Cap6 Soñar con un poli

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La acompañé a su apartamento y la ayudé a desvestirse y meterse en la cama. Cayó en los brazos de Morfeo antes siquiera de que pudiera desearle buenas noches. Yo me lancé sobre el sofá después de cambiarme de ropa. Me dolían los pies y la habitación había comenzado a dar vueltas en algún punto del trayecto entre la puerta del baño y la sala de estar. Al mareo se sumaron unas encantadoras nauseas. No sabía si eran debidas al sentimiento de culpa, a las copas o a ambos. Preferí achacarlo a mi desliz con el alcohol. Y aunque no debí tardar mucho en quedarme dormida, mis sueños estuvieron plagados de canciones de Bruno Mars y hombres uniformados.

O más bien de un hombre; uno con sonrisa libidinosa y ojos turquesa repletos de «Y si».

-¿Qué tal estás? -me preguntó Ayden mientras desayunábamos.

Era más de mediodía, pero yo me había atrincherado en el sofá con una cafetera y dos bollitos a punto de caducar que rescaté de uno de los armarios de su cocina.

-No soy yo la que anoche buscaba vete tú a saber qué en el fondo del inodoro.

Puso los ojos en blanco y creo que el gesto le valió un pinchazo en la sien, amén de un buen retortijón, porque se llevó las manos al abdomen.

-Me refería a tu crisis, ya sabes.

-Superada -contesté con una sonrisa tirante. Señor, qué mal mentía.

Le di un sorbo a mi taza de café y agradecí a todos los dioses, cristianos y paganos, que mi hermana dispusiera de una buena reserva de cafeína en su diminuto apartamento. Bien sabe dios que lo último que me apetecía un sábado de resaca era correr en busca de un supermercado ladrando incoherencias.

-Hermanita, mientes fatal.

Bebí una vez más de la taza con cara de circunstancia. Disimular se me daba aún peor.

Se acurrucó entre los cojines y apoyó las piernas sobre mi regazo. Creo que se sentía el doble de mal de lo que parecía, que ya es decir. Me hice con la manta de punto que colgaba del reposabrazos y se la eché por encima. -Mmm. Gracias, hermanita.

Suspiró, más relajada-. Y ahora cuéntame esa historia tan larga que me perdí anoche.

Escupí el líquido que no había llegado a tragar. Regué mis piernas, parte de la manta, e incluso el suelo. Boca en función aspersor, para que lo entiendan. Ayd soltó esa risita armoniosa tan típica de ella, lo que me hizo pensar que tal vez estuviera fingiendo para que la cubriera de mimos.

.-Larga e interesante por lo que veo -señaló. Odiaba que me conociera tan bien-. ¿Te ligaste a alguien ?

-No sé si se le puede llamar así.

Más bien creo que me han puesto en algún tipo de plan de protección de testigos.

Mi hermana, acostumbrada a mis excentricidades, respondió con un codazo para hacerme continuar.

-Se trata de un poli.

Aquello sí que llamó su atención.

-¿Te has enredado con un policía? Joder, hermanita, y parecías tonta cuando te compramos.

-No, no, no -me apresuré a aclarar-. Nada de líos. Me puso una multa y está obsesionado con que la pague, eso es todo.

Pero la mente de Ayden, más imaginativa incluso que la mía, ya estaba a años luz de allí.

-¿Les dejarán llevarse a casa las esposas y todo el kit de poli estilo estriper?

-¡Ayden!

-Como si tú no lo hubieras pensado -se defendió.

Sí, lo había pensado. Mucho. Demasiado para estar felizmente comprometida. Y ese ni siquiera era el mayor de mis problemas. Lo peor era la joya de oro de dieciocho quilates y diamantes que continuaba oculta en el fondo de mi bolso en vez de relucir en mi dedo. Me sentía cruel, rastrera, una completa hipócrita. Pero sobre todo, egoísta y cobarde.

Ayd se quedó dormida y yo agradecí no tener que darle más detalles de mis hazañas delictivas. Las nauseas regresaron con mayor intensidad. Le dejé una nota y me marché, con nocturnidad, premeditación y alevosía -aunque fuera de día ansiosa por un buen baño y algo de soledad.

Kevin me llamó al celular mientras ahogaba mi amargura en espuma y sales de baño, y más tarde fue mi madre la que decidió que era un buen momento para una charla madre-hija. Rechacé ambas llamadas. No sé a quién de los dos compadecía más, si a Kevin, por motivos obvios, o a mi madre cuando se enterara del cambio de residencia de su hija pequeña. Aquello le valdría a mis padres un buen disgusto, aunque ya deberían estar acostumbrados. Pero para disgusto si se me ocurría cancelar la boda.

No, no iba a cancelar nada. Quería a mi novio. No pasaba nada porque la pasión inicial se hubiera apagado un poco entre nosotros y ya no me estremeciera al escuchar el sonido de su voz. Era normal que con los años se suavizaran las reacciones impetuosas de los primeros tiempos. Lo importante era que ambos deseábamos estar juntos para toda la vida.

Toda la vida.

El nudo en la boca de mi estómago se apretó. Hundí la cabeza en el agua y me quedé en el fondo hasta que mis pulmones ardieron reclamando oxígeno.

Pero el nudo no se aflojó. ¿Y si no lo hacía nunca?

Y si... Erik Durm Donde viven las historias. Descúbrelo ahora