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Empezó a sollozar mientras su corazón se encogía con un dolor tan grande que pensaba que iba a morir.
Era el dolor por la pérdida de su hermana y... el sentimiento de culpa por haber sobrevivido.
Llevaba semanas intentando alejar de ella aquellas emociones, concentrándose en su repentina ceguera en lugar de recordar la trágica pérdida de su familia. Pero, en aquel momento, el dolor era como un hierro candente en su corazón.
Casi no se dio cuenta de que Justin apartaba la mano. Selena sabía que estaba haciendo el ridículo, pero no podía dejar de sollozar, como no había podido detener las balas que habían matado a su familia.
En todos sus años como comisario, Justin se había enfrentado con muchas cosas, incluyendo borrachos armados, un asaltante de bancos menor de edad y un perro rabioso, pero nada en su experiencia lo había preparado para las lágrimas de aquella mujer.
La observaba derrumbarse sabiendo que nada de lo que dijera o hiciera podría apagar la angustia que le destrozaba el corazón.
Cuando los sollozos de Cecilia se hicieron más angustiosos, fue hacia ella y, sin saber si estaba bien o mal, la levantó de la silla y la abrazó.
Ella le pasó los brazos alrededor del cuello y escondió la cara en el pecho de Justin, llorando desconsoladamente.
Él le pasaba la mano por la espalda intentando no prestar atención a su aroma y la intimidad de aquel cuerpo femenino apretado contra el suyo.
-No pasa nada. Ahora estás a salvo -murmuró.
Bajo los senos de Selena, apretados contra su torso, podía sentir los latidos del corazón de ella. Justin siguió consolándola con tiernas palabras, acariciándole la espalda como si fuera una niña.
Por fin, los sollozos empezaron a hacerse más débiles, pero seguía aferrándose a él como si fuera un salvavidas en un mar de lágrimas. Justin sintió que los latidos del corazón de Selena empezaban a volver a la normalidad, pero, a pesar de haber dejado de llorar, Cecilia seguía entre sus brazos.
Ella levantó la cabeza, como para mirarlo. Tenía las pestañas húmedas, largas picas oscuras que enmarcaban la belleza de sus ojos.
-Gracias -susurró con una sonrisa trémula-. Me hacía mucha falta.
-Se supone que las lágrimas son catárticas. ¿Quieres contármelo?
Justin habría deseado que ella se apartara, porque su respuesta ante el roce de aquel hermoso cuerpo empezaba a ser menos que adecuada. Pero ella seguía sin moverse.
-Lo que me gustaría ahora... me gustaría saber cómo es tu cara. Solo puedo verte con los dedos. ¿Te importa? -preguntó Cecilia entonces, tomando la cara de Justin entre las manos. Antes de que este pudiera contestar, empezó a mover los dedos sobre la frente, el puente de su nariz y los ojos. Lenta, deliberadamente, sus dedos exploraban los contornos de su cara, haciéndole sentir un extraño calor con cada roce-. ¿De qué color tienes los ojos? -preguntó, muy cerca de su boca. Justin se dio cuenta de que el corazón estaba latiéndole más deprisa de lo que era habitual.
-Castaños claros.
Ella continuó su exploración.
Cuando sus dedos rozaron los labios de Justin, este tuvo que hacer un esfuerzo para no besarlos. Y respiró, aliviado, cuando ella empezó a tocarle el pelo.
-Negro -dijo él, contestando a la pregunta antes de que fuera formulada.
-Gracias -murmuró Cecilia, dando un paso atrás-. Lamento haberte estropeado el desayuno.
-No has estropeado nada. Había terminado la tortilla cuando empezaste a llorar -intentó sonreír él-. ¿Quieres hablar de ello? No tienes que hacerlo si no quieres; comprendo que no confíes en mí.
-Si no puedo confiar en ti, estoy perdida. Me gustaría que supieses lo que pasó. Y la verdad es que necesito hablar de ello.
-¿Por qué no vamos al salón? -sugirió él.
Allí podría colocarse a suficiente distancia como para no oler su perfume. La distancia física le daría distancia emocional y, en aquel momento, era justo lo que necesitaba.
Cecilia se sentó en el sofá y Justin se dejó caer en el sillón, observando las emociones que recorrían el rostro femenino mientras se preparaba para compartir con él los sucesos que habían destrozado su vida.
-Yo solía cenar muchas veces con Alicia y su marido, John -empezó a decir ella, con las manos en el regazo-. Aquella noche era como cualquier otra, solo que, en lugar de ir en mi coche, fui en taxi.
-¿Por qué? -preguntó él, con típica curiosidad policial.
-Alicia me había dicho que había comprado todo lo necesario para hacer daiquiris y no quería tener que preocuparme por conducir después de tomar un par de copas -explicó ella-. Si hubiera llevado mi coche, si hubiera estado aparcado frente a la casa...
