Capítulo 4 «Choque de titanes»

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Tal vez sería su última sesión. Una, repleta de incertidumbre. ¿Qué le pediría esta vez? ¿Quizá algo que, nuevamente, la hiciera sentir otra vez incómoda? Eso serían puntos a favor para su nuevo jefe, puesto que podría incluso decidir largarse ella misma sin que se le echara. Sí. Esa sería una buena baza para él. Eso mismo podría estar planeando. Suspiró, angustiada. Y luego colocó parte de su maquillaje en el bolso de tamaño superior al que llevaba a diario, pues se llevaría más cosas de las que solía llevarse consigo. Un maquillaje que cubriría la mayor parte de sus fallos, sobre la piel. Cuando su mente vocalizó dicha palabra, se descargó un escalofrío a lo largo de su cuerpo. Y maldijo al causante de ello. A su agresor. Al que cambió su vida, por completo, para peor. Rió con tristeza.

—Superación... superación —se repitió a sí misma, dudando en si acatar su misma orden.

Salió deprisa y cerró con llave. Le llegó el mensaje de Clara recordándola su consejo de abandonar, en caso de que Gabriel se volviera a poner borde. Recordándola que tenía razón cuando dijo que habría trabajos mejores. Asintió, como si pudiera verla.

—Nadie volverá a humillarme —susurró, notando el corazón encogiéndose en el pecho.




La había soñado. Gabriel había tenido otra de aquellas espantosas pesadillas sobre los últimos días de Aurora. Los que quedaron grabados a fuego en su mente y que lo torturaban día y noche. Le faltaba el aire. Miles de gotitas perlaban su frente y el resto de su cuerpo. No quería sentirse así. Tampoco había conseguido aliviarlo. Una pérdida así, había conseguido hundir su vida.

Y para más inri, había aparecido aquella mujer que estaba pasando por dificultades. A la que le dio otra oportunidad. Y a la que le demostró que no todo el mundo pensaba que era tan repulsiva como ella juraba que lo era. ¡Lástima que no lo hubiera entendido! Porque la mayoría de aquellos bocetos demostraban que sí era hermosa. Tan real como el resto de las mujeres que existían sobre la tierra.

Y al descubrirse sintiendo afecto por ella, se regañó. No quería buscar sustituta para Aurora. ¡No quería que ninguna otra se colocara en su lugar! Elena solo sería una empleada más, en su empresa. ¡Nada más! La estaba ayudando, pero siempre, sin que ninguno de ambos abandonase su lado correcto. Negó enfadado al reflexionarlo. No habría más que eso; trabajo, trabajo, trabajo. Y se alegraba de que ella pensara lo mismo cuando tampoco es que hubiera intentado acercarse a él para sobornarlo. Para conseguir su propósito a pesar de las dificultades.

Gabriel tan solo quería sentir paz. Una paz que no había forma de alcanzar porque cada día era una odisea para él. Cada día, alguien le recordaba a Aurora. Ahora, incluso Elena. Negó con la cabeza y dejó escapar un par de lágrimas, sujetándose la cabeza con las manos. Tenía que tomarse un analgésico ya que una terrible cefalea empezaba a martillear sobre su sien, como si se tratase de un martillo neumático.




Elena tomó una larga bocanada de aire. Tenía que entrar y mantenerse tranquila. Ya estallaría luego, en el momento exacto. Mientras, tenía que mantener la compostura y la educación.

Se encaramó hacia el mostrador de Carmen y ella, la saludó.

—Buenos días —canturreó, sacando la llave. Se extrañó al chocar con su rostro serio. Tenía que ser cosa de Gabriel.

—Buenos días —repitió Elena, conteniendo el aliento, tensa.

¡Sí! Tenía que ser cosa de Gabriel. Lo conocía desde hacía mucho tiempo. Carmen era amiga de sus padres y había vivido en directo la enfermedad de Aurora, el derrumbe de Gabriel, y el tener que levantarlo con insistencia para que no se sentase en cualquier rincón, a la espera de que un rayo lo partiera en dos mitades y terminase con su vida, hablando en sentido figurado. Aunque sí que era eso lo que deseaba desde que ella falleció: una muerte rápida que la llevase con ella. Apreciaba tanto a Gabriel que se negaba a dejarlo caer en tal miseria. Era un hombre bueno. Uno de aquellos que merecía seguir recibiendo cosas buenas por su gran corazón. Por cómo solía comportarse cuando alguien lo necesitaba.

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