Cap11 Noche estrellada

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Agité la cabeza en un acto reflejo y mi flequillo pelirrojo onduló ante mis ojos. La sangre me calentaba las mejillas, resaltando el color de mis pecas. Agradecí que mi contrincante estuviera concentrado en el juego porque todo lo que yo veía era a él, sonriendo y articulando «roja» como si de una blasfemia se tratase. Erik golpeó la bola blanca, y la roja se deslizó con suavidad hasta el agujero.

Me imaginé cómo sería perderse entre sus gruesos y apetecibles labios, y a punto estuve de caerme del taburete en el que me había sentado. Aquello no era normal. Debía de tener algún tipo de desequilibrio hormonal o trastorno de personalidad, porque si no a cuenta de qué babeaba de esa forma por un chico.

Perdí la partida. En la última jugada Erik apareció a mi espalda y me rodeó con sus brazos, corrigiendo mi postura. No había espacio alguno entre nuestros cuerpos. Sus dedos se habían posado sobre mis manos y mi cadera se ajustó a la forma de la suya. Y simplemente encajamos, como siguiéramos hecho aquello miles de veces. No necesitó que le dejara ganar.

Estaba desconcentrada. Ni siquiera me di cuenta de en qué momento Ayden y Manuel abandonaron la buhardilla.

Cuando regresase a la habitación esperaba encontrar a mi hermana allí,aunque su presencia tampoco aseguraba que no me marchara en mitad de la madrugada a dar un paseo por la casa.

-¿Otra? -sugerí, y él asintió entusiasmado.

-Bien.

-¿Bien? -repliqué. Solté una carcajada, consciente de las veces que habíamos repetido ese mismo diálogo.

Esta vez fue Erik el que inició el juego. Yo ya iba por la cuarta o quinta cerveza, pero el alcohol, en vez de disminuir mis reflejos, tuvo el efecto contrario. Me relajé, olvidé las incertidumbres que sobrevolaban mi cabeza, el compromiso, mi crisis... Y arrasé. Mi escolta particular no dejaba de observarme desconcertado mientras, una a una, las bolas desaparecían de la mesa. Hacia el final atisbé un brillo de comprensión en sus ojos.

-Antes me has dejado ganar - repuso convencido.

Me encogí de hombros, restándole importancia. En realidad no había sido así, pero él no tenía por qué saber que la elegancia de sus movimientos ejercía sobre mí una influencia bastante preocupante.

-El último año de escuela nos íbamos a jugar a unos recreativos que había a dos manzanas.

Recordaba aquellos días con cariño y algo de nostalgia. Días en los que la felicidad no era más que pasar horas con los amigos y apostarnos quién pagaría las copas ese fin de semana.

Todo era más sencillo entonces.

-Así que tienes un pasado oscuro-bromeó él-. Debería haberlo supuesto: fugarse de clase, no pagar las multas... Me gusta -añadió, bajando la voz hasta que no fue más que un susurro.

Devolvió el taco a su estante y me tendió una mano.

-¿Qué te propones?

-Quiero la revancha ahora que sé a lo que me enfrento -comentó, acercándose a mí y tomando mi mano sin esperar a que aceptara la suya-. Pero antes veamos si puedo confundirte lo suficiente como para tener alguna opción.

No supe qué decir ni dónde me estaba metiendo al permitirle que me arrastrara tras él escaleras abajo. Lo único en lo que podía pensar era en el agradable cosquilleo que me recorría el brazo. Al llegar a la entrada principal me tendió mi abrigo y se puso el suyo, tras lo cual volvió a cogerme de la mano. Su tacto era firme pero cálido.

Me maravilló la familiaridad con la que parecía desenvolverse, como si nos conociéramos de toda la vida.

Caminamos por el exterior de la casa, alejándonos de ella, pero sin perderla de vista. Hasta que Erik se tumbó sobre el suelo y tiró de mí para que siguiera su ejemplo.

La luna, en cuarto creciente, apenas iluminaba el cielo. Pero esa oscuridad, sumada a la casi total ausencia de nubes, nos permitió contemplar cientos de estrellas titilando sobre nuestras cabezas. En Berlin observar un espectáculo semejante era una utopía; y aunque se pudiera, era probable que nadie le prestara atención.

Permanecimos inmóviles compartiendo las vistas y el silencio varios minutos. El momento perdió la magia cuando me planteé si Kevin, allá en el país remoto que lo acogía, se encontraría mirando el mismo firmamento con otra persona. Tal vez con alguien que consiguiera que el vello se le erizara con tan solo un roce. Tal vez una extraña que, como Erik a mí, removiera su interior y despertara la chispa que como pareja parecíamos haber perdido.

-Ha sido una tontería sacarte a pasar frío para esta bobada -afirmó malinterpretando mi expresión amarga-. Volvamos dentro.

-Son preciosas -repliqué yo.

Ya había cogido impulso para ponerse en pie, pero se detuvo a medio camino y volvió a sentarse a mi lado.

Continué tumbada, observando el cielo.

-Son preciosas. Las estrellas - repetí, sintiéndome como una niña a la que sus padres han pillado en una travesura.

Hay momentos en la vida en los que sabemos que las cosas van a cambiar, que tomarán un rumbo diferente hagamos lo que hagamos. Puede que se trate de un simple presentimiento más que de una certeza, pero aun así lo percibimos como una realidad irremediable. Y yo era consciente de que algo en mí luchaba por transformarse, por salir al exterior y gritar hasta que mi voz se desgarrara; aunque no supiera de qué se trataba con exactitud.

-Sí, lo son -escuché murmurar a Erik.

Bajé la vista y me encontré con su mirada turquesa fija en mí. Mi primera reacción fue apartar mis ojos de él, pero me fue imposible sustraerme de la atracción que aquellas dos gemas ejercían sobre mí. Creía que las cosas no podían empeorar hasta que su atención pasó a mi boca. En aquel momento lo vi claro. Vi sus dedos perfilar mi mentón, lo vi inclinarse sobre mí y acariciar mis labios para luego besarme. Puede que de forma tímida al principio, pero feroz en cuanto mi cuerpo le correspondiera y mi lengua se aventurara a danzar junto a la suya.

Lo vi tan claro como si estuviera sucediendo, como si hubiera perdido la cabeza al dejarme llevar por el deseo que aquel policía al que apenas conocía despertaba en mí.

Y si... Erik Durm Donde viven las historias. Descúbrelo ahora