Cap9: El reencuentro

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La presión sobre mi espalda disminuyó y la lámpara del techo destelló, iluminando la escena del crimen. Parpadeé hasta que mis pupilas se adaptaron a la luz.

«Oh.»

Tardé medio minuto largo en reaccionar a la cara del chico que me miraba, entre divertido y sorprendido, y otro minuto más en ser consciente de que había varias zonas de nuestros cuerpos que se estaban tocando. Zonas que no deberían entrar en contacto.

-Agente Durm -tartamudeé.

El corazón me golpeaba en el pecho con tanta fuerza que estaba segura de que él lo notaba rebotar contra el suyo.

El alivio de no estar a punto de morir a manos de un desequilibrado mental me duró poco. En cuanto percibí la desnudez de la mitad superior de su cuerpo, la manera en que sus dedos se deslizaron por mi espalda en dirección a mi cintura y la cercanía de su boca, mi nerviosismo se duplicó. Llevaba el pelo mojado y peinado hacia atrás, pero un mechón rebelde había escapado y le caía sobre la frente.

Sentí un deseo irresistible de apartarlo con los dedos.

Me mordí el labio inferior para no ceder al impulso y su vista se desplazó de mis ojos a mi boca.

Me devané los sesos en busca de alguna frase coherente que decir ya que él parecía empeñado en mantenerse en silencio y mirarme como si fuera un ángel caído del cielo.

-No he pagado la multa. -Sí, vale, muy coherente-. Pero no hacía falta que vinieras hasta aqui para recordármelo.

Las cejas del que ya consideraba mi escolta particular se alzaron, interrogantes.

-No estoy muy seguro de quién persigue a quién -terció él, con su pecho aún pegado al mío, que subía y bajaba con esfuerzo. No me había equivocado respecto a su forma física, los músculos bajo mis dedos estaban tensos y bien formados, lo que no ayudaba en nada a concentrarme en lo que estaba diciéndome-. Esta es mi casa.

-Oh.

Como he dicho, nada coherente.

Intenté rehacerme y dejar de dar la impresión de una quinceañera con las hormonas revolucionadas y serios problemas mentales. Lo empujé para recuperar el espacio vital perdido, pero él se resistió a dejarme ir.

-Ya puedes soltarme -sugerí, preguntándome cómo, de todas las posibles amistades con las que contaba mi hermana, había ido a parar precisamente a la casa de mi policía.

Mi policía. Agité la cabeza, negando, y Erik debió de pensar que mi boca decía una cosa pero mi subconsciente me traicionaba. Sonrió, y algo se removió en la parte baja de mi estómago. Y no, no era la cena.

¿Qué demonios me estaba pasando? ¿Por qué un tipo que me había puesto una multa y que apenas conocía despertaba en mí emociones tan contradictorias?

Nunca había sido dada a cometer locuras o actuar de forma impulsiva. Mi comportamiento era algo extravagante, tal vez, pero no de una manera premeditada y nunca, jamás, me había descubierto deseando a un hombre desconocido, por muy bueno que estuviera. Yo era más de ir paso a paso, recorriendo con calma el camino desde la primera cita hasta la cama, si es que llegaba a ese punto.

Cama. Esposas. Uniforme... ¡Santo dios!

Sonreí sin querer. Erik acortó la distancia y su aliento me calentó los labios. Si seguía acercándose aquello iba a acabar mal, muy mal.

Sin pensarlo eché la cabeza hacia atrás. Erik soltó una carcajada, me tomó de los brazos y me colocó a dos pasos de él. Reprimí un puchero.

-Acabas de esquivarme- dijo, y no se trataba de una pregunta.

La sangre me calentó las mejillas de inmediato y no sé qué me molestó más, si que se tomara tan bien mi rechazo o... que se tomara tan bien mi rechazo.

-Lo superarás -dije, agachándome para recoger el neceser.

Él hizo lo propio y me fue pasando productos de higiene sin inmutarse.

Había algo en su forma de actuar, esa naturalidad con la que decía lo que pensaba, que me sacaba de quicio. Que me observara como si se muriera por saber qué ocultaba bajo la ropa tampoco ayudaba demasiado.

-No sé, has herido mi orgullo. - Lo dijo sonriendo, sin rastro de reproche.

-Es una pena que ciertas cosas no sean motivo de multa...

Se me descolgó la mandíbula y casi me caigo de trasero al darme cuenta de lo que Erik acababa de recoger de entre mis pertenencias. Definitivamente, lo del pícaro conjunto de ropa interior que Ayden había introducido en mi maleta era un juego de niños.

Le arranqué los preservativos de la mano y los guardé a toda prisa. El fratricidio había escalado puestos hasta situarse en mi más inmediata prioridad.

No me atreví a mirar a Erik a la cara. No quería ni imaginar lo que estaría pensando.

-Me alegro de que Ayden te haya invitado.

Me tomé aquello como una burda referencia a los condones.

-No voy a acostarme contigo - escupí sin más, poniéndome en pie.

Ah... cuánta delicadeza.Erik silbó entre dientes, pero no pareció ofenderse. Le rodeé, decidida a encerrarme en el baño, meter la cabeza en el inodoro y tirar de la cadena.

-Es bueno saberlo. Me alegro de que lo hayamos dejado claro. -Se rio, y su serenidad me desconcertó.

-No te veo muy afectado - comenté, y acto seguido me maldije por no tener filtro entre mi mente y mi lengua.

Y si... Erik Durm Donde viven las historias. Descúbrelo ahora