Capítulo 9.1 "A la luz de las velas"

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La cabeza de perro, alargada, jugosa y bien cocida, tenía el hocico medio abierto, la mitad de la mandíbula yacía sumergida en el caldo. Al ver los huesos allí, rodeados con carne rosada, Aarón sintió mucho asco, pretendía no demostrarlo, pero dicha presión se manifestaba en incómodas gotas de sudor, que el psicólogo atribuía sonoramente al calor de las velas.

—¿Esto es un... perro?—preguntó Aarón tembloroso, su cara reflejaba la angustia interna mientras una gota de sudor recorría su mejilla.

—¡Por supuesto que sí! Los animales son para comérselos pero últimamente ya no hay otros tipos, teníamos gallinas, se murieron, un día amanecieron todas desplumadas y con las tripas afuera —dijo la señora, partiendo con un gran cuchillo el lomo de un perro cocinado.

—Yo no puedo comer perro —explicó Aarón, al pronunciar aquellas palabras sintió un calor extremo en su cabeza y le pareció que el mundo se había detenido.

—¿Cómo? No seas mal agradecido —dijo enojada la mujer mayor.

—Lo que sucede, disculpe ¿cuál es su nombre? —preguntó Aarón muy nervioso, él estaba intentando reorientar la situación para beneficiarse de ella.

—Irma —respondió ella.

—Lo que sucede señora Irma, es que yo estoy enfermo —argumentó Aarón.

—¿Qué tienes? —preguntó ella, tomando especial atención en la actitud del hombre.

—Yo tengo una alergia alimentaria, solo puedo comer ensaladas y patatas, es lo único que no me hace mal, podría morir —Aarón, sonó genuino convenciendo a todos los que estaban ahí.

—Está bien, comete lo demás —ordenó ella. —Te hubiese dado los huevos que te prometí pero se acabaron y no creo que volvamos a comerlos.

—No se preocupe, con la lechuga y la patata estaré excelente —afirmó Aarón sonriendo con sus ojos y con su boca, nadie podría sospechar de su sonrisa.

Justo cuando Aarón comenzó a sentir alivio de escuchar las palabras que lo exoneraban de cualquier bocado de perro, entró el hijo mayor, Jeremy. El hombre venía con una bata de carnicero, al parecer había tenido mucho trabajo. La sola vestimenta provocaba en Aarón un profundo miedo, no quería ni imaginar cual era la razón por la entraba cubierto en sangre.

—¡Oye niño! Ya te he dicho varias veces que no puedes entrar aquí con esa bata, me dejas siempre gotas de sangre en el piso, la madera se puede manchar —exclamó la señora.

—¡Ay mamá, no exagere! —dijo Jeremy y se dirigió hasta el baño para limpiarse.

Aarón respiró profundo, enfocando su atención en el candelabro sobre la mesa —¿cómo hacen todas estas velas?, la iluminación que tienen es muy buena, lo malo es el calor.— continuó mirando el objeto luminoso, manteniendo la concentración para evitar sentirse más nervioso de lo que estaba.

—Ah hijo, ahora puedes notar que el calor es insoportable pero en invierno estaremos bien, para mala suerte nuestra no puedes pretender tener luz sin una fuente de fuego, ya que no tenemos baterías, ni generadores ni nada —explicó la señora, llevando a su boca un trozo de carne.

—Yo podría ver la manera de conseguirles un generador —propuso Aarón.

—Sería maravilloso, la carne de los perros no nos dura tanto, aún no inventamos el congelador a leña —dijo la mujer, soltando una risotada que Aarón respondió con total disimulo.

—¿Tienes familia muchacho?—preguntó el hombre mayor, este era ciego y miraba al horizonte en todo momento.

—Así es señor... Bueno, se supone que aun la tengo —contestó Aarón.

—Eso espero hijo, eso espero, porque la vida es cruel, es muy cruel —aseguró la anciana, inmiscuyéndose en la conversación.

—Sí, es cruel —afirmó Aarón y se quedó callado, mirando sus cubiertos.

La cena fue silenciosa durante todo el resto de tiempo que duró. Luego vendría la hora de dormir, así que pronto todos cerraron la casa y se prepararon para descansar.

Aarón creyó que aquella era su oportunidad de escapar, pero no podía hacerlo sin sus compañeros del campamento, así que insistió en que lo bajaran hasta donde estaban ellos, pero se equivocó, la familia le dijo que se quedase a dormir ahí, en la sala de estar. Por supuesto eso a él le convenía ya que podría ver la manera de liberar a sus amigos, sin embargo Jeremy cerró la puerta del sótano con llave.

Solo quedó una sola vela acompañando al hombre, además de la joven Irina.

—¿Piensas vigilarme mientras duermo? —preguntó Aarón en tono irónico pero sin ser agresivo, lejos de producir una sonrisa en Irina, su comentario solo recibió por respuesta algo que desconcertó a Aarón. Irina se sentó junto a él pero sin mirarle, masajeando solo sus manos.

—Llevo aproximadamente cuatro meses leyendo la misma revista, el mismo puto libro y luego el siguiente y el que sigue, al principio me levantaba todos los días a recoger los huevos encontrándome con una o dos gallinas muertas, hasta que ya no quedó ninguna. Luego pasó lo que tanto temía y ahora estoy obligada a ver el rostro de Carlita y Abigaíl con esa expresión triste, cada mañana mi hermano va a limpiarlas, él cepilla el pelo de la niña pero ella no quiere entender, no puede hacerlo, todos los días veo como mi hermano Jeremy se sube a la jaula y alimenta a los perros, después de todo, en la tarde o cada dos días uno de ellos estará servido en mi plato, mi mamá me obligará a comer todo porque o si no, Jeremy me castigará, mi papá llorará como cada noche y así se repetirá todo hasta llegar la hora de dormir.

—¿Qué quieres tú? —preguntó Aarón.

—Yo, no puedo decirlo, sí lo digo creerán que soy una mal agradecida, mi familia me odiaría —respondió Irina llorando, tratando de controlar sus lágrimas, Aarón le abrazó en señal de contención, principalmente para que se calmara y no llamase la atención de las demás personas del inmueble.

—Puedes confiar en mí, yo no soy de tu familia y no creo que lo que te está pasando esté bien, deberías venir conmigo y dejar todo esto atrás —propuso Aarón.

—¿De verdad? —preguntó, con la mirada iluminada.

—Sí —respondió Aarón sonriendo.

—¡Vayámonos ahora, vamos por favor! —suplicó la muchacha.

—¡No! Ahora no puedo, no olvides que llegué a éste lugar con mis compañeros —explicó Aarón, deteniendo a la muchacha.

—¡Déjalos aquí!—exclamó la joven, nerviosa.

—¡No puedo dejarlos aquí, los estaría matando! —explicó el psicólogo.

—¡Todos los días muere gente! —aseguró Irina, perdiendo un poco la compostura.

—Mi gente no morirá hoy, no morirá mañana. Si quieres irte de aquí, lo comprendo, yo querría lo mismo en tu estado, pero yo no puedo dejar a mis amigos. Puedes contar conmigo —aseguró Aarón, sonriendo con su mirada, calmando con ella a Irina y sus ansias.

—¡Gracias! —expresó la muchacha, besando la mejilla de Aarón muy cerca de la boca.

Al ver su reacción, éste se apartó para dormir, no sin antes apagar la vela que estaba sobre la mesita de centro, acompañándolo, entre toda esa penumbra. Por otra parte, la joven Irina subió a su cuarto a resguardarse del frío y las nubosas formas del cielo, que pronto dejaron caer agua y luces sobre el mundo.

LA ÚLTIMA PANDEMIA [Libro 1] [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora