Capítulo 27

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Una mueca de disgusto no tardó en apoderarse de mi rostro. Tosí repetidas veces, sintiendo mi garganta arder como si acabara de beber ni nada más ni nada menos que lava volcánica. Rebekah rió, quitando la pequeña copa triangular repleta de margarita de entre mis torpes manos, y mi para nada refinado paladar.

—Explícame una vez más por qué ésto te resulta tan apetecible—pedí, con la voz notablemente ronca. Me incliné y cogí mi bebida de sobre la redonda mesa de jardín a mi lado, en un intento por deshacerme del horrible sabor que el alcohol había dejado en mi cavidad bucal.

Rebekah esbozó una pequeña sonrisa, divertida ante mis muecas de disgusto.—No estás acostumbrada a beber alcohol, eso es todo.

—Si tú lo dices.

Di un largo sorbo a mi milkshake de chocolate y continué disfrutando de la vista; el jardín de los Mikaelson era simplemente impresionante. Una gran extensión de terreno con el césped simétricamente cortado, repleto de distintos tipos de árboles y bonitas flores de colores. Frente a nosotras, algo lejos del pequeño "bosquecillo", pero a pocos metros de distancia del porche trasero de la mansión, la piscina: increíblemente grande, y aterradoramente profunda. Más allá, cerca de los robles, se encontraba la majestuosa fuente de agua, repleta de angelitos escupiendo el agua de sus bocas. A su lado, un solitario y rústico banco.

Solté un suspiro y me giré hacia Bekah, decidiendo retomar el tema de conversación que teníamos antes de que, convenientemente, me incitara a probar un poco de su trago.

—Entonces, tú y Thierry... ¿Van en serio?

Puso los ojos en blanco, tal como lo esperaba. Pero, en el fondo, conocía a mi rubia lo suficiente como para saber que le agradaba tener una verdadera amiga a su lado.

—Sí, eso creo—respondió finalmente, dando una sorbo a su trago a través del sorbete con forma de sombrilla.

—Él te hace feliz—aseguré, sonriendo—Y nadie merece ser feliz tanto como tú.

La rubia había tenido innumerables caídas amorosas. Pasaba décadas enteras buscando el amor pero, una vez que lo encontraba, algo sucedía, y ella se veía obligada a volver a levantarse y continuar intentando.

—No nos pongamos sentimentales—me pidió, dedicándome un guiño con picardía—Aún no hemos hablado sobre qué somos realmente.

—No tienen por qué hacerlo—respondí—A su debido paso, las cosas se irán dando por sí mismas. —Di un sorbo a mi milshake y agregué:—Forzar las cosas nunca sale bien.

La oji-azul no dijo nada, y yo supuse que era momento de dar el tema por zanjado.

Observé una vez más a mi alrededor, distraída. La ciudad de Nueva Orleans cuenta con un clima subtropical húmedo, con inviernos cortos y suaves, y veranos calurosos y húmedos.

Aquel día era un claro ejemplo de ello. El sol brillaba, radiante, y la temperatura rondaba los 32°C, y eso considerando que no eran ni las tres p.m. aún.

Me incliné aún más en la comodísima reposera en la que me encontraba y di los últimos sorbos de mi bebida. Entre mi rubia mejor amiga y yo se interponía una de esas mesas redondas súper monas, con superficie de vidrio, y un orificio en el medio del cual salía la gran sombrilla que nos protegía ambas del sol.

—¿Y tú?—La pregunta me desconcertó.—Tu vida amorosa, digo.

Una sonora carcajada se oyó por todo el jardín. Una vez que el ataque de risa pasó, me aclaré la garganta y dije, como si no fuera obvio:—Nunca me he enamorado. Y, de todas formas, estoy bastante segura de que ningún hombre con dos dedos de frente podría enamorarse de mí.

Milènium | The Originals [Klaus/Elijah]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora