Cap27 Kevin y la premonicion

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Kevin me llamó el miércoles y la conversación apenas si duró un par de minutos, lo justo para informarme de que su proyecto estaba casi listo. No tuve ánimos para alegrarme o ponerme nerviosa por su inminente regreso, estaba demasiado cansada.

-Te echo de menos -confesó en un arrebato de romanticismo muy poco propio de él.

-Yo también a ti.

Mi respuesta sonó más mecánica de lo que pretendía y me reprendí por no imprimirle más entusiasmo a mis palabras.

Para hacerme sentir más culpable, al día siguiente un mensajero apareció en mi puerta con un ramo de rosas rojas y una nota que rezaba: «Para mi futura esposa». No, Kevin no era muy original.

Pero que hubiera tenido un detalle como ese, cuando nunca me había regalado flores, me sorprendió hasta tal punto que le devolví la llamada y me esforcé por centrarme en lo verdaderamente importante. Íbamos a casarnos en unos meses, a compartir nuestra vida, y yo quería que funcionase. Tenía que funcionar.

De mi hermana, por el contrario, no tuve noticias salvo por un mensaje en el que me comentaba que tenía que acompañarla a un sitio el viernes. Decir que no estaba preocupada por lo que hubiera planeado hubiera sido mentir descaradamente. Pero, como he dicho, mi máxima prioridad era salir ilesa, y sin ser despedida, después de esa semana infernal.

¿Sabes algo de Erik? -le pregunté a Ayden el viernes por la tarde cuando me la encontré sentada, en camiseta y bragas, en el salón de mi apartamento-. ¿Y se puede saber qué haces medio desnuda?

Puede que hubiera pensado en el agente Durm más de lo debido y que mi voz tuviera un tono demasiado ansioso.

Bajó los pies de la mesa y esbozó una sonrisita maliciosa.

-¿Sabes? El orden de tus preguntas es bastante revelador.

Le tiré el bolso sobre el regazo y me fui directa al refrigerador. Berlin se había convertido en los últimos dos días en algo similar a un horno a plena potencia. Las previsiones decían que la ola de calor duraría hasta bien entrada la próxima semana. Me moría por una ducha y un refresco saturado de hielo, aunque puestos a pedir hubiera deseado meterme en el congelador y pasar allí todo el fin de semana.

Me serví la bebida y me deshice de la falda de tubo con la que había ido a trabajar, lo cual resultó tan placentero que no pude evitar que se me escapara un gemido.

-Deberías darte una buena ducha y arreglarte un poco.

-Hoy no, Ayden, de verdad - protesté-. Sea lo que sea que hayas planeado puede esperar.

Se recostó sobre el respaldo del sillón con toda la tranquilidad del mundo. Nada de quejas ni de insistir hasta el agotamiento.

-Vale.

Fruncí el ceño. Allí había gato encerrado, seguro.

-Ayd, escúpelo -le exigí, mientras me pasaba el vaso helado por las mejillas para refrescarme.

Se tomó su tiempo para contestar.

Asió el mando de la televisión y fue cambiando de canal sin fijarse en lo que estaban poniendo. Pero si quería guerra, yo era una especialista en presentar batalla. Me acerqué hasta ella y, antes de que pudiese ponerse a cubierto, le metí un cubito de hielo por el escote.

Sus gritos no se hicieron esperar.

-¡Joder! -exclamó, levantándose de un salto y tirando de su camiseta de forma frenética. Mis risas acompañaron a sus chillidos.

No paró hasta conseguir deshacerse del hielo. Me dejé caer en el sofá entre carcajadas mientras ella se dedicaba a lanzarme miradas que auguraban venganza.

-Creí que te vendría bien refrescarte.

Torció el gesto y se cruzó de brazos. -Ya veremos quién de las dos acaba la noche más necesitada de una ducha fría.

-Ayden... -la amonesté.

-Yo que tú comenzaría a vestirme, a no ser que quieras que Erik te encuentre en bragas. Aunque igual no es mala idea...

El cansancio que había ido acumulando durante la semana se esfumó por completo. De repente estaba lúcida y dispuesta para correr un maratón. Mi cuerpo, una vez más, me traicionaba de la forma más vil.

Ayden no pasó por alto el cambio en mi expresión.

-Se están poniendo muy serios--comentó sentándose a mi lado-. Y yo que pensaba que no pasarían del primer revolcón.

-¡Ayden!

-¡¿Qué?! Si saltan chispas entre ustedes cada vez que están en la misma habitación.

Me tragué el resto del refresco de un sorbo. Solo de pensarlo...

-No me ayudas en nada. -Metí la cabeza entre las rodillas e intenté respirar con normalidad.

¿Era así como se sentían los que echaban una última cana al aire antes de casarse? ¿De eso iba todo aquello? ¿De saborear una vez más la libertad antes de perderla? Porque la idea me hacía sentir despreciable. Y lo peor de todo era que no podía dejar de pensar en ello.

-¿Qué hay de Manuel? -la interrogué, solo para no seguir hablando de mí. -No cambies de tema.

Detecté un matiz nervioso en su voz. Resultaba irónico que no dejara de presionarme con Erik y ella misma fuera incapaz de tomar las riendas de su vida amorosa. Al menos yo tenía una buena excusa. -Vamos, Ayd, si alguien
debería lanzarse, eres tú.

-Erik va a pillarte medio desnuda--replicó, ignorando mi comentario.

-¡Pues que lo haga! -exclamé a voz en grito.

Alcé la cabeza y mis ojos tropezaron con el ramo de rosas, que había empezado a marchitarse más rápido de lo normal debido al intenso calor. Me quedé mirándolo fijamente y me pregunté si era algún tipo de premonición. Si, al igual que las flores, el amor que había sentido por Kevin se apagaba día tras día y terminaría reseco y sin vida.

Y si... Erik Durm Donde viven las historias. Descúbrelo ahora