Capítulo 13 «A la desbandada»

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Otro nuevo despertar en modo «jadeo» la asaltó, con el inicio de semana. Esta vez no había visualizado a un Luis agitado y amenazador, acosándola con dureza. Esta vez se trataba del tipo de la tienda. No podía visualizarlo con claridad. Como si, tras el angustioso momento, su mente le hubiera jugado la mala pasada de borrarlo de su cabeza. ¿Cómo podría describirlo sin recordarlo con claridad? Sería tan confuso, como imposible.

Tosió y, acto seguido, lloró un poco. Necesitaba desanclar el nudo que había trepado hasta su garganta. ¿Por qué todo no podía ser como hacía dos noches? Mientras Gabriel dormía en el sofá del piso de Clara, a pocos metros de ella, siendo Elena capaz por fin de dormir del tirón sin mayores problemas. ¿Por qué un todavía desconocido le proporcionaba esa seguridad? No debía de confiarse demasiado. Tenía que andarse con pies de plomo, aunque él pareciera amable y afectuoso; altruista y súbitamente cercano. ¡Demasiada confusión! Todo lo que no se viera claro, continuaría siendo de lo más discutible. Menos claro lo vería dentro de una hora y poco más, cuando lo tuviera enfrente, inmersa en la ceremonia de entregarle la llave y quedarse dentro del aula, posando, bajo su atenta mirada, asegurándose que sus alumnos realizaran el esbozo adecuadamente, o algo aproximado a ello. Le entró un molesto cosquilleo en su estómago al pensarlo. ¡Todavía estaba a tiempo de echarse atrás! O no... ¡Necesitaba el dinero y el trabajo para adquirir su independencia, otra vez!Echó un último vistazo a su bolso asegurándose de llevar todo cuanto iba a necesitar, allí, metido.

Como a diario, salió al exterior con esa inquietud que la habitaba, con la tozudez de continuar modificando su paz. Sintió un terrible vahído al clavar la mirada al otro lado de la calle. Dentro de un coche gris, había un hombre rubio similar al que la acechaba. ¿Cómo pudo encontrarla? ¿Por qué no la dejaba en paz?

Regresó adentro del portal, apoyando la espalda en la fría pared. Si ya hacía frío, ahora se sentía como si habitase en uno de los polos. Se descubrió hiperventilando. ¡La vida la estaba volviendo una puñetera paranoica!

Se asomó, despacito, por uno de los lados del portal, todavía dentro. El coche ya no estaba. ¿Probablemente se habría largado al no verla salir, afuera, definitivamente? Tampoco es que pudiera jurar que fuese él. No la miró. No parecía atento a su portal. Parecía más bien distraído y natural. Quizá, disimulando, pues la calle empezaba a llenarse de gente que bien podría darle problemas en caso de un intento de secuestro, o echársele encima con algún descabellado propósito. Apoyó nuevamente la espalda en la pared, sollozando.

—¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! —repitió en un murmullo, considerándose la mujer más desgraciada del inmenso planeta.

¡De acuerdo! Había que intentarlo de nuevo. Tenía que llegar a la parada del autobús. Coger el próximo, el que llegaría en cinco minutos, o haría tarde al trabajo. Eso, a Gabriel no le iba a gustar. Gabriel... Al recordarlo, añoró de su seguridad. Podría haberle dicho que la recogiera y la llevase a la academia con él, puesto que los dos marchaban hacia el mismo destino. Tampoco quería abusar de su hospitalidad. Tampoco quería abandonarse a la confianza. Se recordó, por tropecientas mil veces más que no era lo adecuado, una vez escarmentada.

Hizo lo que estaba pensando. Se acercó a la parada del bus y tal y como había predicho, este llegó puntual. Mientras pagaba al conductor, echó un rápido vistazo adentro. No había caras conocidas. No es que eso la hiciese sentir más segura, aun así. No sabía hasta dónde llegaba la mente maquiavélica de Luis. Tan solo llegó a conocer una tercera parte de él, y esta, ya era lo suficientemente oscura.

Estaba nerviosa. Tan nerviosa que le temblaban las piernas a pesar de estar sentada. Se dedicó a observar por la ventanilla, obligando a su mente a mantenerse entretenida con el paisaje que se emborronaba una pizca con la leve velocidad. Tenía demasiadas cosas en qué pensar, pero pocas ganas de pensar en alguna de ellas.

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