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El beso la tomó por sorpresa, pero, al sentir los labios de Justin sobre los suyos, Selena se dio cuenta de cómo había deseado aquello.
Enredándole los brazos alrededor del cuello, abrió los labios para tocar la lengua de Justin con la punta de la suya.
Él lanzó un gemido ronco, apretándola con fuerza entre sus brazos. Aquel gesto despertó una llamarada de deseo en Selena.
Durante el último mes, se había sentido pérdida en la oscuridad, pero el beso de Justin, el calor de sus brazos, la fuerza de su cuerpo pegado al de ella, eran como una luz en la oscuridad.
De repente, Justin dio un paso atrás.
-Lo siento. Ha sido una estupidez. Normalmente, no suelo mezclar el trabajo con el placer -dijo con brusquedad.
-No te preocupes -replicó ella, preguntándose cómo la oscuridad podía hacerse aún más profunda, más devastadora
-. Digamos que la falta de sueño y las circunstancias han tenido la culpa.
-Me alegro de que lo entiendas. Buenas noches.
Selena se dio cuenta de que él había desaparecido de la habitación porque no sentía su presencia.
Por un momento, se quedó parada, sintiendo en la boca el calor de los labios de Justin. El beso le había robado el aliento. Incluso en aquel momento, le costaba respirar.
Por fin, se quitó el albornoz y se metió en la cama.
No entendía por qué la había besado, pero, sobre todo, no entendía por qué el beso la había dejado tan perturbada. No era la primera vez que un hombre la besaba.
Había tenido una relación larga varios años antes. Se llamaba Roger y fue su primer cliente.
Selena había decorado su apartamento y empezaron a salir. Unos meses después, Roger le había dicho que la amaba y después había intentado cambiarla de arriba abajo. Su relación había durado ocho meses. Selena se había dado cuenta de que lo que Roger deseaba era controlarla.
Pero ninguno de los besos de Roger la habían conmovido tanto como el beso de Justin. Podría haberla llevado a la cama y haberle hecho el amor y ella no habría protestado. De hecho, lo habría animado a que la tocara, a que se fundiera con ella.
¿Y después qué? Selena miró el techo sin verlo. Él era un solterón empedernido y ella, una mujer en crisis, esperando poder volver a hacer su vida normal. Aquel tiempo en Mustang, aquel tiempo con Justin era solo un interludio, un intermedio forzado. Y cuando el intermedio terminase y la película empezara de nuevo, estaría otra vez en Chicago, de vuelta en Camelot.
Selena maldijo sus ojos ciegos. ¿Cuándo desaparecería la oscuridad? El médico le había dicho que, si recuperaba la vista, lo haría solo cuando se sintiera segura. ¿Y si nunca detenían a los asesinos de su familia? ¿Nunca recuperaría la vista?
intentó contener la sensación de pánico. Se sentía segura con Justin y en cualquier momento podría abrir los ojos y descubrir que volvía a ver.
Lo que no podía era permitirse hacer algo estúpido con Justin. No quería recuperar la vista y tener el corazón roto.
Apartando de su mente los pensamientos sobre Justin, su ceguera y sus circunstancias, Selena se quedó por fin dormida.
Cuando se despertó, se dio cuenta de que debía de ser tarde, porque el sol que entraba por la ventana era el sol cálido de media mañana. Se vistió rápidamente y corrió al cuarto de baño para peinarse y lavarse los dientes.
-¿Justin? -lo llamó cuando entraba en la cocina.
-No está aquí -le contestó una voz femenina-. Se ha ido a trabajar.
-Tú debes de ser Shelly.
-Sí. Alguacil Shelly Wattsman. Y tú eres Cecilia, la afortunada que le ha robado el corazón a nuestro comisario.
¿Quieres un café?
-Sí, gracias -sonrió Selena-. Siento que tengas que hacer de niñera conmigo -se disculpó cuando la mujer puso una taza frente a ella.
-No te preocupes. ¿Quieres que te diga qué aspecto tengo?
-Vale.
-Soy rubia y tengo los ojos azules. Mido un metro ochenta, peso cincuenta y tres kilos y tengo unos pechos perfectos -dijo la mujer. Un segundo después, se echó a reír-. Es todo mentira.
Selenea rio también.
-Ya me lo imaginaba.
-La verdad es que soy morena, tengo el pelo rizado y los ojos castaños. Mido un metro sesenta, peso sesenta kilos y... la mayoría de esos kilos están en mi trasero.
