Capítulo 2 «El comienzo de algo»

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"La mitad de la belleza depende del paisaje; la otra mitad, del hombre que la mira"

Lin Yutang.

                                                                           *****


Se encontraba nerviosa. Había llegado el día clave en el que, por fin, se enfrentaría al hombre de acero. Aquel tipo intimidaba. Tampoco iba a aflojar en caso de contrariedades. Iba a conseguir ese empleo costara lo que costase. Vencer sus temores, sus complejos; esos innecesarios complejos, y demostrarle al mundo que la nueva Elena era capaz de ganar esta nueva baza. De resurgir y volverse fuerte. Todo tendría solución, salvo la muerte. Y digamos que un día dejó de estar muerta, con una segunda oportunidad a su favor.

Su corazón latía agitado con un golpeteo tan fuerte, que tuvo la sensación de estar a punto de perforarle las costillas. Necesitaba calmarse. O todos los ánimos de los que había recopilado con un supremos esfuerzo, se esfumarían como una brizna de hierba en medio de un vendaval.

Durante el trayecto en taxi fue repitiendo en su cabeza las posibles escenas que se pudieran acontecer. Y los diálogos relacionados con ellos. Prefería no quedarse en blanco. ¡Nada de quedarse trabada! Aquel hombre parecía un hueso duro de roer. Y no es que ella estuviera hecha de mantequilla. ¡Ya no!

Respiró en profundidad un segundo antes de agarrarse al asa de aluminio de la puerta de entrada a la academia.

—Lo haré... lo haré —se murmuró en un susurro, junto a un temblar de piernas que se empeñaba en clavarla en el suelo.

—Hola. Buenos días. Vengo por lo del empleo. No sé si me recordará. Vine ayer, y...

—¡Sí! Sí. El señor Martínez ya la está esperando. —Mostró una blanca sonrisa oculta bajo unos labios pincelados en carmín—. Venga conmigo —instó, poniéndose en pie. Saliendo de detrás de su trinchera.

Caminaron por los cortos pasillos combinados con muchas puertas, bajo la banda sonora de los tacones de la mujer rubia. La única que se sabía el camino al dedillo. Por ahora eran las únicas que los atravesaban. ¿Dónde se encontraría el resto? ¿Dónde estarían a la espera, el resto de las chicas convocadas para el mismo empleo? Quizá en una de aquellas estancias, controlados. Conjeturas y más conjeturas que lograron que le entrase un poco de canguelo.

—Es aquí —recitó la rubia, con confianza.

Llamó a la puerta y se escuchó una voz grave dar el permiso de entrar, allá, adentro.

Al pasar encontró a aquel hombre que empezaba a conocer frente a un enorme ventanal, sentado en una mesa de grandes dimensiones y repleta de material de dibujo, sobre ella. La luz solar que traspasaba los transparentes cristales bordeaba su figura convirtiendo a aquel hombre en una visión celestial. A Elena se lo pareció. El señor Martínez era un hombre muy atractivo, pero demasiado serio.

—Buenos días —la saludó, señalando una silla que se había colocado frente a él, señalándola para invitarla a que se sentase. Ella asintió y lo hizo.

—Si necesita algo más...

—La llamaría. Gracias Carmen.

La miraron saliendo del aula. Una pequeña pausa que sirvió a la chica para tomar otra bocanada de aire en busca de calma.

—Elena Gómez...

—Eso es.

—Bien. —Se adelantó, apoyando los codos sobre la mesa, atisbándola con intriga—. Hoy hará un posado de manos.

Belleza encontradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora