Capítulo 2

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-¡Janna! –Exclamó sorprendido y quedándose clavado en medio de la cocina.

-¡Paul! –Se asustó ella, dejando caer la taza de café y quemándose las piernas con el líquido-. ¡Ah! –Chilló de dolor, al tiempo que daba un salto atrás y se tocaba las piernas.

-¡Dios mío! –Se acercó veloz a ella con gran preocupación agachándose ante sus descubiertas piernas, y secándoselas con sus mangas de camisa para poder observar si había habido daño alguno-. ¿Aún te duele? –Le preguntó alzando la mirada y hallándola completamente abochornada.

-Solo me escuece un poco –Habló tímida.

-Espera, hay que mirar que no te vaya a salir ninguna ampolla –Señaló al tiempo que la alzaba en brazos, para sentarla seguidamente sobre el frío mármol.

-¡Paul! –Exclamó sorprendida por aquel gesto.

-Lo tienes un poco enrojecido, pero no creo que te salga ninguna ampolla –Confirmó tras tocarle el muslo en la zona irritada-. Pido disculpas por haberte sorprendido.

-No te preocupes –Seguía tímida-. La culpa la tengo yo, por ir con esta indumentaria fuera de mi habitación.

Fue entonces, cuando verdaderamente apreció la situación en la que se hallaban. Tenía a Janna, sentada sobre el mármol de la cocina. Iba simplemente vestida con una camiseta y suponía que unas braguitas... ¡Oh dios, ahora veía que su cuerpo había reaccionado ante aquello! Había acariciado aquellas largas y suaves piernas... Pero su preocupación por si había sufrido algún daño, no le había dejado ver que su cuerpo si estaba sintiendo todo lo de su alrededor. A ojos de cualquiera que pudiera aparecer en aquel momento por allí, lo único que vería es a Janna semi-vestida, con él entre sus piernas. Visiblemente, aquello era una representación de un momento de pasión sexual, en vez de un pequeño accidente doméstico.

Ahora, comprendía el porqué ella se hallaba completamente ruborizada. La miró unas milésimas de segundos a la cara. ¡Estaba realmente preciosa! Y su cuerpo la deseaba... ¡Maldita sea, era una niña! Y ahora lo tenía bien confirmado. Su actitud reflejaba cuan inocente llegaba a resultar.

-En eso tienes razón –Habló con voz dura, pero sin apartarse ni un ápice de ella. Su cuerpo, aún necesitaba un poco más de aquel suave y deseado contacto-. ¿En qué estabas pensando? Tienes suerte de que fuera yo quien apareciera por aquí.

-Lo siento, no me acordaba que muchos trabajadores venían a desayunar –Se disculpó, pero sintiendo un poco de rabia porque él la estuviera regañando como a una niña pequeña. No quería que él tuviera aquella visión de ella. Iba a cumplir la mayoría de edad y quería que él lo comprendiera-. Pero tampoco habría ocurrido nada malo si hubiese entrado alguno de los chicos.

-Querida, eso no es cierto –Le sonrió, al tiempo que se aproximaba más y cambiaba el tono de voz a uno más grave-.Son trabajadores, de los cuales muchos se quedan toda la semana a vivir aquí. No ven a ninguna mujer... Y ya puedes observar lo solitaria que se halla ésta cocina... Y si nada más abrir esa puerta, se hallan a una joven vestida como tú. Te aseguro que no saldrán corriendo y con una disculpa... Ellos, utilizarían todo su encanto para acercarse a ti –Las pulsaciones de la chica aumentaron cuando él acercó peligrosamente aún más su rostro, apenas se rozaban sus labios, al tiempo que su mirada iba de los ojos a sus labios-. Conseguirían acorralarte en un rincón, y una vez allí...

-Le daba éste mismo cachetón –Apareció por detrás Thelma, abofeteando al hombre con buen humor.

-¡Hay Thelma! –Protestó llevándose sus manos a la cabeza.

-No te quejes tanto –Le guiñó un ojo a la joven chica-. Yo solo estaba participando en la demostración...

-Gracias Thelma –Se bajó de la encimera y le dio un abrazo a la mujer-. Voy arriba a cambiarme.

Inocencia Robada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora