Capítulo 1

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La noche se cernía sobre la ciudad y sólo los vagabundos, fiesteros y bandaleros plagaban las calles. A lo lejos podía oírse el sonido de la alarma de los coches de policía como cada noche, en cambio, donde se hallaba un silencio sepulcral, un jueves a la noche y como no, todos se iban a la cama temprano para a la mañana siguiente ir a trabajar o a la escuela.

Todo estaba listo para el asalto.

— Todavía no hemos decidido a cual...— murmuró una voz en la oscuridad.

— Lo echamos a suertes— respondió otra voz a su lado.

— ¿No sería más sencillo ir a la más grande?— preguntó otro.

— Pero más peligroso, recordad que muchas tienen perros y alarmas que nos pondrían a la pasma al lado en cuestión de segundos.

— Vamos a aquella— señaló uno, uno de los chalets que tenían ante sí, este tenía los muros bajos que los de los lados y se podía ver una amplia piscina.

Los demás asintieron ante la proposición. Se acercaron con sigilo y saltaron el muro, observando alrededor.

— Elegí esta porque es la única que no tiene letreros con lo típico de cuidado con el perro— sonrió el que lo había propuesto.

— Estupendo, un problema menos— murmuró otro indicando con la mano a sus compañeros que corrieran hacia la casa.

Una vez allí, rodearon esta para ver si la puerta trasera estaba abierta.

— Tiene alarma— indicó una voz femenina señalando a lo alto en la pared lateral de la casa, donde parpadeaba una lucecita en una pequeña caja blanca.

— Tranquis, que el mulato aquí presente se encarga del tema, ustedes a lo que vinimos— murmuró otro observando el árbol con el cual podría alcanzar el aparato.

— A ver si ahora te vas a caer y a partir el cuello, chaval— le dijeron.

Uno comprobó que la puerta trasera estaba cerrada y los demás inmediatamente fueron en busca de una buena ventana que romper.

Tras unos minutos de silencio se oyó:

— ¡Hey! ¡La del salón es inmensa!

— ¡Perfecto!— otro corrió en su encuentro quitándose la camiseta. Envolvió ésta en su puño y sin más golpeó el cristal, rompiéndolo.

El sonido se amortiguó debido a la tela y con rapidez, él busco el cierre para abrirlo. Le costó un poco alcanzarlo pero tras un par de intentos, lo consiguió.

— ¡Chicos, vía libre!— llamó su compañero y los dos entraron.

El resto los siguió al instante.

— ¡Guau, la tele me la pido!— exclamó uno mirando la fantástica pantalla de setenta y dos pulgadas de plasma.

— Shhh... ¡mierda!— repuso otro observando que alguien los observaba desde el sofá.

— Genial, ¿es que no miráis dónde os metéis?— murmuró una voz femenina a su espalda.

En el sofá había una joven que al parecer se había quedado dormida mientras veía la televisión y al sentir ruidos se despertó. Al ver que era unos ladrones intentó gritar pero el que había roto el cristal, le tapó la boca al instante y la sujetó.

Entre BandasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora