Capítulo 7 «Espeluznantes pesquisas»

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Gabriel removía el café con parsimonia. Con la mirada ausente. No podía sacar de su cabeza la mayúscula intriga relacionada con aquella mujer. Elena era perspicaz, tanto o más que él mismo, cuando se trataba de huir de una confesión. De hablar sobre lo personal. Era astuta y vulnerable, en porciones similares. Una vulnerabilidad que custodiaba bajo unas robustas espinas que herían a quien se acercara. Un arma de defensa muy eficaz.

Recordó aquellas cicatrices. Las marcas rosadas con bordes blanquecinos que se esparcían por varias zonas de su cuerpo. Las que sabía maquillar con tanta destreza. Huellas que podrían tener más referencias sobre que hubieran sido provocadas adrede, que causadas por cualquier clase de accidente. Su posición, a la defensiva, levantaba sospechas que lo confirmaban.

Sonó el pitido de su agenda electrónica. Un sonido que había cambiado en varias ocasiones tratando de no aborrecerlo. Se trataba de compromisos de trabajo que no querían hacerse esperar.

—¡Genial! —murmuró, consultándola. Comprobando que el deber volvía a llamar a su puerta. No es que quisiera huir de este cuando era su pasión. Pero en ocasiones, algo de paz era necesaria.

~Gabriel~

• «Allí estaré»

Confirmó que se acercaría al evento. Por pocas ganas que tuviera, animadas por el cansancio. ¡Ojalá pudiera regresar a la niñez y hacer pellas, sin sentir remordimientos! Sin embargo, era la realidad. Una realidad a la que debía de continuar lanzándose con decisión. Tenía que cumplir con los clientes. Con su trabajo. Aunque fuera un sábado por la mañana. Aunque ya no cupieran más compromisos en ese mismo fin de semana. Hoy no haría algo de deporte por el barrio. No cuidaría su cuerpo tan minuciosamente como solía hacerlo. Hoy, iría directamente al grano. Podría hacer algo de deporte en otro momento. Ese que apaciguase su subidón de adrenalina e inquietud.

Su cabeza volvió a volar hacia otras esferas. Hacia ese pasado que no dejaba de atormentarlo. Recordó los despertares junto a Aurora. Cuando era ella quien preparaba el café de las mañanas. Quien le daba un beso de buena suerte antes de salir de casa. Entonces, parecía que el trabajo se le hacía mucho más llevadero. Que el cansancio se apaciguaba con su ternura. Y ahora todo se le hacía una muralla. Inhaló, perturbado, entrándole un terrible dolor de cabeza repentino. Si no hacía uso de algún analgésico fuerte, acabaría por quedarse inhabilitado para sus obligaciones. Y no podía permitírselo.




Sábado de aburrida limpieza y flojera. Suerte que Clara era solidaria y no se escaqueaba. Al fin y al cabo, era su propia casa. Lo bueno de esto era que el piso era menudo. Podrían terminar en un abrir y cerrar de ojos, si se esmeraban.

Detuvo la aspiradora quedándose pensativa. Tenía un largo y aburrido fin de semana por delante, sola. Su amiga había quedado con su flamante nuevo novio. Podría incluso suceder que no fuera ni a dormir a casa. Eso le provocó un molesto repeluzno. ¡No pasaría nada! Luis estaba bajo llave. Y con la puerta cerrada bajo llave, nadie podría entrar. Estaría a salvo. ¿Por qué pensar lo contrario? Además, Clara tenía que continuar con su vida sin que ella la estorbara. No deseaba ser una carga. Como esa niña a la que no se la pudiera dejar sola por culpa de sus miedos. ¡No había miedo! Porque no iba a pasar nada. Cerró los ojos, angustiada.

—¿Estás bien? —inquirió Clara, preocupada.

Elena los abrió de golpe.

—Sí. Sí. Todo está perfecto.

—¡Pero qué mentirosa! ¿Qué te ocurre? ¡Venga! ¡Cuéntamelo! —Ella sacudió la cabeza—. Oye, siento dejarte todo el finde sola, en casa, y...

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