CAPÍTULO XXX

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La siguiente semana transcurrió sin demasiada novedad durante los primeros días. El día miércoles, el décimo primer día del décimo mes en el año 1871, Rachel Raudebaugh llegó al instituto con una expresión llena de regocijo en su rostro, mucho más del que era común notar en ella. Su sonrisa era cálida y radiante, y contrastaba con el fresco clima que comenzaba a reinar en el país durante esa época del año, y su ánimo era tal que contagiaba y alegraba el día hasta del más melancólico de los estudiantes que allí se encontraban.

—Buen día, Edward —lo saludó con total entusiasmo.

—Buen día, Rachel. Noto gran alborozo en tu rostro. ¿Hay alguna nueva en tu vida que te ha llevado a tal estado de júbilo?

—Así es, Edward —respondió, y entonces permaneció en silencio y sonriente.

—Y bien, ¿de qué se trata? —inquirió después de una breve pausa un tanto incómoda.

—Es una sorpresa. En su debido momento haré llegar más información al respecto —aseguró Rachel.

—Entonces aguardaré con paciencia la llegada de ese día —dijo, y Rachel sonrió con dulzura ante la respuesta de Edward—. Vayamos a clases —indicó Edward, y luego ofreció su brazo a Rachel, quien lo tomó con delicadeza, y de esta forma caminaron juntos hasta su salón de clases.

Al ingresar al salón de clases, acompañados también de Esther y Tobias quienes los seguían, tomaron sus respectivos asientos. Como la clase todavía no iniciaba, Rachel aprovechó para conversar con unas compañeras de clase, por lo que dejó sus cosas sobre su escritorio. Edward volvió la mirada hacia su lugar, y dio un breve vistazo a los efectos personales de Rachel. Entonces, alcanzó a notar algo que capturó su atención.

Entre el libro de texto de la clase de Literatura y su cuaderno se encontraba un sobre blanco, del cual se asomaba una pequeña porción.

«Una carta» pensó. «Tal vez sea esa la razón que le haya hecho el día. Pero, ¿quién pudo haberla enviado? ¿Se tratará acaso de algún amigo? ¿Algún familiar? ¿O habrá recibido alguna noticia referente a ella y a lo sucedido tras la muerte de sus padres?» se preguntó. «Tal vez arrestaron al asesino. Si es así, serían motivos adecuados para sentir dicha. Quizá si...» pensó, y se vio tentado a tomarla; pero entonces se detuvo. «No. Debo respetar su privacidad. Prefiero resistir y esperar hasta que ella decida compartir más detalles con respecto a ese misterio» concluyó.

Fue en ese momento cuando el profesor llegó al salón y la clase dio inicio. Durante el resto del día de clases, y los siguientes días después de este, Edward no tocó el tema de la carta, ni mucho menos de la razón por la que Rachel se mostraba tan contenta esos días; a pesar de que la curiosidad por conocer el remitente de dicha carta lo devoraba por dentro con suma intensidad. En su lugar, utilizó la información que, hasta ese momento, Rachel había compartido con él para llegar a una conclusión de dicho enigma.

No fue sino hasta el día viernes, el décimo tercer día del décimo mes, a la hora en la que los estudiantes se dirigían a sus respectivas actividades extraescolares, cuando Rachel se dirigió a Edward.

—Edward, ¿tienes algún plan para el día de mañana? —preguntó Rachel

—Tan sólo algunas actividades por la mañana, y quizá durante parte de la tarde. ¿Y tú? ¿Tienes algo planeado para ese día?

—En efecto, Edward. Nuestra familia va a organizar una cena; tendremos a algunos invitados especiales esa noche y pienso invitarte.

—Si es así, entonces con mucho gusto me presentaré.

Edward EverwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora