La academia de Bellas Artes se sumergía en un profundo silencio. Eran horas de clase. Y tan solo se escuchaban los ruidillos relacionados con el material que se estaba usando, y algún que otro furtivo murmullo.
Elena se acercó a la recepcionista. Una mujer de cabellos ensortijados, rebeldes y rubios, que domaba con una diadema de tela estampada. La observó a través de sus grandes gafas de alambre dorado:
—Usted dirá —consultó, en un tono educado.
—Vengo por lo del trabajo que se anuncia en el periódico.
—¡Ah! Sí... —La mujer sonrió—. Siéntate ahí y espera, por favor —pidió, señalando hacia la ristra de sillas que tenían enfrente—. Llamaré al señor Martínez. La atenderá cuando pueda.
Elena asintió.
—¡Gracias!
El señor Martínez sería un hombre ocupado. ¿Cómo sería su aspecto? ¿Muy mayor? ¿O todo lo contrario? No le importaba. Solo le importaba que le dieran el dichoso trabajo.
Se fijó en aquellos asientos combinados en resina plástica y metal. Mantenían la misma línea sobria del resto de la decoración: colores apagados y elegantes. Se acomodó. Toda ella temblaba. ¿Con qué se iba a encontrar? ¡Mejor sería esperar y no llevar la cabeza tan por delante o podría jugarle alguna mala pasada!
Miró el reloj varias veces, impaciente. El momento clave se estaba alargando y no es que pudiera perder un tiempo tan precioso mientras otra persona quizá se estuviera llevando su próxima oportunidad, no muy lejos de donde estaba. ¡Necesitaba ya el dichoso empleo! Fuera como fuese.
La recepcionista se levantó y desapareció por el pasillo. ¡Maravilloso! La agonía iba a largarse mucho más. ¡Error! La mujer regresó al poco acompañada de un hombre alto, cabellos castaños y profundos ojos verdes, de un porte elegante y sobrio. Elena adivinó que podría tratarse del señor Martínez del que aquella hablaba. ¡Tenía que serlo! Se puso en pie para recibirlo educadamente.
—Hola. Me llamo Elena. Vengo por lo del trabajo.
—Gabriel. —hizo una pausa, observándola fijamente—. Por favor, acompáñeme.
Lo siguió por los pasillos. Unos pasillos repleto de puertas que llevaban a las pequeñas aulas. Alcanzaron una que traspasaron, y se encontró con un elegante despacho.
—Siéntese, por favor —pidió él, acomodándose en su silla. La que había detrás de aquella enorme mesa de despacho. Ella lo obedeció. Y prosiguió—; ¿tiene experiencia en esto?
Elena buscó encontrar un tono seguro para responderle. Por poco fiable que le saliera.
—Sí. No es la primera vez que ejerzo de modelo —confesó, dando golpecillos con el pie, sobre el suelo, mitigando su ansiedad, Suerte que apenas se oía el repiquetear de sus zapatos, y que él no podía ver su pie, desde donde estaba. Los nervios querían traicionarla.
—Entiendo... —Asintió, apretando los labios, tenso. No acababa de convencerlo. Y ella se dio cuenta.
—¡Hablo en serio! Tengo experiencia. Aunque...
Gabriel elevó las cejas, estupefacto.
—Aunque..., ¿qué?
—Hay un pequeño inconveniente.
¿En serio lo había? Tenía que averiguar cuál era. No podía contratar a alguien que tuviera inconvenientes.
—¿Cuál?
Para formular la pregunta se había adelantado para reducir el espacio entre ambos, apretando con fuerza la madera recia de la mesa. Abría sus profundos ojos verdes de un modo exagerado. Así hacía Luis antes de cada reprimenda. Y se lo recordó, consiguiendo que una punzada fuerte atravesase su estómago. Hizo una mueca involuntaria de repugnancia que de inmediato borró. Él no era Luis. Era su posible futuro jefe.
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Belleza encontrada
RomansaElena es una joven que, tras haber pasado por un noviazgo con Luis; el cuál, le dejó secuelas por los malos tratos que recibió por su parte, conoce a Gabriel por mera casualidad al encontrar el anuncio de un trabajo donde un joven profesor de Bellas...