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Justin estaba montando la tienda, preguntándose si aquello habría sido un error. Había sugerido la excursión para romper la monotonía de Cecilia, pero también había esperado que alejarse de la casa rompiera la tensión que existía entre ellos desde que se habían besado.

Cecilia estaba sentada sobre un tronco, con la cara levantada hacia el sol. Como si hubiera sentido que la miraba, se volvió y le ofreció una sonrisa.

—¿Seguro que no puedo ayudarte?

—No, gracias. La tendré montada en cinco minutos.

El sol le iluminaba el pelo y le daba un color sano a sus mejillas. Con la cara levantada, Justin encontraba su cuello muy invitador; la curva de sus pechos bajo la camiseta, encantadora; y sus piernas embutidas en los vaqueros, fascinantes.

Pero si seguía así, la tensión que había entre ellos no iba a desaparecer. ¿En qué demonios estaba pensando? Llevarla a una tienda de campaña… Qué listo. Justin clavó un palo de sujeción con más fuerza de la necesaria.

Desde la noche del maldito beso, solo tenía dos cosas en la cabeza, dos pensamientos que empezaban a ser obsesivos.

El primero era atrapar a Casanova. El segundo, hacer el amor con Cecilia.

El primero era esencial; el segundo, superfluo. Atrapar a Casanova era necesario para las mujeres de Mustang. Hacer el amor con Cecilia era una locura.

—¿Qué haces cuando vas de acampada? Además de dormir en la tienda, claro.

—Hay un riachuelo por aquí y a veces voy de pesca, pero no he traído el equipo.

—No cazas, ¿verdad?

—No —sonrió porque había notado el tono de desaprobación—. Y solo pesco lo que me voy a comer. Pero normalmente lo que hago es disfrutar de la tranquilidad. Doy paseos, admiro el atardecer y escucho la Naturaleza que me rodea.

Cecilia sonrió.

—Después de pasar los cinco últimos días con Shelly, escuchar la Naturaleza va a ser un cambio.

Justin rio.

—Shelly habla mucho, ¿verdad?

—Sí, pero es muy agradable. ¿Sabías que está enamorada de Sam Black?

—Lo dirás de broma. La pobre chica va a terminar con el corazón roto. Sam no es precisamente de los que se casan.

—Te sorprendería saber lo que el amor y una mujer decidida pueden conseguir. Al menos, eso es lo que he oído.

—¿Tienes… alguien especial en Chicago? —preguntó Justin, cuando terminó de montar la tienda.

Todo sería mucho más fácil para él si Cecilia tuviera novio y el beso que habían compartido solo hubiera sido un momento de debilidad en una situación traumática.

—No tengo a nadie especial —contestó ella. Justin escuchó una especie de anhelo en su voz que le resultó muy atractivo—. Nunca he tenido mucho tiempo para las relaciones personales.

—Eso es algo que puedes cambiar cuando vuelvas a casa —dijo Justin—. Voy a sacar las cosas del coche —añadió, con voz más ronca de lo normal.

Actividad física era lo que necesitaba. Por alguna razón, Cecilia se estaba metiendo en su piel y eso le resultaba incómodo.

—¿Quieres que te ayude?

—No, gracias —contestó él. Tuvo que hacer tres viajes para vaciar el coche y disponerlo todo como le gustaba. Cuando terminó, el sol estaba alto sobre sus cabezas y el estómago les decía que era la hora de comer—. ¿Por qué no
comemos un bocadillo y después damos un paseo?

El Árbol De Los BesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora