Cap5 El final de la parranda

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Para cuando la canción llegó a su fin, los escalofríos habían montado una fiesta en mi espalda y mis manos se habían colado -de forma ilegal- bajo la camiseta de Erik. Las retiré, avergonzada por haberme dejado arrastrar de una forma tan irreflexiva por el calor del momento, y empujé al sujeto que tenía detrás para interponer una distancia prudencial entre mi pareja de baile y yo. Kevin no se merecía aquello.

No había crisis existencial ni policía sexy que lo justificara. Erik, en cambio, no parecía incómodo. Aunque no era él quien había aprovechado el bailecito para meterme mano, y seguramente tampoco tuviera novia, mucho menos prometida.

Admito que me quedé pensando en esa posibilidad más de lo debido.

-¿Estás bien?

-Sí -contesté demasiado rápido, mirando a todas partes menos a sus ojos- Voy a buscar a Ayden.

Me batí en retirada y me marché directa al baño. Allí podría esconder mi vergüenza y aplacar mi culpabilidad.

Como si de un milagro se tratase, no encontré la consabida cola. Apoyé las manos en el lavabo y me miré al espejo.

Mi melena pelirroja, había duplicado su volumen, y las puntas de varios mechones parecían empeñadas en rebelarse contra el resto. Y, sí, mis pecas seguían exactamente en el mismo lugar de siempre, repartidas por toda mi cara.

Inspiré un par de veces hasta tranquilizarme, pero mi reflejo continuó con cara de histérica.

-¿Qué es lo que quieres de verdad, Hanna? -me pregunté a mí misma.

No esperaba una respuesta que no fuera la de mi Pepito Grillo, así que casi me muero del susto cuando escuché a mi hermana llamarme desde algún lugar a mi espalda.

-¿Hanna? Estoy aquí.

Reconocí sus zapatos a través de la parte inferior de una de las puertas y acto seguido se escuchó una arcada.

Además de ser una pésima novia, o prometida, o lo que fuera; era una pésima hermana. Yo imaginando a Ayden en los brazos de algún hombre bueno y ella en el baño vomitando hasta el alma.

-Algo me ha sentado mal -se lamentó al abrir la puerta para dejarme entrar.-

Sí, la ronda de margaritas, y el ron. Agita todo eso y...

Se dio la vuelta de forma apresurada y devolvió de nuevo.

-Perdón -me excusé con una mueca.

Alzó la mano para darme a entender que me callara.

Una parte de mí -la misma que había disfrutado más de lo debido bailando incrustada en el pecho de Erik -, se regocijó ante la idea de que tuviera una capacidad de aguante frente al alcohol mayor que la de mi hermana.

Lo dicho: mala novia, pésima hermana.

El estómago de Ayden se contrajo con otra arcada para darme la razón. Me acuclillé a su lado y le sujeté el pelo mientras la cena se iba por el retrete.

Me compadecí de ella.

-¿Has visto a Eli? -preguntó tras limpiarse la boca con un trozo de papel.

-Pensaba que estarías con ella y con algún par de tipos guapos.

Ella negó con la cabeza.

-Al separarme de ti empecé a encontrarme mal y apenas me dio tiempo de llegar hasta aquí. -Cerró los ojos durante varios segundos, como si estuviera ordenándole a su estómago que dejara de vengarse por sus excesos-. ¿Y tú? ¿Has estado bailando hasta ahora? Debo llevar al menos media hora rezando ante el inodoro.

Permaneció a la espera de mi respuesta, pero yo me quedé en blanco.

En mi menté cantó un grillo. Diría que incluso había eco.

-Es una larga historia. Ya te la contaré.

Sus hombros se convulsionaron, evitando que pudiera continuar con el interrogatorio. Ah, divina providencia.

Después de aquello decretamos que la noche de juerga había llegado a su fin.

El cuerpo de Ayden protestaba exigiendo un colchón y el mío... El mío también, aunque puede que por motivos muy diferentes.

Y si... Erik Durm Donde viven las historias. Descúbrelo ahora