Cap29 Tu y yo en mi casa, toda la noche

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No supe cuánto tiempo transcurrió hasta que el vehículo se detuvo de nuevo, pero, una vez que lo hizo, Erik no permitió que me deshiciera de la venda.

Me sacó del habitáculo y me alzó en brazos sin previo aviso. Su aroma a cítricos me llenó la nariz. Percibía los músculos de su pecho tensos por el esfuerzo y, aunque no podía verlo, estaba bastante segura de que su boca se encontraba a pocos centímetros de la mía.

Mi corazón palpitaba descontrolado. Aún sumida en una total oscuridad, la imagen del rostro de Erik se perfilaba tras mis ojos con una precisión insuperable. Me pareció una estupenda metáfora de lo que me estaba sucediendo. Él me tentaba desde el lado oscuro, atrayéndome de forma irremediable, y a pesar de que la luz representaba la seguridad, lo conocido, anhelaba traspasar la frontera de lo prohibido como no había anhelado ninguna otra cosa antes.

Varios minutos después se detuvo y le escuché murmurar algo entre dientes.

-¿Con quién hablas?

-Con nadie -respondió con rapidez, lo que me dio a entender que estaba mintiendo.

El ruido del tráfico había menguado hasta casi desaparecer y el aire olía a humedad. Mis pies resbalaron al tocar el suelo y Erik me agarró de los brazos para estabilizarme.

Decir que la situación resultaba rara era quedarse corta, muy corta. Pero, por alguna razón desconocida, no estaba nerviosa, no al menos de la manera en que debía estarlo teniendo en cuenta las circunstancias.

-¿Preparada?

-No -respondí. Aunque en realidad hubiera querido decirle que para lo que no estaba en absoluto preparada era para lo que él me hacía sentir. Retiró la venda con lentitud y parpadeé hasta que mi visión se aclaró.

No sé qué esperaba encontrar, pero todo lo que nos rodeaba era de lo más normal: el río, varias explanadas de césped, árboles y, más allá de estos, edificios de ladrillo rojo. El único detalle que llamó mi atención fue un puente que simulaba una especie de túnel y cuya iluminación se reflejaba en el suelo por debajo de él.

-¿Dónde estamos?

El vestido se me pegaba a las piernas. Bajé la mirada y me encontré con que mi resbalón había sido debido a que nos encontrábamos en mitad de un inmenso charco. Seguía sin comprender cuál era el propósito de Erik al llevarme hasta allí.

No me dio tiempo de insistir. Antes de que pudiera decir nada más, del suelo brotaron varios chorros de agua pulverizada. Se me escapó un grito, o varios, mientras el agua empapaba por completo mi vestido y la ropa de Erik.

No pareció importarle, estaba ocupado riendo a carcajadas mientras contemplaba la lucha inútil que mantenía con la fuente.

-¡Estás loco! -le grité, con el pelo chorreando y pegado a la frente. En cuestión de segundos me había transformado en Miss camiseta mojada, con lo que ello conlleva. La fina tela que me cubría dejaba traslucir incluso un lunar que tenía cerca del ombligo.

No me quedó más remedio que unirme a sus risas.

-¿A quién has tenido que sobornar?

-Tengo mis recursos -se jactó, encantado con mi reacción-. Cierra los ojos.

Tiró de mí y me hizo caminar entre los chorros; mi espalda reposaba sobre su pecho y sus labios rozaban mi cuello.

Y mientras el agua me enfriaba la piel, las caricias de Erik sobre mi estómago contrarrestaban su efecto e incendiaban mi cuerpo.

Abrí los ojos y me deshice de sus brazos. Eché a correr, a riesgo de terminar en el suelo. No me importaba si acababa dando con mis huesos sobre el pavimento. Estábamos envueltos por una nube de gotitas que desdibujaba nuestras siluetas y el eco de su risa resonaba en mis oídos con tanta fuerza que sentía que no podía pasarme nada malo. La situación resultaba irreal, como si de un sueño se tratase. Durante un rato solo fuimos dos niños jugando a perdernos y encontrarnos. Puede que eso fuera justo lo que habíamos sido desde el momento en que nos habíamos conocido.

Y si... Erik Durm Donde viven las historias. Descúbrelo ahora