Ahora bien, aconteció durante la segunda semana del quinto mes un hecho sin precedentes en el instituto, un evento que, a partir de su conclusión, haría que las vidas de Edward y Tobias cambiaran por completo.
Todo comenzó el día nueve de ese mes durante la hora del almuerzo. Edward se encontraba junto a sus compañeros de Club de Ciencias y también su inseparable amigo Tobias, mientras que en una mesa cercana Hawthorne Hollingsworth disfrutaba también de su almuerzo junto a la comitiva que por lo general tenía la costumbre de seguirlo. Al parecer Hawthorne se encontraba de muy buen humor ese día por un asunto personal que había concluido de una forma favorable para él, por lo que era posible escuchar su estruendosa risa y su regocijo por todo el comedor. Edward, mientras tanto, se sentía feliz de que, en ese momento, como el muchacho acostumbraba hacerlo, Hawthorne no lo molestase con algún comentario hiriente o broma de mal gusto.
Tal era el alborozo del joven por las beneficiosas circunstancias por las que atravesaba que se puso de pie una vez que terminó de comer, y con un vaso de jugo de frutas en la mano exclamó hacia sus amigos:
—Caballeros, y apreciables señoritas, ¡hoy pagaré sus cuentas!
La respuesta de sus amigos no se hizo esperar pues en estruendoso aplauso y gritos jubilosos aceptaron la oferta de su líder.
De pronto, la radiante expresión de su rostro comenzó a deshacerse poco a poco hasta convertirse en un gesto colmado de inquietud y total desasosiego. Hawthorne procedió entonces a buscar su cartera dentro de su chaqueta, pero al no encontrarla en el bolsillo en el que acostumbraba guardarla procedió entonces a buscarla en los otros bolsillos de su chaqueta e incluso en sus pantalones. Como resultó infructuosa la primera búsqueda, revisó también dentro de su lujoso maletín para ver si allí la había dejado por accidente. Revolvió cada cosa para ver si allí lograría verla, pero todo su esfuerzo fue en vano pues la billetera no aparecía por ningún sitio.
—No puede ser. ¡No puede ser! ¡No encuentro mi cartera! —expresó afligido, a lo que sus amigos respondieron con sonoras y burlonas carcajadas.
—Muy gracioso, Hollingsworth, pero si lo que en realidad querías era hacernos una jugarreta para que al final nosotros pagásemos todo, hubieras utilizado un truco más original, ¿no lo crees? —comentó el más cercano de sus amigos.
—No creas que bromeo, Richard. No logro encontrar mi cartera. ¿Alguien de ustedes la ha visto? —preguntó a sus colegas, pero sólo recibió respuestas negativas de ellos—. ¡Escúchenme todos! ¡Por favor, compañeros, préstenme su atención! —comenzó a gritar conforme se ponía de pie sobre la silla al tiempo que golpeaba un vaso de cristal con una cuchara, lo que captó la atención de todos los presentes, incluso de Edward—. He extraviado mi cartera. Si alguno de ustedes la ha visto, por favor devuélvamela. Le prometo una recompensa de 100 mongelds a quien la entregue.
De inmediato, todos los oyentes comenzaron a revisar en el suelo y en otras partes a ver si alguno de ellos la encontraba, incluido a Tobias quien se mostraba muy entusiasmado con la idea de la recompensa; después de todo, 100 mongelds era dinero suficiente como para que su familia comiera una exquisita cena esa noche.
—Si lo desea puedo hacerle un préstamo para que pague su cuenta —sugirió Edward a Hawthorne a la vez que agitaba con una cucharilla un vaso con agua en el que había vertido un frasco de su medicamento.
—Ni siquiera fuera de mis cabales aceptaría tan burda oferta de tu parte, Everwood —respondió con una mirada llena de indignación.
—Como usted lo desee, Hollingsworth; yo sólo intentaba ofrecerle mi ayuda —agregó.
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Edward Everwood
Science FictionVivir... Morir... ¿Vivir de nuevo? ¿Morir otra vez? Y, ¿qué les parece vivir por tercera ocasión? Pero, ¿será esto posible? Las crónicas de Couland cuentan sobre la vida del menor de los descendientes del célebre clan Everwood, quién se atrevió a...