Prólogo

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Podía ver el atardecer realizarse con las grandes y extensas nubes sobre el sol siendo reflejadas por la luz roja del astro, contrastando con el azul imposiblemente nítido. Las cosas ya estaban casi listas, muchos sombreros de fiesta y lentes con el número 2016. Sentado sobre una silla en el jardín trasero de una casa, estaba el castaño, con ropa de moda, sólo su primer atuendo del día, y faltaban otros cinco. El aire era fuerte sobre su rostro, una mano la había dejado caer a un costado con aspecto de ser inservible y la otra la tenía aferrada a un vaso de fría limonada, el vidrio goteaba de todos lados, sus húmedas manos con agua fría se sentían no agradables. Sus lentes de sol le cubrían los ojos y quedaban por completo con su cabello perfectamente peinado, se veía superior, su boca sólo era una línea recta y su nariz se alzaba con imponencia. Las personas pasaban frente a él con cajas de cosas, y otras con sillas y otras con bocinas y cables, todos era como sus esclavos, aunque en realidad todos eran voluntarios.

—¡Ey! —gritó de repente rompiendo la armonía del desorden—. ¡Eso va del otro lado! —le indicó a un chico moreno y alto con una caja de adornos entre los brazos. El chico hizo un gesto como diciendo si era a él a quien le decía—. Sí, tú, ¡Lydia va a enfadarse si no pones eso donde va!

El muchacho le hizo caso con respeto y fue hacia donde Stiles le había indicado. El castaño suspiró, inclinando un poco la cabeza mientras negaba de forma ligera, tomó aire de forma profunda, y dirigió su faz a la del cielo, como rogando que todo terminara más rápido, pues era una agonía. Una lágrima se le escurrió por el rabillo, y apretó los ojos además de los puños, un pequeño sollozo se le escapó mientras su cuerpo se movió con un movimiento espasmódico, sus ojos se apretaron más de lo que ya estaban y su cara se frunció en demasía de lo que quería. Parpadeó, de pronto su llanto pudo ser contenido como si no hubiera pasado nada, como si tan sólo ese acto hubiera sido una farsa momentánea para desaburrirse, puso semblante serio de nuevo, parecía un muñeco bello y perfecto en la silla, inmóvil, con una gota brillante escurriendo sobre su piel perfecta. Respiraba hondo, imaginando que estaba en el fondo de un lago de agua por completo cristalina. Sintiendo como el agua le movía los cabellos con lentos movimientos, y se hidrataba su piel. Ya no debía pensar en Theo más, su corazón se quebraba con tan sólo pensar en aquel recuerdo, en aquella cosa que jamás recuperaría. En ese angelical rostro de perfecta sonrisa, y que todos los días le dijera "Te Amo" más de una vez al día, ni siquiera tenía que pedirlo, las palabras le llegaban de la boca de su novio a sus oídos.

Se las había pasado cuatro días llorando, la herida dolía tanto como el primero de ellos, pero por alguna razón, se había quedado seco, ya no podía llorar más, el dolor estaba empezando a ser tan fuerte que ya casi no se sentía, le estaba llevando a la punta del Everest del sufrimiento, iba a tardar en llegar hasta allá, y justo cuando pensara que el dolor ya había menguado, iba a caer desde aquel punto tan alto hasta las profundidades del océano, si nada que le detuviera, mientras tanto, sólo esperaba ese momento, sentado en aquella silla tan malditamente blanca sin sentimientos, sin nada, por un momento se sintió como ella, plástica, dura, blanca, sin colores, sin vida, sólo para empezar a ser usada, como un objeto, sentía que había perdido su humanidad y el sentido de la vida.

—Ya regresé —avisó Lydia con su nuevo cambio de vestido, que se componía de una falda negra pegada a las piernas (no por nada había ido al gimnasio la mitad del año en las mañanas) y una escote con forma de corazón blanco que salía de la falda, con marco negro, la espalda completamente descubierta. El cabello bien peinado y ondulado hasta la cadera y maquillaje, natural, todavía no llegaba lo extravagante pero sólo era cuestión de que fueran avanzando las horas.

En cuanto los muchachos ayudantes escucharon su voz, se pusieron a chiflarle cuando le vieron poner los altos tacones negros en el césped y caminar con gracia sobre el patio hasta llegar a Stiles.

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