CAPÍTULO XXIX

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Edward llegó esa mañana al instituto, temprano como tenía por costumbre. Caminó con lentitud a través del camino que conducía hacia la entrada principal. Hacía algunos meses que no asistía, pero para él parecían haber sido años, e incluso sintió el lugar como desconocido o como si hubiesen ocurrido numerosos cambios durante su ausencia.

—Es agradable estar de vuelta —comentó para sí mismo conforme avanzaba por dicho sendero.

Fue en ese momento cuando notó la presencia de tres personas muy apreciadas por él, las cuales conversaban frente a la puerta del instituto sin siquiera percatarse del arribo de su amigo.

—Buen día tengan ustedes, amigos —los saludó con voz suave y calmada.

—¡Edward! —dijo Rachel al volverse, llena de sorpresa.

—¡Señor Edward! —clamó Tobias con total entusiasmo y se lanzó a abrazarlo con efusividad.

—También estoy feliz de verte, amigo —dijo Edward, y lo rodeó con su brazo; después de eso, procedió entonces a saludar a Rachel y a Esther.

—Extrañábamos mucho tu presencia en este lugar —comentó Rachel—, el instituto comenzaba a parecer vacío e invernal sin tu presencia.

—Gracias, Rachel —respondió con las mejillas sonrojadas.

—¡No puede ser! ¡Una aparición! ¡Un muerto viviente camina entre nosotros! —clamó con tono de burla y fingió temor una voz que se acercaba a la entrada del instituto, nadie más sino el joven Hollingsworth.

Sus expresiones de mofa provocaron la más estentórea risa por parte de quienes le acompañaban, además de festejar su ingeniosidad.

Los cuatro amigos se volvieron con gesto por demás indignado excepto Edward, quien tan sólo exhaló un leve suspiro, cerró sus ojos y agachó y meneó la cabeza de lado a lado.

—Tranquilos, tranquilos —ordenó Hawthorne a su grupo de seguidores con las manos levantadas—. Que no se fastidie su alma, que esto es tan sólo una broma.

—Tiene un sentido del humor muy peculiar, joven Hollingsworth —reclamó Esther con marcado tono ofendido en sus palabras.

—Entonces me disculpo, señoritas; aunque, con toda sinceridad les digo que por poco y me vi tentado a expresar mis condolencias a su familia. Su tiempo de ausencia me hizo pensar que en verdad ya no se encontraba entre los vivos. Es un regocijo saber que mis temores han sido refutados.

—Su disculpa ha resultado ser todavía más ofensiva que su broma —expresó Tobias, quien se mostraba por completo fastidiado por la presencia y las palabras de Hawthorne.

—Oh, vaya; con nada puedo hacerlos felices —dijo con aire fingido de inocencia.

—Rachel, Tobias, señorita Sadler, por favor absténganse de escuchar las necedades de este émulo de hombre y mejor procedamos a dirigirnos a nuestros salones de clases —solicitó Edward en voz baja y tono serio.

—Nos parece adecuado —dijeron Rachel y Esther.

—Está bien, señor Edward —dijo Tobias, y acto seguido, los cuatro amigos partieron y se dirigieron con rumbo al edificio escolar.

Hawthorne Hollingsworth colocó una sonrisa triunfante en su rostro, como si hubiese una batalla contra un poderoso rival. Rachel volvió la mirada hacia él mientras caminaba, y pudo percibir su expresión orgullosa, lo que le hizo manifestar una gran indignación en su semblante.

Entonces se detuvo y comenzó a caminar hacia Hawthorne, quien la contempló con cierto extrañamiento, en particular porque sonreía con dulzura y caminaba a paso grácil y tranquilo.

Edward EverwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora