Capítulo 5 «Errores y disculpas»

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Buscó hacer una breve pausa. Y los pocos días que quedaron hasta el fin de semana los utilizó para aclarar sus ideas, y hacer, además, una limpieza a fondo en el hogar de su amiga. En su nuevo hogar temporal. No había tenido suerte y no la habían llamado de ninguno de aquellos trabajos por los que pasó para apuntarse. ¡Ni siquiera el mismo Gabriel había tenido la amabilidad de disculparse y requerir de sus dones para el trabajo! Dones... dones que se habían visto salpicados con las condenadas huellas del maltrato. Así, ¿cómo iba a preferirla antes que a otra que la que obtuviera la perfección de sus peticiones? De las peticiones para contentar a sus alumnos y no espantarlos. Rió con pesar. ¡La vida era una mierda! Con todas sus letras subrayadas en negro.

—¿A que no sabes qué? —chilló Clara en cuanto entró en casa.

—No. ¿Qué?

Elena se mostraba desganada. Que no hubiera podido recolectar algo más de dinero para lo que necesitara la tenía con los ánimos por los suelos.

—¡Qué intensidad en tu respuesta! ¡Por Dios! —la censuró—. Vale. Voy a decírtelo igual aunque andes con los morros rozando el suelo —ironizó—. ¿Recuerdas al tipo que nos trae el correo y los paquetes, a la empresa?

—¿Darío?

—¡Fabián! ¡Te habré repetido veces el nombre! Y no se te queda.

—¡Y yo que sé!

Clara se rió.

—Me gusta un montón y oye... ¡Va y hoy me pide salir!

—¡No fastidies!

—¡Que sí, tía! —Ambas gritaron como locas, abrazándose y dando saltitos de alegría cómicamente. Clara se frenó de golpe, deteniéndola a ella, también—. Quedé esta noche con él. Espero que no te importe quedarte sola.

—¡No! No. Estaré bien.

Clara la abrazó como si se tratara de su niña.

—Cierra con llave y no abras a nadie. No quiero que te pase nada —expresó, con la preocupación bordeando el tono de sus palabras—. Me sentiría horrible si te pasase algo —agregó, humedeciéndosele la mirada.

Elena la separó de golpe, aunque con cuidado, para regañarla.

—¡Que estaré bien! ¡En serio!

Su amiga sonrió, secándose los ojos con la manga de la camisa vieja que llevaba para no mancharse de maquillaje cuando se lo colocara. Para evitar manchar la ropa que se fuera a poner más tarde.

—Si tú lo dices...

—¡Que sí!

—¡Ah! Queda pizza de este mediodía en el frigo. Caliéntala y ya tendrás la cena. Así, no tendrás que cocinar.

—¡Estupendo!

Clara asintió.

—Chachi.




La observó mientras se arreglaba. Se había colocado una de aquellas mascarillas refrescantes de una pieza para que borrase el cansancio de su piel, antes de colocarse el maquillaje. Luego se haría el pelo. Probablemente, lo dejaría suelto para causarle mayor sensación.

—¿Quieres tú también ponerte una de estas? —Le ofreció una a Elena.

Ella sacudió la cabeza.

—No la derroches así. Al fin y al cabo no tengo que salir de casa. Por lo cual, no tengo que ponerme guapa. Ya la usaré cuando la necesite.

—Cariño, de verdad que me sabe mal dejarte aquí, sola, un viernes por la noche.

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