CAPÍTULO L

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En el preciso instante que se escuchó el bramido, las puertas de entrada y de salida se cerraron con tan estrepitoso estruendo que pocos de los que dentro de la habitación se encontraban sintieron un sobresalto. Entonces, aquello que se encontraba en la parte superior del edificio emitió otro extraño rugido y comenzó a moverse, lo que atrajo la atención del grupo.

Ahora bien, en cuanto a lo que en el acertijo de Hausner Reutter se le conocía como la «bestia dormilona», lo que alcanzaba a distinguirse desde el suelo era un extraño bulto de color negro que parecía estar cubierto por placas delgadas similares a plumas, y que reposaba con el cuerpo encogido, suspendido del techo por las patas traseras. Entonces, la bestia extendió un par de alas que poseían el mismo recubrimiento de placas oscuras delgadas, las cuales eran más largas. Asimismo, en sus alas se alcanzaban a distinguir algo similar a garras con dedos largos cada una, compuestas por un dedo pulgar, un dedo índice y un dedo medio.

La bestia extendió entonces su cuello, y este era largo y cubierto con la misma clase de láminas delgadas. En cuanto a su cabeza, esta se asemejaba a la de una gran ave depredadora, como un águila arpía; con un pico largo y grueso y ojos de color amarillo que resaltaban sobre el oscuro color de su cuerpo. Varias de las mismas placas similares a plumas largas surgían de su cabeza hacia atrás a manera de ornamenta, y poseía un par de orejas similares a las de un búho.

La bestia giró su cuello de un lado al otro y echó un vistazo a los integrantes del grupo. Cuando concluyó, se soltó del techo y se dejó caer. Este acto resultó sorpresivo para los miembros del grupo, a tal grado que se apartaron del centro de la habitación y se colocaron cerca de las paredes.

Conforme caía, el cuerpo de la bestia dio un giro y se enderezó para caer al suelo apoyado en sus patas traseras y usaba sus alas como patas delanteras. Su aterrizaje provocó que se levantara una gran cantidad de polvo del suelo, lo que les obligó a cubrirse el rostro. La bestia abandonó su postura cuadrúpeda y adoptó una posición bípeda con su peso equilibrado sobre su larga cola cubierta con láminas similares a plumas, en cuyo extremo había un pequeño conjunto de las mismas a manera de adorno, y con las alas replegadas contra su cuerpo.

Entonces, la bestia comenzó a caminar. Deambuló por el gran cuarto de un lado al otro y volvía la cabeza mientras observaba con detenimiento a los presentes a la vez que emitía un sonido similar al ronroneo de un felino. Concentró su atención en un par de jóvenes amigos paralizados por el temor, como si pudiese ver el miedo que transcurría a través de sus cuerpos, y se dirigió hacia ellos con paso apresurado. La bestia abrió su boca y enseñó un conjunto de temibles y filosos colmillos, para entonces arrojar un potente rugido hacia los dos jóvenes.

—¡Viene hacia nosotros! —expresó aterrado el joven Tyler—. ¿Qué hacemos, señor Edward? —inquirió, pero su amigo no profirió palabra alguna. Era evidente, por sus ojos desorbitados, su barbilla temblorosa y su rostro pálido, que el pavor lo había inmovilizado por completo—. ¡Señor Edward! —clamó Tobias en un intento por que su amigo reaccionara conforme la bestia se acercaba más y más, pero sus esfuerzos resultaron infructuosos.

La bestia se agazapó sobre el suelo y utilizó sus garras delanteras para ayudarse a caminar de la misma forma que lo hizo cuando aterrizó. Acto seguido abrió su boca, y dentro de ella podía verse una gran flama encendida.

—¡Oh, no! —masculló Tobias.

Veloz como el relámpago, la bestia comenzó a arrojar una poderosa llamarada hacia los dos jóvenes, ante la impotente, aterrada y perturbada mirada del resto de sus compañeros.

—¡Edward! ¡Joven Tyler! ¡No! —exclamó la joven Raudebaugh al tiempo que cubría su rostro con sus manos, y luego volvió su cuerpo en la dirección contraria. El profesor Kallagher, cuyo semblante se evidenciaba consternado, acogió en su seno a su afectada alumna y la cubrió con sus manos.

Edward EverwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora