Cap31 Amanecer contigo

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El nuevo día nos sorprendió riendo bajo las sábanas. Tras el fogoso arranque de la cocina, volvimos a hacer el amor en su cama, esta vez de una forma más sosegada pero con idéntico resultado. Erik derrochaba ternura conmigo, era dulce pero apasionado, y cuando me miraba siempre descubría un brillo ansioso en sus ojos, como si los besos que no dejaba de repartir por mi piel no resultaran suficientes. Como si nunca se saciara.

Un rayo de luz penetró entre las finas cortinas blancas que cubrían el ventanal de su dormitorio y fue a parar sobre mi muslo. Erik yacía de lado junto a mí, apoyado sobre un codo, y sus dedos trazaron la zona de piel iluminada para luego ascender hasta mi cadera.

-Deberías dormir un poco - sugirió, y se inclinó para depositar un beso sobre mi estómago.

Él no parecía cansado en absoluto, pero yo empezaba a acusar la falta de sueño y luchaba por mantener los ojos abiertos. Me sentía tan bien observándolo, deslizando la yema de los dedos por su pecho, jugueteando con su pelo, que me resistía a dejarme vencer por el cansancio, no fuera que cuando despertara la complicidad hubiera desaparecido y me avergonzara de lo sucedido en las horas anteriores.

Erik fue ascendiendo por la cama hasta situar su rostro a la altura del mío.

¡Santo Dios! Estaba radiante. Su pelo lucía alborotado de un modo adorable y de sus labios colgaba una sonrisa torcida que atrajo de inmediato mi atención. Sopló sobre mi frente para apartar uno de mis mechones rebeldes.

-Tengo que darme una ducha.

-Ajá. -Asentí, con la vista fija en su boca.

Él soltó una carcajada.

-Si no me sueltas, no puedo ir hasta el baño.

-Me sonrojé, abochornada, al darme cuenta de que una de mis piernas, sin pedirme permiso, se había enlazado en torno a su cintura y se resistía a dejarlo ir-. Entro a trabajar en menos de una hora.

Obligué a la extremidad rebelde a obedecer las órdenes de mi cerebro y puse los pies en el colchón, justo a los lados de su cuerpo. Había dado por supuesto que íbamos a permanecer encerrados en aquella habitación. Si por mí fuera, podría quedarme allí los siguientes dos o tres meses, alimentándome únicamente de sus besos.

Sí, sonaba muy cursi, pero no se imaginan lo placentero que resultaba imaginarlo.

Pero había un mundo real tras esas cuatro paredes, un mundo al que yo me resistía a regresar. Me daba la sensación de que en los últimos días todo lo que había hecho era huir.

-Puedo dejarte algo de ropa si quieres -sugirió, mientras la realidad comenzaba a alcanzarme.

¿Sería esa una manera delicada de insinuarme que debía largarme de su casa? Nos habíamos acostado. Había superado el reto de llevarse a la futura esposa de otro a la cama y puede que ese fuera el final de nuestra historia. Me pregunté si lo siguiente que oiría sería un ya nos veremos por ahí o un ha estado bien, y el pensamiento me produjo un extraño dolor en el pecho.

-Sí, eso ayudaría -contesté, distraída, con la vista fija en el techo.

Erik percibió que algo no iba bien y su frente se pobló de arrugas. Tomó mi barbilla entre los dedos y me obligó a mirarlo. Encontrarme con sus chispeantes ojos azules me hizo sentir terriblemente culpable.

-¿Estás bien?

Asentí, pero no debí de convencerlo. Echó un vistazo rápido al despertador de la mesilla y de repente pareció agotado.

-Tengo que irme, pero podemos hablar luego. -Depositó un beso en mi frente con una ternura infinita-. Me encantaría que estuvieras aquí cuando regresara.

Y si... Erik Durm Donde viven las historias. Descúbrelo ahora