ella, apretando el albornoz sobre su pecho—. Volveré a mi habitación y…
—Yo ya he terminado. ¿Qué te apetece desayunar?
—Solo café. No suelo comer por las mañanas.
—Tú te lo pierdes. Hago una tortilla estupenda.
—Bueno, una pequeña —sonrió ella—. Una mujer puede cambiar de opinión, ¿no?
El rio, un sonido ronco y cálido que parecía penetrar la piel de Selena.
—Por lo que yo sé de las mujeres, es algo que hacen muy a menudo. ¿Necesitas ayuda para llegar a la cocina?
Ella negó con la cabeza.
—Me las arreglaré.
Unos minutos después, bajo la ducha, Selena recordó sus propias palabras. «Me las arreglaré». Quizá era el momento de empezar a acostumbrarse a su ceguera y dejar de soñar con que desaparecería.
Podría aprender braille o comprar un ordenador con tarjeta de voz para escribir cartas. Había nuevas tecnologías para ayudar a las personas con problemas de visión.
Pero su mente rechazaba aquello. Pensaba que si aprendía a vivir como una persona ciega, sería ciega para siempre. No quería aprender, no quería acostumbrarse. Quería ver. Quería volver a su vida de siempre.
Selena intentó dejar de pensar en ello. Para apartar de su mente aquellos pensamientos, recordó el momento en el que sus manos habían tocado el torso de Justin.
Y se puso colorada.
Habría deseado tener una hora para explorar aquel torso; habría deseado tomarse su tiempo para imaginar lo que sus ojos no podían ver.
Poco después, cerró el grifo de la ducha y buscó con las manos la toalla, sin dejar de pensar en Justin. Después de secarse, fue a su habitación y se puso unos vaqueros y una camiseta.
Mientras se peinaba, reconocía que se sentía vulnerable junto a aquel hombre. Y sería muy fácil, en su situación, caer en una fantasía romántica. Él era su protector, su único contacto con el mundo. Mientras Keller había sido frío e impersonal, de Justin emanaba una calidez enormemente atrayente.
Pero no podía olvidar que, para él, ella solo era trabajo. Nada más. Además, pensó con un toque de amargura, ¿qué hombre querría cargar con una mujer ciega? Una mujer ciega a la que varios policías de Chicago querrían ver muerta.
Selena recordó las lecciones de su madre sobre independencia y seguridad en sí misma. Para ella, necesitar un hombre era una debilidad imperdonable. Siempre le había dicho que una mujer solo podía depender de sí misma y que depender de un hombre era ridículo.
Selena se pasó la mano por el pelo y, cuando estuvo satisfecha con su aspecto, salió del dormitorio. Pensaba demasiado, se dijo.
Cuando entró en la cocina, respiró el agradable aroma a café y los ingredientes de la tortilla.
—Algo huele muy bien —dijo mientras se sentaba en la silla en la que se había sentado la noche anterior.
—¿Café? —le llegó la voz de Justin a su derecha.
—Sí.
—¿Leche y azúcar?
—Solo un poco de azúcar —contestó. Un segundo después, Justin puso una taza frente a ella—. Gracias.
—Las tortillas estarán listas en dos minutos. ¿Has dormido bien?
—Como un lirón —contestó ella, tomando un sorbo de café—. ¿Y tú?
—Yo siempre duermo como un lirón.
—Hace una mañana preciosa, ¿verdad?
—Sí. ¿Cómo… cómo lo has sabido?
Selena sonrió al descubrir un matiz de sorpresa en la voz de Justin.
—Debe haber una ventana detrás de mí. Puedo sentir el sol en la espalda.
—Es una hermosa mañana, típica de Mustang —dijo Justin, poniendo un plato frente a ella.
—Una hermosa mañana típica de Mustang —repitió, divertida—. Haces que Mustang parezca Camelot.
—Es lo más parecido a Camelot que puedas imaginar —dijo él. En su voz había un tono cálido que lo hacía inmensamente atractivo—. Solo llueve por las noches y en verano no hace demasiado calor.
Selena rio, divertida.
—Eso parece una canción.
—Lo es. Es una canción de Camelot, el musical. La aprendí en el instituto cuando hice mi debut como actor.
—¿De verdad? ¿Qué papel hacías?, ¿el rey Arturo, Lancelot?
—Nada tan ilustre —rio él—. Era uno de los reyes de la tabla redonda, y no tenía ni una sola frase. Solo llevaba una armadura y tenía un aspecto serio y caballeresco.
—Debió de ser divertido —comentó, lamentando las experiencias que ella se había perdido en el instituto—. En mi colegio también se hacían obras, pero yo nunca participé en ninguna.
—¿Por qué?
Selena tomó un bocado de su tortilla, recordando sus años de adolescente.
—A mi hermana y a mí nos criaron con la idea de que todo lo que no fuera estudiar y estudiar era una pérdida de tiempo. El colegio era para conseguir una educación y elegir después una carrera que nos permitiera ganarnos la vida.
En nuestro tiempo libre trabajábamos y ahorrábamos dinero para la universidad. No había tiempo para jugar, ni para hacer deporte, ni para obras de teatro.
—Suena un poco triste —murmuró él.
—Lo era. Aunque ahora entiendo los motivos de mi madre. Ella tenía veinte años cuando mi padre la abandonó con dos hijas pequeñas, sin trabajo y sin formación académica.
—¿Has vuelto a saber algo de él?
—No. Ni siquiera lo recuerdo. Tan solo tenía un año cuando se marchó —contestó ella, tomando un sorbo de café—. Mi madre trabajó muy duro para sacarnos adelante. Al mismo tiempo, estudiaba contabilidad y, cuando Alicia y yo estábamos en el instituto, ya tenía un despacho con cuatro empleados. Pero nunca olvidó los años de lucha. Estaba decidida a que nosotras no tuviéramos que pasar por lo mismo y a que aprendiéramos a sobrevivir sin un hombre —añadió. Después, rio no sin cierta amargura—. Afortunadamente, mi madre no está viva para verme ahora. No estoy en mi mejor momento.
—No seas dura contigo misma —dijo Justin en tono cálido.
—No querrás mandarme a mi habitación otra vez, ¿verdad?
La mano de Justin se posó sobre la de ella. Fue un roce ligero, pero lleno de calor. Había habido poca alegría en la vida de Selena durante los últimos meses. Las enfermeras del hospital se limitaban a cumplir con sus tareas y los policías que la custodiaban la trataban de forma impersonal.
El consuelo de aquel contacto rompió el auto control que Selena había intentado mantener a toda costa.
—La mataron —susurró, con voz llena de emoción—. Mataron a mi hermana y a su marido. Les dispararon mientras yo estaba escondida en el armario —siguió diciendo. Las lágrimas la ahogaban y tuvo que tragárselas, mientras el horror y el trauma de aquella noche se repetía en su mente—. Yo no hice nada para ayudarlos. Me quedé inmóvil en el armario mientras los veía morir.
Justin le apretó la mano con fuerza y aquel gesto desencadenó un tornado de emociones que Selena no podía seguir conteniendo.


Holis, como estan estoy feliz que le haya gustado mucho la nove por eso les traigo una maraton. \m/

Gracias por leer y sus votos.

~Axl victoria

El Árbol De Los BesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora