Cap26 Coleccionista de sonrisas

465 31 6
                                    



Hemos llegado -comentó Erik tras aparcar la moto frente al portal de mi casa, ya de vuelta en Berlín.

Las calles estaban prácticamente desiertas, típico de cualquier domingo por la tarde, y me alegré de no tener un público numeroso si nuestra despedida terminaba con algún numerito extravagante. No me fiaba de él y mucho menos de mí misma.

El viaje de regreso había sido más pausado que el de ida, incluso me pareció que cuando nos acercábamos a la ciudad Erik se tomaba con mucha más calma la conducción, como si buscara retrasar lo inevitable. Por mi parte, tenía demasiadas cosas en la cabeza para
disfrutar de mi recién descubierta afición a los vehículos de dos ruedas.

Sabía que una vez que pusiera un pie en mi apartamento todo cambiaría, el paréntesis que había abierto durante esos días se cerraría y la realidad me alcanzaría de forma irremediable.

Mi actitud frente a los intentos de Erik por acercarse a mí había variado conforme disminuían los kilómetros que nos separaban de la capital. En los kilómetros pares me esforzaba por convencerme de que no deseaba ningún cambio en mi vida, que lo que tenía era todo lo que quería y que, junto a Kevin, me esperaba la felicidad. Lo quería, eso no había cambiado. Pero en los impares se sucedían imágenes en las que me veía agarrando a Erik de la barbilla y lanzándome sobre su boca sin importarme cuáles fueran las consecuencias.

Solo éramos él y yo y ese instante en el que me refugiaba en su pecho y, de una manera infantil y utópica, soñaba con que las cosas encajarían por sí solas de la misma forma perfecta en la que mi cuerpo encajaba con el de él.

-¿Hanna? -me llamó. Ni siquiera había hecho ademán de bajarme de la moto, continuaba agarrada a su cintura y con la mejilla reposando en su espalda.

-Bien -repuse, invirtiendo en esa ocasión la réplica que se había convertido en nuestro particular santo y seña.

-¿Bien?

Me observó por encima del hombro y sentí su mirada perfilando mi rostro, como si quisiera asegurarse de grabar cada detalle de este en su mente.

Asentí y descendí hasta poner los pies en el suelo. El sol iniciaba ya su descenso imparable en busca del horizonte y a mí el final de aquel día se me antojaba mucho más que un simple final. Estiré las piernas y la espalda, entumecidas tras pasar horas en la misma postura. Erik no apartó la vista de mí en ningún momento.

Aquel era uno de esos momentos incómodos en los que no sabes muy bien cómo actuar o qué decir, y tenerle tan pendiente de mis movimientos no contribuía a normalizar la situación. Me estaba mirando con tanta intensidad que creí que iba a saltar sobre mí, cargarme en la moto y arrastrarme con él a quién sabe dónde.

-Bueno... -tercié, indecisa-.Gracias por el paseo.

-Ha sido un placer -repuso él, y la frase adquirió en sus labios un significado mucho menos banal del que en realidad tenía-. Un verdadero placer. -Hizo una pausa a la espera de que yo añadiera algo, pero no tenía ni idea de cómo ponerle fin a aquella historia o de si de verdad quería hacerlo -. Tienes mi número y me debes una cena.

-No se te pasa una... -bromeé, y me gané una de sus sonrisas torcidas.

-Tengo que jugar mis cartas con inteligencia.

Tiré de las asas de la mochila y las recoloqué sobre mis hombros mientras me preguntaba si de eso se trataba para él, de una partida en la que estaba dispuesto a todo para ganar.

-Erik... -Negó con la cabeza, consciente de que me había puesto seria a raíz de su comentario, pero no me detuve-. Yo no estoy jugando a nada.

-Yo tampoco, pero he descubierto que pareces más feliz cuando no me tomas en serio. -Agachó la cabeza y fijó la vista en el casco que acababa de entregarle-. Y a mí... me encanta coleccionar tus sonrisas.

Y si... Erik Durm Donde viven las historias. Descúbrelo ahora