-Tú no tienes la culpa de nada -la interrumpió Justin.
Él sabía bien que el sentimiento de culpa podía destruir a una persona.
Cecilia asintió.
-Llevaba cinco minutos en la casa cuando oímos un coche. John miró por la ventana y me dijo que me metiera en el armario -siguió diciendo, concentrada en sus recuerdos-. En cualquier otro momento me habría reído, pero había algo en su tono de voz que me hizo obedecer sin preguntar. John y Alicia eran oficiales de policía y John solía trabajar de secreta, así que pensé que estaba trabajando en alguno de sus casos y no quería que me vieran -Selena se levantó, incapaz de permanecer quieta, y Justin apartó la mesa de café para que pudiera moverse con comodidad-. Entraron dos hombres y cuando los vi estuve a punto de salir del armario. Eran policías -murmuró, apartándose el pelo de la cara con manos temblorosas-. Pero antes de que pudiera abrir la puerta, los dos hombres dispararon sobre mi hermana y su marido.
Justin se dio cuenta de que él mismo estaba conteniendo el aliento. Dos policías asesinados por otros dos policías. Era lógico que Bob Sanford y Kent Keller la hubieran alejado del lugar del crimen inmediatamente. Era un asunto feo.
-Parece ser que me desmayé dentro del armario -siguió diciendo ella-. Cuando recuperé el conocimiento, estaba ciega en una habitación de hospital. Allí conocí a Bob Sanford. El me explicó que Alicia y John estaban trabajando para Asuntos Internos, investigando a un grupo de policías corruptos.
-Y, aparentemente, esos policías sabían que estaban haciendo una investigación -dijo Justin.
Ella asintió.
-Y ahora John y Alicia están muertos y la policía espera que yo recupere la vista para identificar a sus asesinos.
-¿Podrías identificarlos?
Cecilia se dejó caer en el sofá.
-Sí. Tengo sus caras grabadas en la memoria. Pero, desgraciadamente, en este momento soy una testigo ciega.
-¿Y qué ocurriría si nunca recuperases la vista? -preguntó Justin.
Pero se dio cuenta de que la pregunta era muy dolorosa para ella.
-La verdad es que me niego a considerar esa posibilidad.
-Has mencionado a un grupo de policías corruptos... ¿Sabes cuántos son?
-Bob Sanford me dijo que eran ocho. «Los ocho renegados» es como los llaman. Desgraciadamente, nadie sabe quiénes son. Y me temo mucho que me estén buscando.
-No te preocupes, el comisario de Mustang sabe cómo tratar con desesperados -intentó bromear Justin, haciendo una imitación de John Wayne.
-Con esa voz, cualquier desesperado saldría corriendo -sonrió ella con tristeza-. Estamos muy lejos de Chicago, que es donde ocurrió todo. No creo que me busquen aquí.
Justin frunció el ceño. El no estaba tan seguro. Sabía que los policías tenían muchos recursos cuando querían encontrar información. Y pensar que había ocho policías corruptos buscándola no era nada tranquilizador.
Solo tres personas sabían dónde estaba Cecilia Webster, pero eran demasiadas. No se quedaría tranquilo hasta saber que los ocho policías habían sido detenidos.
-¿Quieres saber mi verdadero nombre? -preguntó ella.
-No creo que sea buena idea. Podría llamarte por tu verdadero nombre delante de alguien. Es mejor que para mí sigas siendo Cecilia Webster.
-De acuerdo.
-¿Qué hacías antes de lo que pasó? -preguntó él, intentando apartar de su mente aquel trágico asunto.
Cecilia sonrió y Justin vio que empezaba a relajarse un poco.
-Era decoradora.
-Ah, entonces me alegro de que no puedas ver mi casa. Probablemente, tendrías pesadillas.
-Seguro que no es tan fea. ¿En qué tonos está decorada?
-¿Cómo?
Selena se inclinó hacia adelante con una sonrisa casi alegre, una sonrisa que la convertía en una mujer mucho más que guapa. Turbadora.
-¿Cuál es el color dominante en esta habitación?
-Hay un sofá naranja, moqueta beige y un sillón rosa. No sé si hay un color dominante.
-¿Un sofá naranja y un sillón rosa? -repitió ella, con cara de susto-. Has conseguido lo que no ha conseguido nadie en un mes.
-¿Qué?
-Que me alegre de estar ciega -dijo ella sonriendo. Al ver su sonrisa, Justin sintió una punzada de deseo que lo sorprendió y lo irritó-. Te diré lo que vamos a hacer. En cuanto recupere la vista y todo haya vuelto a la normalidad, volveré a Mustang y te redecoraré la casa.
-Trato hecho -aceptó él, aunque sabía que era una falsa promesa.
Aquel era un lugar para esconderse, un limbo para ella. Cuando recuperase la vista y su vida hubiera vuelto a la normalidad, regresaría a Chicago y nunca miraría atrás. Justin sabía que él y Mustang, Montana, solo representarían para ella un mal sueño que no querría volver a visitar jamás.

2/5

~Axl victoria

El Árbol De Los BesosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora