Cap28 Pagando la apuesta

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Mi hermana terminó confesando que Erik había llamado para cobrarse el pago de nuestra apuesta y ella había aceptado en mi lugar. No sé durante cuánto tiempo le estuve reprochando su insensatez, pero lo más preocupante fue que me lanzara con tanta alegría en dirección al baño y luego incluso le pidiera su opinión respecto a la ropa con la que debería ir vestida. Todo ello sin dejar de gritarle. Me estaba convirtiendo en una hipócrita.

-¿Qué tal? ¿Y bien? -la apremié-. Esto es una locura...

Di media vuelta, decidida a llamar a Erik y cancelar la cita. ¿En qué clase de persona me estaba convirtiendo? Era consciente de lo que provocaba en mí, de que salir con él no haría más que aumentar mis dudas.

-¿De qué tienes tanto miedo? - terció Ayden, siguiéndome hasta el dormitorio.

-¿De tirar por la borda tres años de relación? ¿De hacerle daño a Kevin? ¿De cometer una locura y arrepentirme toda mi vida? ¿De que Erik me gustase más de lo que estaba dispuesta a admitir?

Me detuve frente al espejo, que me devolvió la imagen de una persona que ya no sabía si conocía. ¿Dónde había quedado aquella chica exagerada pero sensata de semanas atrás? La que había lucido con orgullo un anillo en su dedo y le había dado el «sí, quiero» a su novio sin pensárselo dos veces. «Si lo hubieras pensado, igual no se lo hubieras dado».

-¿Y si es eso lo que tiene que pasar? ¿No te has planteado que puede que Kevin no sea para ti?

No contesté, pero aparté la mirada de mi reflejo, avergonzada.

-Pues quizás deberías afrontarlo y tratar de encontrar de una vez por todas una respuesta -apostilló. Me tendió el bolso y me empujó de vuelta al salón-. Solo sal y cumple con la promesa de cenar con Erik.

-¿Y qué hay de la promesa que le hice a Kevin?

-Esa, hermanita, va a tener que esperar hasta mañana.

Quise replicar, pero el sonido del portero automático que anunciaba la llegada de mi cita resonó por toda la casa como si del timbre final de un combate de boxeo se tratase. No supe si sentirme vencedora o, por el contrario, aceptar la derrota e irme a llorar a un rincón.

Al salir a la calle, Erik paseó la mirada por mi figura no una, sino dos veces, como si quisiera asegurarse de que estaba frente a él. Me hubiera sonrojado por la intensidad de su escrutinio, pero me entretuve dándole un repaso similar. Llamaba la atención de tal manera que atrajo las miradas de todas las chicas en un radio de cien metros a la redonda.

Lo más curioso es que no creía que fuera consciente de ello.

-¿No tienes calor?

-Ahora sí.

Esbozó una sonrisa traviesa, con las comisuras de los labios levemente elevadas, y entornó los ojos. Tenía que pedirle que dejara de hacer eso. Por algún motivo, cada vez que descubría esa expresión en su rostro, evocaba el momento exacto en el que nos habíamos besado. Y que decidiera que era el mejor momento para quitarse la camisa consiguió acelerarme el pulso y despertar un cosquilleo en la parte baja de mi vientre.

Tenía que admitirlo, ahora que lo conocía un poco más, la impactante primera impresión que había tenido de su apariencia se entremezclaba con la atracción que su carácter abierto y despreocupado ejercía sobre mí. Su cercanía bastaba para hacerme estremecer y para anhelar que sucedieran cosas que no deberían suceder entre nosotros.

El restaurante al que me llevó ofrecía una breve carta de platos italianos, pero, al menos los que probamos, estaban deliciosos.

Antes de tomar asiento se había acercado a mí para susurrarme al oído:

Y si... Erik Durm Donde viven las historias. Descúbrelo ahora