La quiero más que a nada

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Blaze's Mini-Pov:

Me levanté con pesadez a las dos de la tarde. De verdad, no les recomiendo quedarse hasta el alba pensando en cómo evitar al tipo al que le gustas y se pone romántico contigo. Dije que le daría una posibilidad, no dije que se lo haría todo más sencillo.
      Luego de una rápida ducha, me vestí y me dirigí hacia cualquier parte de la isla. Recuerdo que aquel día era feriado regional. ¡Qué suerte!, ¿verdad?
      Entonces, me dirigí al acantilado al que Silver me había llevado aquella vez. Necesitaba ver otra vez la imagen de aquel mar azul contrastando con el cielo naranja.
      Grave error.

Silver's Mini-Pov:

«Oye, ¿esa no es Blaze?» me comentó mi subconsciente cuando, por razones de la vida, miré hacia una de las entradas del parque y la vi entrar un poco distraída.
      Necesitaba aclararme la mente. Tantas emociones juntas iban a hacer explotar mi cerebro. Por eso decidí ir a dar un paseo por toda la isla.
      Ahora me alegro de haberlo hecho.
      «No lo sé» le respondí, o más bien, me respondí.
      Quise levantarme de la banca en la que estaba y correr lo más lejos de ella que pudiese. Sabía que me haría quedar en ridículo a mí mismo por enésima vez.
      —Hola, Blazy —le saludé con la mano, tratando de ocultar lo emocionado que estaba de verla por allá.
      —Ah, hola Silver —me respondió con pesadez.
      «¿Por qué estás tan fría? ¿Qué hice ahora? ¿No te gustó mi obsequio?»
      No lo comprendía. De pronto, la posibilidad de que mi regalo le hubiera ofendido llegó a mi mente y me hizo entremecer. Traté de disimular mi reacción sentándome otra vez.
      La mire de reojo. Ella miraba para otro lado, supongo que no quería chocar miradas.
      —¿Qué ocurre? —estaba preocupado por su estado, sin embargo, soné angustiado.
      —Oh, ammm... nada.
      —¿Estás enojada? —ella comenzó a avanzar lentamente. Me paré y la imité enseguida.
      —No. Te aseguro que no.
      Lo que había aprendido en todos esos años de vivir en un lugar con chicas por doquier era que cuando una dice que no esta enojada, es porque estaba echando humo en realidad.
      —Vamos, eres pésima mintiendo. ¿Qué te pasa?
      —Nada, de verdad —y aceleró el paso, alejándose de mí.
      Me detuve en seco. Aquella reacción me había dolido. La quería. La quería más que a nada... pero ella no me quería.
      Deseaba poder enseñarle a amar. A quererme como lo hacía yo...
      Seguí caminando enfrascado en el tema hasta que llegué a mi LPP, Lugar de Pensar Privado.
      Cuando llegué, retiré los arbustos. Enfoqué mi vista en el pasto y, para mi sorpresa, vi una sombra allí. Mi corazón se aceleró. ¿Podría ser... ? No. No lo creía posible. Levanté la vista y... allí estaba. La encontré acurrucada, sosteniendo sus piernas dobladas con los brazos y apoyando el mentón en sus rodillas.
      Ella volteó y me miró sorprendida.
      —Lo-Lo siento, n-no quise... sólo... sólo...
      —No. Está bien si quieres quedarte, buscaré otro lugar más para allá. Sé que quieres estar sola —a pesar de que aquello había sido mi sueño desde que me había prendado de ella, me sentía... raro. Preferí alejarme antes de hacer otra estupidez.
      Cuando me volteé para irme, ella me gritó:
      —¡E-ESPERA!
      Mis pies se detuvieron al instante y la miré por encima del hombro. Replicó:
      —Espera. Quiero... agh... quiero... que me hagas compañía aquí.
      —De acuerdo —acepté tratando de empaquetar mi felicidad en una sonrisa de lado sólo para ella.
      Me senté a su lado y hablamos un poco. A pesar de que la tensión se podía cortar con cuchillo, al mismo tiempo podíamos hablar naturalmente. Seguimos metidos en nuestra pequeña burbuja hasta el anochecer. No sentíamos hambre, ni sed. Éramos sólo ella y yo.
      —Ya es tarde. Será mejor que nos vayamos —comenté cuando el cielo decidió cambiar su cálido naranja pastel por un azul real.
      —Estoy de acuerdo contigo.
      Me levanté y le ayudé en lo propio. De ese modo, nos encaminamos hacia su habitación.

Blaze's Mini-Pov:

—Y... ¿cuándo naciste? Es decir... ¿sabes cuándo naciste?
      —No. No lo sé exactamente; pero dicen que fue el diecisiete de diciembre —declaró mirando hacia el suelo—; pero yo sé que vine el dos de Enero y que tenía sólo días de nacido.
      —¿Lo recuerdas o te contaron? —le pregunté mirandolo consternada a pesar de que la respuesta era obvia.
      —Me lo contaron —admitió con un cierto tono de debilidad en la voz, aún contemplando el piso.
      Desde que me había contado lo de sus padres, a veces sentía pena por aquel chico. Definitivamente él no se merecía aquello.
      Le puse mi mano en el hombro para condolerlo. Sin embargo, se la quitó de inmediato y añadió con una sonrisa:
      —No te preocupes. Todo está bien. Sólo... sigamos caminando.
      Asentí ligeramente y callé. Después de un tiempo en silencio, me interrogó:
      —Y tú, ¿cuándo es tu cumpleaños?
      —El diecinueve de diciembre.
      —Es muy cerca del mío, ¿deberíamos celebrar nuestros cumpleaños juntos este año?
      Nos reímos ante su ocurrencia. Casi enseguida, nos topamos con una puerta blanca con un letrero sobre él diciendo: E-28
      —Bien... ya llegamos —me anunció Silver.
      —Sí... ammm... gracias por acompañarme.
      —De nada, hasta luego —se expresó despidiéndose de mí con la mano y volteándose rápidamente para luego irse corriendo.
      —Hasta luego —susurré levemente y entré en la habitación.

***

—¡Ya abro! —exclamé cuando tocaron mi puerta.
      Cuando lo hice, vi una pequeña caja de madera tirada en el suelo.
      «¿Otro regalo?» le pregunté a mi subconsciente; pero este no me supo responder.
      Me senté en el escritorio y le quité la tapa. No podía creerlo.
      Era una cajita musical, con una bailarina que se parecía a una princesa. Esta giraba encima de un pequeño podio con los brazos abiertos en una posición muy clásica.
      «Oh, ¡qué lind...!» me comentó mi subconciente. La hice callar de nuevo.
      «¿Silver no se da cuenta de que la tensión va a aumentar si sigue así? ¿Es, acaso, tan estúpido como para pensar que haciendo esto va a cortar todo el mal rollo que ya hay?»
      Pensé que... quizás... permitir que eso siguiera así era un grave error.
      Miré la caja por un momento. La princesa me miraba fijamente, como preguntándome lo que haría al respecto. La seguí mirando... y tomé la decición. Agarré la caja, la cerré con fuerza y la boté dentro del tacho de la basura.

Love School: Aprendiendo a amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora