Capítulo 2

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            Habían pasado casi dos días desde que los Luna Creciente mantenían cautiva a Diana en aquella nave. Rayner pasaba la mayor parte del día allí para vigilarla, mientras que su jefe estaba todo el tiempo fuera. Le enojaba tener que hacerse cargo del paquete y encima sin ayuda, que él recordara, todos estaban metidos en el robo y por ello también en el secuestro.

            Tuvo que ingeniárselas muy bien para que la chica comiera. Por lo que se ve es muy obstinada y terca pero él lo era más. Ese día, él llegó temprano con el desayuno y su coche, ya que no tenía tiempo para arreglarlo en su casa, lo haría allí y correría esa noche.

            Diana se había percatado durante esos dos días que cerca de donde estaba, había unos trozos de cristales que podrían cortar la cuerda y así escapar, nadie se había dado cuenta de ello más que ella, y era la oportunidad perfecta. Su única esperanza.

            Rayner entró en la nave y miró alrededor.

            — ¡Buenos días!—  exclamó y al no recibir respuesta, meneó la cabeza disgustado—  malditos seáis todos...—  se dirigió tras los bidones. La chica lo miró con los ojos entrecerrados—  hola—  la saludó él sin miramientos, sacando la comida que había llevado y a Diana se le hizo la boca agua al ver aquel par de cruasanes—  hoy espero que no me pongas las cosas difíciles...—  hablaba él colocándolo todo—  tengo cosas más importantes que hacer que estar aguantándote—  la joven soltó un gemido y le dio una patada. Él la ignoró resoplando y se acercó para quitarle la mordaza.

            Cuando se la quitó, Diana comenzó a despotricar.

            — ¿Tienes cosas más importantes que hacer? ¡Pues déjame ir, idiota!

            — Si no te hubieras metido por medio, ni siquiera estarías aquí, así que cállate—  le espetó él acercándole la comida a la boca pero ella la cerró con fuerza y apartó el rostro. Él resopló—  debería dejarte morir de hambre.

            — Quizás deberías dejarme marchar... sería más sensato que dejarme morir.

            Inmediatamente se encontró con parte del cruasán en la boca y él sonriendo.

            — Así está mejor—  la chica quiso escupirlo pero su sabor era tan delicioso que se lo tragó—  ¿quieres más?—  le pasó el cruasán mordido por delante de los ojos.

            — Déjame en paz, imbécil.

            — Créeme que es lo que más deseo.

            Diana lo ignoró mientras ideaba un plan para coger uno de los cristales. Él desistió en sus intentos y colocó el cruasán mordido junto al otro, antes de salir de detrás de los bidones. Le preocupaba mucho más que su coche estuviese a punto que esa niñita consentida comiera. Que se muriera si quería.

            — ¡Cuando escape de aquí, tú serás el primero en caer!—  le gritó ella ya que Rayner se había olvidado de ponerle la mordaza.

            Él sonrió ante sus gritos en lo que abría el capó del coche. Diana, al ver que la ignoraba, estiró una de sus piernas en dirección al cristal más grande. Trató de tocarlo varias veces, hasta que dio con él pero un dolor agudo la sorprendió. De su pierna comenzó a salir un buen chorro de sangre, se había cortado. Se miró horrorizada la pierna, ¿y ahora que haría? No le gustaba ver sangre, la ponía enferma.

            — Oh no, oh no...—  murmuraba.

            Las manos comenzaron a sudarle y cerró los ojos para no ver el charco que se estaba formando alrededor de su pie. Rayner se extrañó al sentir todo tan callado por lo que se limpió las manos y fue hasta los bidones.

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