Una hora.

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Ambos rieron encantados. Cuando bajaron de las escaleras, le vieron ahí de pie en el comedor, a un lado de la mesa.

—Stiles —dijo Derek caminando hasta él. Su ropa constaba de una gran chamarra verde oscuro y unos pantalones holgados militares verde olivo, y unas botas cafés que le hacían verse unos dos centímetros más altos.

—Derek... —musitó el castaño mientas el joven Hale le estrujaba entre sus brazos con fuerza. Los ojos del castaño se abrieron más de lo acostumbrado. Derek dejó su rostro oculto por un buen rato en el cuello del de ojos whisky.

—¿Estás bien? —preguntó el moreno viéndolo a los ojos después de un buen rato. Sus pulgares se instalaron en el rostro del chico, especialmente en las mejillas.

—Sí... —Derek estaba, muy raro. Esa forma tan atenta de ser sólo la tenía con Lydia.

—Pensé muchas cosas pero... Ya estoy de vuelta en casa, nuestra casa —respondió con entusiasmo el moreno, mostrando de forma más amplia esos adorables dientes de conejo.

¿Acaso Peter tenía razón? ¿Derek ya no le dejaría? ¿Pero sería para siempre? ¿Stiles podría dejar a Theo quién le esperaba en casa? De cualquier forma no quería arriesgarse a perder a Theo, sí le amaba. Aunque ahora tenía dos casas.

—¿Dónde estabas? —preguntó la chica Martín con los brazos en forma de olla.

—Estaba con mi tienda de campaña en el parque, a cuatro calles de aquí —explicó, su expresión había dejado de ser tan seria, ahora parecía más abierto a cualquier cosa—. Ese parque sí que me enseñó cosas.

—Sólo pasaste ahí unas horas —comentó Stiles con el ceño fruncido.

—¿Y qué? Hice unas cosa llamada meditación —habló caminando hasta donde estaba el refrigerador. Metió ahí unas bebidas y después volvió con los chicos.

—¿Quieren unas cervezas? —preguntó con los embaces en las manos.

—Bueno —dijo Lydia, no había tomado como se merecía el día anterior.

—No estoy muy seguro —respondió inseguro el castaño con las manos jugueteando entre ellas a la altura del pecho. Habían pasados muchos días sin no alcohol. Se estaba preocupando de caer en un nuevo vicio. Ya no había días de sobriedad.

—Vamos Stiles, te encanta la bebida. ¿Me vas a decir que no esta vez? —cuestionó acercándose a él con el brazo extendido. Daba pasos pequeños.

—Prometí decirte que no cuantas veces pudiera —pensó con los ojos muy abiertos y la mirada fija en la belleza del chico Hale. Daba pasos grandes hacia atrás.

—Stiles —insistió de nueva cuenta, cada vez parecía más cercano.

El cuerpo del muchacho Stilinski chocó contra una columna dentro de la casa. Ojalá esa misma columna hubiera amortiguado su casi caída aquel día, del beso.

—Bueno —aceptó con los labios apretados, extendió su mano temblorosa hasta el moreno. Sus dedos se tocaron, normal, pero no para ninguno de los dos.

Ese roce, había sido caluroso alrededor de la bebida fría y clara soleada. Su mano se mojó y humedeció con las gotas de agua a baja temperatura. Odió eso, se habían llevado el calor proveniente de la mano de Derek.

—Oigan ¿y Scott? He llegado a extrañar su molesta presencia —admitió el moreno quien al girar vio al otro moreno entrar por la puerta.

—Ya llegué ¿me extrañaron? —preguntó el chico con una bolsa grande Doritos Nacho (con salsa) sostenida por sus manos.

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