CAPÍTULO VII

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Edward salió del salón de clases y llegó al corredor donde, para su sorpresa, lo esperaba Tobias Tyler. Conforme se dirigían a su siguiente clase, Tobias comentaba sobre cuán grande había sido su impresión con respecto a la clase anterior. Edward tampoco podía salir de su asombro, pues por fin luego de una larga espera puso sus manos sobre tan fascinante invención, y lo hizo evidente en su conversación con el joven Tyler. Hablaron todo el trayecto hasta su siguiente clase, «Aritmética, Álgebra y Cálculo».

Finalizada esta clase y las posteriores, llegó la hora del almuerzo. Edward se dirigió al comedor del instituto, el cual lo ocupaba todo un edificio completo. El lugar estaba repleto de mesas ocupadas por grupos de estudiantes. Cada uno de ellos se sentaba junto a quienes identificaba como parte de un colectivo al cual pertenecían, conformados en su mayoría alumnos del segundo y tercer grado. Podían verse a los miembros del equipo de windenboll en una mesa, a los jugadores de schlackboll en otra, a los atletas, corredores, nadadores y gimnastas, a los músicos de la orquesta del instituto, a los artistas, los del club de teatro, el grupo de estudiantes de alto aprovechamiento y los descendientes de empresarios ricos y acaudalados, jóvenes que se destacaban por su alto estatus social y a la mayoría de los cuales sólo el señor Everwood sus hermanos conocían, todos ellos en sus respectivas mesas. El resto de los estudiantes que pertenecían al primer grado se sentaban juntos en las mesas que encontraban disponibles pues aún no había un grupo en específico al que pertenecieran. Por el comedor iban y venían numerosos sirvientes que llevaban los alimentos que los estudiantes habían pedido y que además atendían cualquiera de sus necesidades.

Y mientras que para Edward era un tanto complicado encontrar un asiento disponible para sentarse a almorzar, para Tobias en cambio esto resultó ser lo más sencillo. Sucedió entonces que, durante el trayecto a su tercera clase, se topó con un grupo de estudiantes de segundo grado que practicaban windenboll, con quienes congenió con suma facilidad; de hecho, les aclaró que la razón por la que él había logrado ingresar a un instituto de tan alta alcurnia, a pesar de sus notas no tan perfectas y sus humildes orígenes, era que había conseguido un apoyo para estudiantes deportistas con la intención de aprovechar al máximo sus habilidades en dichas actividades. Entonces, los miembros del equipo decidieron probar un poco sus lanzamientos y su velocidad. Al conocer el potencial talento del muchacho, e incluso vislumbrar la posibilidad de anexarlo como un integrante valioso en el equipo, le ofrecieron un lugar dentro de su círculo de amistades.

Al ver a su compañero, y ahora gran amigo, de pie conforme buscaba un sitio donde encajar, Tobias intentó ofrecerle un espacio dentro de la mesa en la que se encontraba, espacio que le fue negado por órdenes del actual capitán del equipo pues Edward ni era integrante del equipo ni mucho menos practicante o conocedor del deporte. Edward entendió a la perfección este hecho, se disculpó con los miembros del equipo deportivo y acto seguido se retiró a otra mesa, cosa que a Tobias no le pareció adecuado pero que se prefirió callar pues no quería poner en riesgo su permanencia en ese grupo.

Cerca de la mesa donde se encontraban los estudiantes de alta estirpe estaba una mesa solitaria con mantel blanco y dos sillas. Luego de tomar asiento, uno de los sirvientes se acercó para entregarle un menú y esperó para tomar su orden. Hecho esto, el sirviente se retiró y aparecieron otros sirvientes que procedieron a colocar en su mesa cubiertos, un vaso con agua, un cesto con panes, frutas y una servilleta.

—Niño, ¿extraviaste tu camino a casa? ¿O es que tu madre acaso no sabe que esta no es una escuela de párvulos? —preguntó una voz burlona proveniente de la mesa de los jóvenes de alta alcurnia.

Edward volvió su mirada hacia el lugar de donde provenía la voz y encontró que se trataba de un muchacho alto para su edad, un año mayor que Edward pero que estudiaba en su mismo grado, de gran condición física y que podría considerarse como alguien apuesto, de pie con sus manos apoyadas sobre la cintura. Su cabellera era castaña clara a la que poco le faltaba para ser rubia, sus ojos color eran de color marrón con un leve tinte verde y su tono de piel era bastante clara. A su lado tenía un séquito de seguidores, tanto hombres como mujeres, que disfrutaban del pequeño banquete que les habían servido mientras platicaban y reían a carcajada suelta. 

Edward EverwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora