Epilogo

615 36 36
                                    




Tiempo después


No me había costado demasiado convencer a Erik para viajar a Australia, lo difícil había sido informar al resto de la familia y amigos de que debían recorrer más de quince mil kilómetros si querían asistir a nuestro enlace.

-Erik y yo vamos a casarnos - reflexioné en voz alta.

Mi padre me dedicó una mirada cargada de cariño y me alegré de que a pesar de mis nervios, más que evidentes, su rostro no reflejara ningún tipo de preocupación. Me conocía lo suficientemente bien como para comprender que aquello era lo que quería. La felicidad que sentía y que me había acompañado desde el momento en que Erik Durm había regresado a mi vida resultaba «asquerosamente obvia», como bien le gustaba a Zoe recordarme.

Había aprendido a tolerarla incluso a ella, aunque bien es verdad que la pequeña Elena tenía mucho que ver en el asunto.

Bajé la vista para admirar mi vestido de novia. Había elegido algo muy sencillo

Erik  y yo habíamos roto casi todas las tradiciones y habíamos elegido el vestido juntos, al igual que habíamos acudido hasta el lugar del enlace en el mismo vehículo; Cooper, por supuesto

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Erik y yo habíamos roto casi todas las tradiciones y habíamos elegido el vestido juntos, al igual que habíamos acudido hasta el lugar del enlace en el mismo vehículo; Cooper, por supuesto. Traernos el coche nos dio más de un quebradero de cabeza. No obstante, al planteárselo a Erik, ninguno de los dos había dudado de que era lo adecuado.

Al fin y al cabo, formaba parte de nuestra historia.

-Vas a ser muy feliz con él - señaló mi madre, y acto seguido procedió a intentar poner orden en mi pelo de manera metódica.

-Ya lo soy, mamá -admití, sonriendo-. ¿Se puede saber dónde demonios se ha metido Ayden? - añadí, cambiando de tema para evitar ponerme a llorar como una tonta.

Mi querida hermana, la culpable de que mi futuro marido y yo nos conociéramos, llegaba tarde, cómo no. Marco y Manuel tampoco habían aparecido aún, y empezaba a preguntarme si el trío se habría perdido o andaría discutiendo en el arcén de alguna carretera. Lo de Manuel y mi hermana no había salido bien, aunque conservaban una bonita amistad gracias a la mediación de Erik, que había apoyado tanto al uno como al otro cuando rompieron.

Ayden era demasiado impulsiva para el carácter tranquilo de su amigo y, con el tiempo y tras algunas acaloradas discusiones, ambos se habían dado cuenta de que, por más que lo intentaran, no encajaban.

Para mí fue muy triste asistir a su separación. Deseaba con todas mis fuerzas que mi hermana lograra encontrar a la persona adecuada para compartir su vida, y esperaba que tal vez Marco tuviera algo que decir al respecto.

-Va a perderse la boda -me quejé, y miré de reojo al funcionario que oficiaría la ceremonia.

-Llegará -aseguró Erik, situándose a mi lado.

Estaba radiante, incluso más que yo.

-Más le vale, porque he contratado una excursión para bucear y puedo pagar al instructor para que la lance de carnada a los tiburones

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

-Más le vale, porque he contratado una excursión para bucear y puedo pagar al instructor para que la lance de carnada a los tiburones. Ya sabes -expuse, guiñándole un ojo-, hacer que parezca un accidente.

Soltó una carcajada.

Contemplar el verde cristalino de sus iris, unido al sonido de su risa, me tranquilizó de inmediato. Nunca, en toda mi vida, había estado tan segura de algo. Incluso mi Pepito Grillo había soltado una lagrimita de alegría cuando Erik me había pedido matrimonio en la casa de campo, bajo las estrellas, de una forma espontánea y natural. Con él todo resultaba así, natural, como estar en casa.

-Ahí están. -Erik señaló un punto a lo lejos.

Un coche se aproximaba a toda prisa, levantando una polvareda de tierra a su paso. Al acercarse me percaté de que se trataba de un jeep cubierto de barro con tres ocupantes en su interior.

Mi expresión fue variando conforme eliminaban la distancia que nos separaba. Para cuando el motor se detuvo y descendieron del vehículo, yo tenía los ojos como platos y estaba hiperventilando. Erik me sujetó en previsión de que cometiera una locura.

-¡Hermanita! No te has casado aún, ¿no? -añadió, al percatarse de mi enfado. -¡Tienes que estar bromeando! -le grité, luchando para que mi prometido me dejara ir hasta ella y estrangularla lenta y dolorosamente.

No se trataba solo de que estuvieran tan cubiertos de polvo como el jeep, ni de las tres tablas de surf que se apilaban de cualquier manera en la parte trasera, eso no hubiera representado un problema. La cuestión era que, o mucho me equivocaba o su retraso se debía a que habían estado haciendo surf, algo bastante obvio porque todos iban vestidos aún con un neopreno.

-Tenías que haber visto las olas -se excusó, convencida-. Este sitio es una maravilla, ahora entiendo que plantases a este -agregó, señalando a Erik- para pegarte una escapadita.

Paré de forcejear y esbocé una sonrisa maliciosa.

-Pues ya verás lo que vas a disfrutar buceando.

Y así fue mi boda, en mitad de la nada, con Cooper como testigo, amén de una dama de honor y dos invitados con el neopreno colgando de la cintura, una madre escandalizada por la actitud de su hija pequeña y un padre inmensamente feliz. Así fue mi boda: simplemente perfecta.

La historia de la luna de miel y la accidentada excursión de buceo tal vez se las cuente en otra ocasión.

Y si... Erik Durm Donde viven las historias. Descúbrelo ahora