-Encantada de conocerte -Selena sonrió.
-Lo mismo digo. ¿Qué te parece nuestro pueblo?
Selena tomó un sorbo de café.
-No puedo decirte nada sobre Mustang, pero Justin me ha asegurado que es un sitio muy pintoresco. Lo que puedo decirte es que la gente que he conocido es muy simpática.
-Yo nací aquí y nunca se me ha ocurrido vivir en otra parte. Pero supongo que tú nunca has vivido en un sitio en el que todo el mundo lo sabe todo sobre ti.
Selena sonrió de nuevo. Le gustaba el sentido del humor de aquella chica.
-Justin me ha dicho que lo ayudaste mucho ayer con Maggie.
Selena se encogió de hombros.
-Hice lo que pude.
-Pobre Maggie.
-¿Tú qué crees? ¿Casanova es un solo hombre o dos hombres diferentes?
-¿Quién sabe? Lo triste es pensar que ese violador es alguien que conocemos. Pero lo detendremos, estoy segura.
-Háblame de los alguaciles -dijo Selena.
-Pues... el mayor es Burt Ramsey. Tiene cuarenta y cinco años. Está casado y tiene dos niños. Después está Vic Taylor. Vic es como un oso de peluche. Siempre está a dieta, aunque nunca la cumple, y siempre anda buscando una chica que lo aguante. Y luego está Sam Black -Shelly hizo una pausa y Selena notó que estaba tomando un sorbo de café-. Sam es guapísimo, pero es tan fatuo que me enferma.
Selena notó algo raro en su tono de voz.
-Te gusta -aventuró.
Shelly suspiró.
-Estoy loca por él, pero no pienso darle la satisfacción de decírselo.
-¿Y Justin? ¿Desde cuándo lo conoces? -preguntó Selena. Sabía que era una tontería preguntar por alguien a quien pronto dejaría de ver, pero sentía curiosidad. Deseaba saber algo más sobre aquel hombre desde la perspectiva de otra persona.
-Justin y yo fuimos juntos al instituto.
-¿Es guapo? -preguntó Selena, poniéndose colorada.
Shelly soltó una carcajada.
-Justin es muy guapo, aunque a mí me gustan los rubios. En el instituto era un conquistador, pero eso fue antes del accidente. Cambió por completo desde entonces.
-¿El accidente?
-El accidente de coche. ¿No te lo ha contado?
-Quizá... no lo recuerdo -mintió Selena.
-Si te lo hubiera contado, lo recordarías. Fue algo muy traumático.
-Cuéntamelo tú. Ya sabes lo reticentes que son los hombres cuando se trata de compartir sus problemas.
-Susan Maxwell dio una fiesta. Justin y Ryan fueron juntos y, cuando volvían a casa, empezó a nevar.
-¿Ryan? -repitió Demi.
-Ryan Miller. Justin y él eran muy amigos. Ryan era el chico de oro del instituto. Era muy guapo, jugaba al fútbol y estaba a punto de conseguir una beca para la universidad.
-Y tuvieron un accidente cuando volvían de la fiesta.
-Sí. Chocaron contra un árbol. A Justin no le pasó nada, pero Ryan salió despedido por el parabrisas y se quedó ciego.
Ciego. De repente, Selena se dio cuenta de qué era lo que había despertado la curiosidad de Justin sobre la ceguera. Había creído que él quería saber cómo era su mundo, pero estaba equivocada.
-¿Qué pasó después?
-Ryan estuvo bastante tiempo en el hospital y después su familia se fue a vivir a Grange City, a unos setenta kilómetros de aquí.
-¿Y Justin?
-Justin cambió por completo. Siguió siendo simpático y agradable, pero en él había una cierta distancia, una especie de frialdad, como si no quisiera acercarse demasiado a nadie.
-¿Y qué pasó con Ryan?
-Justin no volvió a hablar de él y, según todo el mundo, no volvieron a verse. Yo creo que Justin no podía soportar que su amigo se hubiera quedado ciego -dijo Shelly-. Pero parece que ese miedo se le ha pasado al conocerte.
Quizá, pensó Selena. Pero era más fácil creer que la amabilidad de Justin con ella era debida al trauma con el que no había sabido lidiar en el pasado.
Si pudiera ver, si estuviera segura de poder sobrevivir sin ayuda, saldría corriendo. Saldría huyendo de aquel beso que había despertado tantas emociones dentro de ella.
Saldría corriendo del hombre que, en el espacio de dos días, había hecho que se diera cuenta de lo solitaria que era su vida.
Y era imposible adivinar qué la esperaba en el futuro.
Solo sabía una cosa. No volvería a ser la misma después de haber conocido al comisario Justin Bieber, de Mustang, Montana.
Aquel maldito beso. Justin estaba sentado frente a su escritorio, tomando café, pero saboreando la boca de Cecilia. No debería haberla besado. Y no estaba seguro de cómo había ocurrido.
No sabía si estaba irritado consigo mismo o con Cecilia y decidió concentrar su atención en los informes que tenía frente a él.
Tres mujeres... En principio, todas parecían víctimas del mismo asaltante. Justin había ido al instituto con las tres, las consideraba sus amigas y no tenía ni idea de cómo atrapar al hombre que les había hecho daño.
No había sido capaz de mantenerlas a salvo y, sin embargo, el destino le encargaba cuidar de una mujer ciega con un grupo de policías sucios pisándole los talones. ¿Podía la vida ser más irónica?
Justin levantó la cabeza cuando Vic entró en la comisaría con su almuerzo. Le había encargado una hamburguesa y patatas fritas y vio que el alguacil se había comprado para él un filete enorme con puré de patatas.
-Ya veo que sigues a dieta -bromeó.
Vic se puso colorado.
-Vale, ríete de mí. Admito que no tengo fuerza de voluntad, ¿de acuerdo?
Su tono de voz lo sorprendió. Vic siempre estaba de buen humor y nunca contestaba mal a nadie.
-Solo era una broma. ¿Qué te pasa, Vic?
-Lo siento -murmuró su ayudante-. Es que me pone enfermo lo que le ha pasado a Maggie.
-Nos pone enfermos a todos, Vic.
-Ya sabes que yo salía con ella en el instituto.
-Sí, es verdad. Salisteis durante algunos meses, ¿no?
El alguacil asintió.
-Siempre ha sido muy amable conmigo y me duele pensar que alguien le ha hecho daño de ese modo.
-También saliste con Kathy -murmuró Justin, tomando el informe de la primera víctima.
-Solo salimos un par de veces. Y también salí con Krista -sonrió Vic como un adolescente-. Me parece que salí con
todas las chicas del instituto -añadió, con cierta pena-. Pero tú ya no tienes que preocuparte por buscar novia porque tienes a Cecilia. Es muy guapa y parece muy simpática. Lo que no entiendo es que no me lo hubieras contado antes.
Justin frunció el ceño, pensativo. Sabía que sería una locura sin confiar en alguien, pero tenía tantos problemas que necesitaba ayuda. Y si no podía confiar en Vic, su amigo de la infancia y su alguacil, ¿en quién podía hacerlo?
-Probablemente no debería contarte esto, pero quizá la semana que viene tenga que pedirte que hagas horas extra para asegurarme de que tanto el caso de Cecilia como el de Casanova estén cubiertos.
Justin le contó a Vic las circunstancias que habían llevado a Cecilia Webster a Mustang, Montana, y, al hacerlo, sintió que se quitaba un peso de encima.
-Entonces... ¿no vais a casaros?
Justin negó con la cabeza.
-Apenas nos conocemos.
-Pobrecita -murmuró el alguacil.
-Sí, lo ha pasado muy mal. Lo que acabo de contarte es confidencial, Vic.
-Lo sé. Y no te preocupes, a mí no me gustan los chismorreos.
-Por eso eres mi hombre de confianza -dijo Justin.
Vic asintió, contento con el cumplido. Mientras comía, Justin seguía dándole vueltas al asunto de Casanova.
Normalmente, en un caso como aquel, era importante buscar la relación entre las víctimas, comprobar qué tenían en común para encontrar al hombre que pudiera conocerlas a las tres.
Pero en un pueblo del tamaño de Mustang, las tres víctimas podían acudir a la misma peluquería, comprar la comida en la misma tienda, tomar copas en el mismo bar... Y, seguramente, en algún momento habrían salido con el mismo hombre.
-¿No estaba saliendo Maggie con un chico antes del asalto? -preguntó Justin entonces.
Vic asintió, con la boca llena.
-Estaba saliendo con Burt Landry, un vaquero que trabaja en el rancho de Cameron Gallagher, pero me han dicho que dejaron de verse hace un par de semanas.
