18

169 17 0
                                    

A Justin no le gustó Burt Landry la primera vez que habló con él y aquella charla mientras tomaban una cerveza no estaba mejorando la impresión que tenía de él.

—Así que le digo: «mira, preciosa, si quieres montar un semental, ven conmigo a casa esta noche» —estaba diciendo Landry en ese momento—. ¿Seguro que no quiere otra cerveza, comisario?

—No, gracias. Estoy de servicio.

—Veo que lo de ese Casanova lo tiene preocupado —murmuró Burt, sacudiendo la cabeza—. Es una cosa rara, ¿verdad? ¿Qué clase de pervertido se lleva una chica por la noche y la besa debajo de un árbol? Qué estupidez. Pero seguro que alguien se lleva la recompensa dentro de nada.

—¿Qué recompensa? —preguntó Justin, sorprendido.

—Ha salido en el periódico esta mañana. Millicent Creighton y un grupo de mujeres han establecido una recompensa de mil dólares para quien tenga información sobre ese Casanova.

Justin ahogó una maldición. Estupendo. Aquello era justo lo que le faltaba.

—Será mejor que vuelva a la comisaría —dijo, despidiéndose de Landry y volviendo a entrar en la casa—. Ahora empezaremos a recibir llamadas acusando a vecinos raros y ex maridos —le estaba diciendo a Selena en el coche—. Maldita Millicent y sus tonterías. Estaremos perdiendo el tiempo durante un mes comprobando pistas falsas.

—Seguro que ha pensado que podría ayudar —dijo Selena.

—Lo sé, Selena. Pero esto de la recompensa solo complica la investigación —suspiró Justin. Entonces se dio cuenta de que acababa de cometer un error llamándola por su verdadero nombre. Tenía que dejar de pensar en Cecilia Webster como Selena porque podría decirlo delante de alguien—. ¿Qué tal Maggie? —preguntó cuando aparcaba frente a la casa. Pero ella parecía como ausente—. ¿Cecilia?

—¿Qué? Ah, bien. O tan bien como podía esperarse. Esto de Burt, bueno, ella sabe dónde se mete, pero en este momento lo necesita —contestó Selena, abriendo la puerta.

Una vez dentro de la casa, desapareció en el cuarto de baño para darse una ducha mientras Justin llamaba a Shelly para que fuera a cuidar de ella.

Mientras sacaba las cosas del coche, él no dejaba de pensar en lo que había ocurrido la noche anterior.

Hacer el amor había sido un error. Pero ella estaba equivocada. Había sido mucho más que algo físico. Hacer el amor con Selena había despertado algo en su alma… una necesidad que no creía tener, sueños que no había creído desear.

—Es una locura —murmuró, preguntándose si el sexo hacía que todos los hombres se volvieran locos.

Cuando terminó de sacar las cosas del coche y entró en la casa, se llevó una sorpresa al ver que Selena había preparado unos bocadillos.

—He pensado que deberías comer algo antes de ir a la comisaría. No es nada. Solo mortadela y queso con mostaza.

—Gracias —dijo él, sentándose frente a la mesa de la cocina—. Me encantan los bocadillos de mortadela y queso.

Selena olía a champú. Tenía el pelo húmedo de la ducha y, como siempre, llevaba vaqueros y una camiseta azul.

—¿Por qué siempre vas vestida de azul?

—Cuando salí del hospital, una mujer policía fue de compras por mí y lo compró todo en diferentes tonos de azul para que siempre fuera conjuntada —sonrió ella—. Así no corro el peligro de parecer tu salón.

—¿Mi salón?

—Sí, ya sabes, sofá naranja, sillón amarillo o… No me acuerdo cómo lo describiste.

Justin soltó una carcajada.

—Si crees que el salón es horrible, deberías ver mi dormitorio.

—No me lo digas —se rio—. Bueno, vale, descríbelo.

—El papel tiene rombos de colores y se está cayendo a trozos.

—¿No te da vergüenza? ¿Por qué no lo cambias?

—No lo sé. Es horrible, pero no he tenido tiempo. La verdad es que paso muy poco tiempo en casa.

—Pero es tu hogar, deberías decorarlo con telas y muebles que te resultaran agradables.

—Estás hablando como una decoradora.

—Soy una decoradora.

Con aquellas simples palabras, le recordaba que, fuera lo que fuera lo que habían sentido estando juntos la noche anterior, él y Mustang eran solo algo temporal para ella.

Y, en ese instante, Justin supo lo que quería. Antes de que Selena se fuera de Mustang, antes de que se fuera de su vida para siempre, quería verla llevando algo verde, algo de seda, del mismo tono que sus ojos.

En ese momento llegó Shelly y Justin se marchó, agradeciendo poder hacerlo.

Mientras se dirigía a la comisaría, pensó en lo que Selema había dicho sobre llenar su hogar de cosas que fueran agradables.

Él nunca había pensado en su casa como un hogar. Un hogar implicaba calor y compañía. Un hogar debía consistir en un marido y una mujer, dos personas comprometidas para construir una vida juntos, para afrontar el futuro de la mano.

Nunca había querido tener un hogar. Su casa había sido suficiente para él: un sitio para dormir, para darse una ducha… Pero la presencia de Selena lo había transformado todo.

Le gustaba saber que cuando paraba el coche frente a la casa, ella estaría allí.

Le gustaba saber que la luz del porche estaba encendida para él.

Justin apretó el volante con fuerza. Podía seguir sintiendo la dulzura de los labios de Selena. Seguía sintiendo el roce de las manos de Selena sobre su piel. Había sido mucho más apasionada, más generosa de lo que había imaginado.

Y lo que más lo irritaba era que, aunque sabía que no debía hacerlo, recordar los momentos de intimidad desataba un abrumador deseo de repetir la experiencia.


4/5

\(*-*)/

El Árbol De Los BesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora