Cap30 Sin ninguna ley que valga

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El trayecto a su casa podría haber resultado eterno, pero habíamos llevado tan al límite la situación entre nosotros que cualquier gesto del otro se transformaba en una provocación.

-Ten, ponte esto.

Rescató su camisa del asiento trasero y me la tendió. Acto seguido arrancó y salió del estacionamiento con tanta precipitación que podía apostar a que las huellas de los neumáticos habían quedado impresas en el asfalto.

A pesar del calor del ambiente y del que emanaba mi piel, mi vestido chorreaba y empapaba el asiento. Sin pensarlo dos veces me lo saqué por la cabeza, exponiendo el conjunto blanco de encaje que había elegido para llevar bajo él. Erik apartó la vista de la carretera para mirarme.

-No creo que lleguemos a mi casa si sigues desnudándote -apuntó, y apretó el volante hasta que sus nudillos perdieron todo el color-. Conseguirás que tengamos un accidente.

Puede que me hubiera vuelto loca, porque sus protestas no hicieron más que alentar a la niña traviesa que creía haber dejado atrás hace años. Me vestí con su camisa y, cuando Erik empezaba a relajarse, elevé las caderas y me saqué las bragas por las piernas.

Soltó el aire de golpe y yo no pude hacer otra cosa que reír, más aún cuando me percaté de cómo se retorcía buscando un hueco que ya no existía en sus pantalones.

-Vas a matarme -aseguró, y lo siguiente que supe es que su mano ascendía por la cara interna de mi muslo. Me lanzó una mirada hambrienta, repleta de desesperación, y todo mi cuerpo vibró al percibir la intensidad de su deseo. No podía creer que estuviéramos haciendo aquello, que nos hubiésemos lanzado en una carrera que terminaría, con toda probabilidad, con él moviéndose dentro de mí, acariciando, besando, lamiendo...

Su mano recorrió mi pierna y se perdió bajo la tela de la camisa. Dejé de respirar, a la espera de su siguiente movimiento, muriendo por que me tocara. Dudaba de que, en toda mi vida, hubiera ansiado las caricias de ningún hombre como las de él. Sin mediar palabra ni apartar la vista del tráfico, sus dedos se hundieron en mi interior, arrancándome un jadeo.

El calor se extendió desde la parte baja de mi vientre en todas direcciones, seguido de un estremecimiento de placer al que respondí abriendo más las piernas y adelantando las caderas para darle un mejor acceso.

-Enseguida llegamos -murmuró para sí mismo.

No supe si se refería al coche o a mí, pero si no dejaba de acariciarme estaba segura de que no tardaría demasiado en alcanzar el orgasmo.

Cerré los ojos y me aferré al borde del asiento. A mi lado, la respiración de Erik no era más que una serie de jadeos entrecortados. El movimiento de sus dedos se aceleró y creí que me volvería loca. Aunque si lo pensaba bien, debía haber traspasado los límites de la razón hace tiempo.

-Erik... -Su nombre no fue más que un gemido ronco.

Abrí los ojos para mirarlo.

Él no dijo nada. Se concentraba en controlar el vehículo y agradecí que fuera él quien condujera, porque de ser yo a estas alturas ya nos hubiéramos salido de la carretera. Ni siquiera sabía dónde estábamos a pesar de que los edificios que íbamos dejando atrás me resultaban vagamente familiares.

En algún momento accedimos a un garaje. Mi cerebro se había desconectado y todo cuanto sabía es que mi cuerpo estaba a punto de estallar en llamas. Erik ni siquiera se molestó en parar el motor. La puerta aún no se había cerrado detrás de nosotros y ya lo tenía inclinado sobre mí. Me abrió la camisa de un tirón y varios botones salieron volando. Sus labios apresaron uno de mis pechos. Lo succionó con fuerza, hasta que resultó casi doloroso, a la vez que hundía dos de sus dedos de nuevo en mi interior.

Y si... Erik Durm Donde viven las historias. Descúbrelo ahora