Capítulo 3 «Cambio de perspectiva»

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Elena llegó al piso antes que Clara. No había nada para comer, preparado. Siendo una huésped, gratuita, que menos que meterse de lleno en las tareas pendientes de la casa, inclusive, cocinar. En el fondo, era algo que le gustaba. Y formaría parte de un pago simulado de su parte del alquiler. Esperaba poder pagárselo algún día, o tener su propio piso. Su propia vida, como años atrás. Antes de que la mala suerte se cruzara con ella, desafortunadamente.

Preparó unos macarrones a la carbonara. Esa receta se le daba fenomenal. Y le salieron tan apetecibles que su aroma no tardó en volar por toda la casa.

—¿Elena? ¿Ya estás en casita? —formuló Clara, desde donde estaba, inhalando el arrebatador aroma que continuaba llenando la casa.

—¡En la cocina! —gritó aquella, desde adentro, facilitándole el encontrarla.

Dejó caer las llaves sobre el cuenquillo del recibidor haciéndolo tintinear, y se presentó con prisas hasta donde su amiga estaba.

—¡Santo Dios! ¡Me crujen las tripas con solo oler esto! —juró, agarrándose a la tripa unos instantes para luego abrazarse a ella desde atrás y besarla en la mejilla—. «Hermanita», eres la mejor —la felicitó, con una sonrisa de satisfacción.

—Anda. Pon la mesa.

Clara empezó una carrera contra reloj deseando sentarse en la mesa del menudo comedor y ponerse a zampar aquello que desprendía un olor tan irresistible. En uno de los regresos para coger más cosas, encontró a Elena, pensativa.

—Soy una desconsiderada —se culpó—. No te pregunté qué tal te fue el día. ¿Qué tal te fue con el jefecillo?

—Me dijo que tenía las manos bonitas. E hice un posado de manos. Y otro, de cuerpo entero.

—¡Genial! —Elena resopló—. ¡Oh! Oh... no tan genial, ¿no? —formuló aquella, ladeando la cabeza.

—Me... invitó a que echara un vistazo a los esbozos de sus alumnos.

—¿Y... ?

—Creo que se vengó por la bronca que le eché por intentar rechazarme. Me sentí doblemente acomplejada. Creo que lo dejaré.

—¿Dejarlo?

Ella asintió.

—Será mejor que me busque un trabajo de camarera, en un supermercado, o yo que sé...

Clara sacudió la cabeza.

—¡Asqueroso capullo! Él se lo pierde.—Resopló indignada—. Si conocieras la contabilidad, te recomendaría en la oficina en la que trabajo.

—No importa. —Respiró hondo—. Al menos, me pagó. Y llené un poco el frigorífico.

—¡Pero eso es estupendo! Y, jo, te lo agradezco —Torció los labios—; ¡detesto hacer ese tipo de compras y me hiciste un enorme favor! —agregó, junto a una mueca divertida. Iba a reñirla por gastar un dinero que podría ahorrar para un futuro, quizá no lejano, en el que pudiera recuperar su propia vida. Sin embargo ya la conocía demasiado. Y lo único que iba a conseguir con ello, era un buen enfado. Decidió evitarlo.

—Tal vez ya no me llame... —Se encogió de hombros—. Me da lo mismo. Ese tipo me cae fatal.

—¡Y a mí! No lo dudes —espetó Clara, cruzándose de brazos, airada—. Pero nena, a paseo todo eso, y comamos. No quisiera que tu deliciosa comida se estropeara. ¡Y tengo mucha hambre!

Elena se dejó el plato a medias. Se sentía desganada. Los problemas daban tantas volteretas dentro de su cabeza que encogían su estómago de un modo feroz.

Belleza encontradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora