Capítulo 12

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Por un segundo, solo uno... Se vio cumpliendo aquella inocente petición. Tumbándose junto al dulce cuerpo de la chica, y rodeándola con sus fuertes brazos para consolarla.

Pero se conocía muy bien, para saber que sus movimientos en ningún momento serían inocentes, al nivel que ella le estaba pidiendo.

Aquello. El tenerla junto a él sentada en una cómoda cama, es lo que había estado imaginándose por años, todas las noches cuando se hallaba completamente solo. Habiendo de ir más de una vez, a darse una molesta ducha de agua fría.

Sabía que visto desde afuera, si cometía una estupidez como aquella. Sería calificado como un maldito cerdo, por más de una persona.

Aunque mirando a sus ojos, tenía otro motivo para no dar ningún paso en falso.

En ellos, por más que mirara a cada minuto del día. No encontraba reflejado aquel brillo de admiración y deseo, con el que siempre le había brindado la joven.

Debía contenerse, ahora era un extraño para ella.

Ni ella era aún su Janna, ni él era su amor de juventud. No señor, ahora era su desconocido marido pero sin ningún derecho, referente a todo lo que abarcara aquella categoría.

-¿Y si mejor bajamos a la cocina, donde te prepararé un delicioso vaso de leche con cacao en polvo, como a ti te gusta? -Le preguntó con tono cariñoso y esperanzador, para que no notara toda la tensión que estaba soportando en aquel momento su cuerpo y corazón.

-¡OH, vaya! -Susurró Janna en tono apagado y bajando un momento la mirada con vergüenza.

Paul, notó rápido el cambio de actitud en ella.

-¿Qué te ocurre pequeña?

Preguntó con tono meloso, al tiempo que con suma delicadeza, agarraba la barbilla de la joven, para volver alzarle la mirada hacia él. Descubriendo asombrado que el color gris, que había dominado su tez por un buen rato a causa del pánico por aquella pesadilla, había abandonado su rostro por el precioso tono sonrosado de cuando se sentía apurada.

Solo supo devorarla con sus ojos completamente maravillado. Encantado de volver a ver algo de su Janna.

Sonriendo brevemente, al recordar que mayormente le había obsequiado con aquella expresión, cuando ella rondaba trece años y se veía contenta, porque él le prestara total dedicación cuando hacía alguna pregunta interesante, respecto al trabajo en el rancho.

Que tiempos tan hermosos.

Pensó con algo de dolor, al hallarse en la incertidumbre de si ella, volvería alguna vez ha recordar todo aquello.

-Perdona... -Soltó en un hilo de voz-. Es solo, que me di cuenta que no conozco tus gustos... Cuando tú sí -Sus mejillas volvieron a encenderse, logrando que el corazón del hombre tuviera un vuelco al verla tan preciosa como siempre.

-No pasa nada pequeña -Susurró con voz ronca, debido al enorme deseo que estaba sintiendo y tratando de controlar con gran voluntad-. Poco a poco... Ahora, vamos hacerte ese vaso de leche.

Las ocho de la mañana.

Lo poco animada que se sentía, desde que se había despertado aquella mañana no hacía mucho rato, había acabado desapareciendo en un periquete, nada más cruzar por la puerta que te llevaba a la gran cocina.

Allí, la realidad había vuelto a golpearla haciéndola sentirse en un enorme vacío.

No sabía qué hacer, observó preocupada.

Inocencia Robada Donde viven las historias. Descúbrelo ahora