-Quizá debería acercarme al rancho para charlar con ese Landry. Veremos si tiene una coartada para la noche en cuestión.
Los ojos de Vic se iluminaron.
-¿Crees que puede tener algo que ver en este asunto?
Justin se encogió de hombros.
-No lo sé. Ahora mismo, no podemos estar seguros de nada -contestó, mirando el reloj-. Volveré en un par de horas. Llama a Sam y dile que quiero verlo aquí a las cuatro.
Unos minutos después, Justin estaba en el coche patrulla. A las afueras del pueblo, el aire olía a flores y pastos y, de alguna forma, el olor le recordaba a Cecilia. Ella siempre olía a flores.
Maldito beso, pensó. La maldecía por apretarse de aquella forma contra su cuerpo. La maldecía por ser tan deseable cuando los dos sabían que nunca podría haber nada entre ellos.
Lo último que necesitaba era una relación con una mujer ciega que, algún día, recuperaría la vista y volvería a su interesante vida en la gran ciudad.
Justin no mantenía relaciones con las chicas de Mustang, aunque había tenido alguna aventura con chicas de otros pueblos. Nada serio. El no quería relaciones serias con nadie. Y tampoco quería convertirse en el objeto de los chismorreos del pueblo.
Sin embargo, acababan de publicar en el periódico que iba a casarse con Cecilia Webster.
Aquella Millicent Creighton... Hablar con ella era como intentar parar un tren en marcha. Había conseguido que le diera una fecha para la boda cuando no habría boda alguna.
Justin suspiró mientras aparcaba el coche frente al rancho de Gallagher. Se enfrentaría con aquello cuando llegara el momento, se decía. Y haría el papel de novio abandonado cuando Cecilia volviera a Chicago.
Pero debía dejar de pensar en Cecilia. Tenía cosas más importantes en la cabeza que el deseo por una mujer que pronto solo sería un recuerdo lejano.
Eran más de las siete cuando Justin subía, agotado, los escalones del porche. Cuando entró en casa, lo sorprendió un delicioso olor a asado.
Shelly había hecho la cena, pensó. Tendría que decirle que eso no estaba en su lista de obligaciones.
Justin entró en la cocina y se sorprendió al ver a Shelly sentada mientras Cecilia colocaba una cacerola en el fuego.
-¿Justin? -lo llamó ella. En su rostro había una sonrisa que la iluminaba desde dentro, alejando las sombras de sus ojos-. He hecho la cena -dijo, orgullosa-. Shelly no me ha ayudado en absoluto.
Justin miró a Shelly, que asintió con la cabeza.
-Lo ha hecho todo ella y yo me marcho. ¿A la misma hora mañana, Justin?
El comisario asintió, ausente, y la alguacil se despidió con la mano.
-Lo he hecho todo yo sola -repitió Cecilia, encantada. Por un momento, Justin no dijo nada. No podía. Una emoción inesperada le impedía hablar-. ¿Justin? ¿Pasa algo?
Justin se aclaró la garganta.
-¿Qué podría pasar? La cena huele de maravilla.
-He hecho asado de ternera y una ensalada de maíz. Pero no he podido pelar patatas, espero que no te importe.
-¿Quién necesita patatas? Ni siquiera me gustan -mintió Justin.
Una sonrisa maravillosa volvió a iluminar las facciones de Cecilia.
-Me alegro.
-¿Quieres que te ayude?
-No. Quiero hacerlo sola.
-De acuerdo -asintió él sentándose.
Ella parecía muy concentrada mientras sacaba el asado del horno. Con cuidado, colocó la bandeja sobre la mesa y después volvió por la ensalada.
Unos minutos después, lo tenía todo colocado y se sentó frente a Justin, con una sonrisa en los labios.
-¿Está todo bien?
-Estupendo -contestó él.
Era la verdad, pero Justin tenía dificultad para concentrarse en la comida.
Desde que Cecilia había llegado a Mustang, la había visto beligerante, asustada, angustiada y furiosa. Pero hasta aquel momento nunca la había visto con aquel brillo de felicidad en los ojos.
Era preciosa y los labios de Justin volvieron a recordar el beso que habían compartido.
Pensó que debía controlar sus emociones. Si no se mantenía física y emocionalmente apartado de ella, no iba a tener que fingir que tenía el corazón roto cuando ella se fuera de su casa, de su vida.




:-) gracias por leer!!

El Árbol De Los BesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora