Capítulo 3
Ellos siguieron en silencio, mirándome fijo. Eran intimidantes, pero yo sabía que para salir victoriosa, debía resistir sin desviar la mirada. En un momento determinado aflojaron su postura. Sonreí, sin poder evitarlo.
—¿Y qué harás con la universidad? —preguntó mi cuñado, comenzando con el interrogatorio.
Grité triunfalmente en mi interior, al darme la palabra ya había ganado la mitad de la batalla. Ahora solo me quedaba contestar correctamente.
—Seguiré yendo —dije, moviendo mi dedo índice para apuntar a Owen—. El horario no afecta mis clases. Además, no son muchas horas.
—¿Pero no se te hará cuesta arriba cumplir con tantas cosas: escuela y trabajo —Pam enumeraba con sus dedos —además de lidiar con los estudiantes y compañeros de trabajo?
—Mucha gente lo hace y no ha muerto por ello. A eso agreguemos que ganaré el dinero para pagar la plaza y me sentiré bien por contribuir a tu bienestar.
Y con esas palabras di por ganada esa discusión, fue el jaque mate. Pam parpadeó un par de veces, intentando no llorar otra vez y hasta Owen tragó saliva con congoja.
—De acuerdo, pero si es demasiado para ti, debes decírnoslo —dijo una vez que controló su emoción.
—Por supuesto —afirmé, aunque no era del todo cierto. Aún si era demasiado, no dejaría que Pam llevara esa carga.
Luego de arreglar los detalles, cenamos en familia, aunque tuve que pedirle perdón a Jenna primero, porque no quería comer con nosotros. No porque realmente lo sintiera, sino porque recibí la charla de Pam de que ella es especial y no debemos exigirle cosas que sabemos que le cuestan, etc., etc.
Antes de llevarme de vuelta al campus, mi hermana habló con el jefe de la biblioteca y acordó hacerme la entrevista mañana por la tarde. Me dio un par de consejos de convivencia, que escuché, pero dudaba que me fueran a servir. Pam se hacía respetar a primera vista y si a alguien no le quedaba claro, se lo hacía entender de la manera más directa e intimidante. Nadie se metía con ella, pero yo era otro tema.
Mi carácter era más bien opuesto, yo era miedosa, no me quejaba si me molestaban, ni pedía respeto. No es que deseara ser así, pero era lo me salía. En otras palabras, era una perdedora.
—De acuerdo. Amy Lee Reeve, diecinueve años, no tienes experiencia laboral, vas a la Universidad, donde estudias para convertirte en profesora de Educación Física —el jefe leía mi currículum en voz alta con desinterés, algo que me ponía de los nervios.
Eran tres horas de martes a sábado. Tendría dos compañeros de trabajo: Sabrina y Leo. El jefe no me dijo su nombre y me mandó a que lo llamara Señor Peters. Era un gruñón, pero prometió dejarme trabajar allí hasta que Pam tuviera al bebé. Con ese gesto me bastaba.
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Ella es mi monstruo
Teen FictionCuando Amy Reeve comenzó la universidad, lo único que quería era jugar al voleyball con todo su ser. Y lo consiguió, junto con una fama arrolladora. Pero un error trajo consigo el desprestigio y se convirtió en la muchacha más odiada de la escuela d...