Capítulo 17 «Complicidad»

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Carmen los observó al entrar. Estuvo a punto de ofrecerles una sonrisa. Sin embargo, la tensión que emanaba la atmósfera la hizo cambiar de opinión, manteniendo su seriedad y profesionalidad hasta el límite estipulado. Tenía constancia de lo que Gabriel sentía por ella. Sabía que se había quedado a dormir en su casa, por protección. Ella estaba al tanto de todo por si la necesitara. Lo que ocurría era que lo haría desde las sombras para no ofender a Elena. Porque veamos, si se enterase de que él no sabía guardar secretos, ahí sí que todo se acabaría en menos que canta un gallo.

Él caminó hasta dejarla frente a recepción. Luego elevó el mentón junto a una sonrisa más falsa que la de Judas y acto seguido desapareció.

—Fiuuuuu. ¿Hay tormenta? —murmuró Carmen, sin poder evitarlo. Y es que el gesto de Gabriel había sido bastante incómodo. La mujer que tenía enfrente la atravesó con la mirada y tuvo suficiente. ¡Lo dicho! Mejor sería guardar silencio.

Le entregó la llave, y le dio instrucciones para sus próximos posados. Estaría ocupada mañana y tarde. ¡Claro! Gabriel lo hacía adrede para tenerla allí metida hasta la hora de terminar. Hasta la hora de coincidir ambos en el término del trabajo y cierre de la academia.

Y resultó extraño... Extraño cuando tuvo que entregarle la llave al principio de la clase. Cuando hubo una pausa y este huyó como alma que lleva el diablo para meterse en su diminuto despacho, después de avisar a Carmen de que la tuviese controlada. Esta ni le preguntó por qué no lo hacía él. Suficiente fue ver el careto de Elena echando humo. Y luego, al mediodía, el silencio que se formó dentro de la cabina del vehículo como si él fuera el chófer y la estuviera haciendo un enorme favor acompañándola. En realidad se lo estaba haciendo. ¡Todo era de lo más incómodo! Muy, muy incómodo. ¡Seguro que todo esto lo desencadenó su beso robado! Tal vez, Gabriel tuviera miedo a volver a amar, pensó ella. Pero ella estaba en el mismo lugar. En la misma parada de la vida donde no se sabe si coger un tren u otro por el temor a que este descarrile de nuevo. Tampoco podían tener miedo a todo. Tampoco podían ir a hurtadillas por la vida evitando los buenos momentos si, el lugar por donde se está pisando, parece no estar minado, al menos, a la vista. Ella suspiró. Necesitaba encontrar el instante perfecto para disculparse por su atrevimiento. Reconocía haberle herido de nuevo.

De camino, se detuvieron en uno de los restaurantes que él solía frecuentar.

—No pienso entrar ahí. No llevo la ropa adecuada —protestó ella, observándose con disgusto.

—Nos llevaremos algo para comer en casa. Tampoco pienso meterte ahí, a rastras.

—Podríamos ir a una de las hamburgueserías que...

—¡No! No me hagas comer ese tipo de comida hoy. Mi estómago no está digiriendo adecuadamente.

—¿Por culpa de los nervios?

Pilló la indirecta.

—¿Estás sacando ese tema a colación para que hablemos? —espetó, entrecerrando la mirada, molesto.

—No sé... no sé por dónde agarrar esto. No sé cómo hablarte para que no te ofendas; para que no nos enfademos. ¡Te besé! ¡Y lo siento! Metí la pata, lo reconozco —dijo ella, apurada, intentando hacer que la más amable de todas las personalidades de Gabriel regresara.

Lo escuchó resoplar.

—Yo... ya... ya no sé ni lo que quiero, Elena. Es muy duro... después de perder a tu gran amor de un modo tan horrible. ¡No sé cómo actuar!

Puso la mano frente a él para que se callase.

—Entiendo. Solo amigos. No problem. ¿Comemos? Me muero de hambre.

Belleza encontradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora