Epílogo

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AÑOS MÁS TARDE...

La lluvia caía con fuerza. Oculta bajo un paraguas negro que sujetaba Fabián, el novio de su amiga Clara, las lágrimas de Elena se unían al aguacero. Violeta la abrazaba con fuerza desde su lado derecho mientras que Clara agarraba con fuerza su mano, por su lado izquierdo. Enfrente, unos padres afligidos de los que su rostro se veía algo borroso con la lluvia. En este rol, la intrusa era ella. Al fin y al cabo, y aunque todos sospechaban de esa relación, nadie lo sabía en concreto porque no lo habían anunciado públicamente. Ni siquiera mencionado con una indirecta. Esta era una despedida. ¿Despedirse de él, para siempre? ¡No le parecía nada justo después de lo que se preocupó por ella, por muy breve que fuese el tiempo en el que lo hizo. Por fin había vuelto a encontrar a alguien sensato, capaz de amarla. Y ya la estaba dejando... involuntariamente.

Entre tanto silencio y gimoteos, en medio de la quietud del cementerio de La Almudena, podía oírse la voz grave del sacerdote que estaba oficiando el funeral. Sus palabras salían hirientes. Porque veamos; un sermón que podría ser bien tedioso en cualquier domingo común, ahora sonaba siniestro y lacerante. Para Elena iba a ser otra herida más —invisible al exterior, aunque agonizante, en su interior—, de la que tampoco estaba preparada a afrontar. Otro del que tendría que recuperarse de algún modo u otro si quería continuar sobreviviendo a esta demente vida. ¡No le gustaba ir a los entierros! De hecho, se había escaqueado de algunos que no le tocaban desde tan cerca. Pero era Gabriel. Y su cuerpo sin vida se encontraba dentro de aquel ataúd, iniciando tan dolorosa despedida. Tenía que quedarse a su lado, igualmente, aunque él no pudiera saberlo. Porque en poco tiempo, él le había dado mucho. Porque había llegado a amarlo, por extraño que pareciera. Aunque, como siempre, la vida se empeñaba en arrebatarle lo poco bueno que ella recibiera. Ya no sabía si podría ser cuestión de mala suerte, o que tendría que tocarle la peor parte de todo, por algún tipo de mal karma.

Clara apretó un poco más su mano. Violeta apoyó la barbilla en su hombro buscando consolarla. No estaba bien. Elena lloraba como una descosida bajo la atenta mirada de los familiares más cotillas por parte de Gabriel. ¡Se sintió como una asesina! ¡Tendría que haberle dicho que no! Haberse negado a su ayuda. Evitar que se mezclara en esta, su parte más oscura; su vida más lúgubre. ¡Pero no! ¡Él tenía que insistir, y ella, dejarle entrar! ¡Se creyó una imbécil testaruda y egoísta!

—Tranquila, hermanita —murmuró Violeta, advirtiendo que temblaba—. Estoy aquí. Te ayudaré a seguir adelante.

—¿A seguir adelante? —inquirió, mirándola a los ojos—. ¡Esto no debería de estar pasando. No debería de haberle salpicado mi mala suerte —murmuró, en un hilo de voz, en un tono quejumbroso—. ¡Yo lo he matado!

—¡No digas chorradas!

—Elena, no digas eso. No tienes la culpa de nada. Él quiso ayudarte —discurseó Clara en un susurro, soltándole la mano para acariciar su brazo.

—¡Todo es culpa mía! ¡Esto es culpa mía! —Se quedó nívea como la cera. Falta de oxígeno, empezó a sentir que el suelo giraba bajo sus pies—. Creo que voy a...

No pudo decir nada más. Tanto su hermana, como Clara dieron un gritito ahogado para luego cogerla a tiempo antes de que chocase contra el suelo. Acabó perdiendo el conocimiento, fruto de los nervios y la impresión de aquella escena tan surrealista e impensable.



—¡Despierta! ¡Despierta! —Los gritos le llegaban claros. Alguien la zarandeaba con insistencia. Se notaba temblorosa. Era obvio que, tras el desmayo, el cuerpo continuaba experimentando los coletazos de tan desagradable sensación. Se negaba a abrir los ojos. Se negaba a volver a encontrarse en el escenario anterior—. ¡Vamos! ¡Porfa! ¡Despierta! —insistió de nuevo la voz, todavía sacudiéndola.

Belleza encontradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora