CAPÍTULO XXXI

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Habían transcurrido media hora después de las diez de la noche, y Rachel había permanecido en su habitación durante todo ese espacio de tiempo. Mientras tanto, en la sala de estar permanecían los presentes a la cena de esa noche. Hasta el momento, ninguno de ellos había proferido palabra alguna; un silencio incómodo reinó en esa habitación desde que la joven Raudebaugh se retiró.

Los Donovan y los Sadler se mostraban despreocupados y optimistas. De hecho, el mismo Devon se notaba sereno, mas no indiferente, ante lo que la señorita Raudebaugh pudiera decidir. Sin embargo, a Edward le concernía lo que Rachel dictaminara con respecto a su futuro, pues esto podría significar el fin de cualquier relación de carácter sentimental que podría establecer con ella. Debido a ello, su semblante era serio y colmado de inquietud. Sin embargo, a cada ocasión en la que Devon volvía la mirada hacia él, y Edward lo notaba, cambiaba su gesto por una sonrisa nerviosa y asentía con amabilidad; aunque después regresaba a su anterior expresión.

—Ya ha transcurrido mucho tiempo —opinó la señora Sadler—; quizá deberíamos averiguar que sucedió con mi sobrina.

—De acuerdo —accedió el señor Sadler—. Esther, ¿podrías ir a...?

El señor Sadler no terminó de emitir su orden cuando una puerta que se cerraba y unos pasos que se acercaban sonaron a la distancia. Fue entonces cuando Rachel apareció en la entrada de la sala de estar y, de inmediato, toda alma presente se puso de pie.

—He meditado durante todo este tiempo en su ofrecimiento, joven Donovan, y he llegado a una conclusión al respecto —expresó Rachel; entonces hizo una breve pausa.

Edward tragó un poco de saliva, lo que se le hizo difícil pasar por el nudo que se había formado en su garganta.

—De acuerdo —añadió el señor Donovan—; puede hablar cuando lo desee.

Rachel asintió, y después dio un breve vistazo hacia Edward. En ese fugaz momento, el joven Everwood logró contemplar el rostro de Rachel, y su gesto preocupado y con un dejo de tristeza le hicieron saber que no le aguardaban buenas noticias, lo que le hizo soltar tan hondo suspiro que captó la atención de Esther.

—He decidido... aceptar su proposición —declaró, y poco a poco mutó su mueca seria por una afable y menuda sonrisa.

Jamás cinco palabras tuvieron tanto efecto sobre diferentes personas. Devon se dirigió donde Rachel, tomó el anillo de su caja y luego la mano derecha de la señorita Raudebaugh para colocar el anillo. Llevado a cabo este acto, el matrimonio Donovan, a similitud del matrimonio Sadler, clamaron con júbilo y procedieron a felicitar a Rachel y a Donovan, así como a felicitarse entre ellos. Edward y Esther, por su parte, permanecieron apartados por un momento mientras se miraban el uno al otro; Esther le dedicaba miradas con un toque de pena a Edward, mientras que en el rostro de él podía verse cierta tristeza y seriedad.

—Hija querida, mozo Everwood, ¿no piensan acaso venir a felicitar a Rachel y al mozo Donovan? —preguntó la señora Sadler.

—Por supuesto, madre —respondió Esther, y de inmediato se dirigió a hacer tal como su madre solicitó.

Mientras se dirigía a llevar a cabo esto, volvió su vista hacia Edward y le dedicó una mirada compasiva. Edward no hizo otra cosa sino asentir, y también hizo lo mismo que ella.

—Felicidades, prima querida —expresó Esther para después abrazarla.

—Gracias, Esther.

En ese momento Edward se acercó, y Rachel dejó de abrazar a Esther. Edward no dijo palabra alguna, ni mucho menos Rachel lo hizo. Permanecieron así por unos breves instantes hasta que Edward tomó la iniciativa.

Edward EverwoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora