Capítulo 37

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Desperté en mi vieja cama, en mi vieja habitación, rodeada de mis viejas cosas aquella mañana, y por un segundo, tan solo un segundo, se sintió como si nunca nada hubiese sucedido, como si aquel fuese tan solo otro normal día en la vida de la Annie Ronhood que solía ser antes de mudarme a Nueva Orleans.

Esto no duró mucho, claro está. Comenzó como un destello de incomodidad en mi pecho, extendiéndose hasta hacerme sentir que había despertado en el lugar equivocado, cuando toda la realidad de los últimos tres meses me golpeó con toda su fuerza.

Los eventos sucedidos hacía ya dos noches se encontraban algo distorsionados en mi cabeza, borrosos y fuera de foco, como si fueran fragmentos confusos de una mala película que ni siquiera recordaba haber visto.

Observaba a Elijah alejarse, y la oscuridad de la noche me consumía por completo una vez que el amor de mi vida se encontraba fuera de mi vista. Tomaba asiento a los pies de un árbol, atraía mis rodillas hacia mi pecho, las rodeaba con mis brazos, y ocultaba mi rostro allí.

Comenzaba a llorar, y luego simplemente no era capaz de parar. Empapaba de lágrimas mis rodillas, mis muslos, mi rostro, mi cuello, mi pecho... Lloraba en silencio, porque me encontraba demasiado exhausta como para producir ruido alguno.

Lloré hasta el punto en que ni siquiera recordaba por qué estaba llorando; tal vez por todo, tal vez por nada, pero aún así ni podía detener el flujo de lágrimas.

Lloré por vaya uno a saber cuánto tiempo; pudieron ser diez minutos, pudieron ser dos horas, pudieron ser diez. La verdad es que, cuando estás realmente herida, no importa qué tanto tiempo pases llorando, intentando librar tus penas, nunca será suficiente.

Entonces, Klaus me encontró. No recuerdo muy bien el encuentro, qué sucedió realmente y qué no es más que un invento de mi confundida cabeza, pero creo que acarició mi cabello hasta que logró que lo observara. Limpió las lágrimas que empapaban mi rostro, murmuró algunas palabras tranquilizantes que no recordaba, y me cargó en sus brazos.

"No quiero ver a nadie... No quiero que nadie me vea así.", rogó entre balbuceos la destruida Annie de mi mente.

Me prometió que así sería. No sé cómo lo logró, ya que yo me limité a hundir mi rostro en su pecho y a empapar su camiseta con mis lágrimas hasta quedarme dormida, pero estaba completamente segura de que había cumplido su palabra.

No recordaba absolutamente nada de todo el viaje de vuelta a la ciudad. Las últimas imágenes de la noche anterior que aparecían eran las de Klaus depositándome con delicadeza única en mi cama, y cubriéndome con una manta.

Dejó un beso en mi frente como despedida, y sin más desapareció.

Como si todo mundo fuera consciente de mi situación, el día siguiente transcurrió sin interrupción alguna. Una inocente llamada de Klaus por la mañana, tan solo para preguntarme si necesitaba algo de ropa de mi armario en su hogar; le respondí que, por ahora, no. Tenía algunas mudas en casa de mis padres, y aún no estaba segura de ya no querer vivir en la Residencia Mikaelson.

Esos dos días, cada vez que despertaba, sentía que no estaba en mi hogar justo por esa razón: mi hogar estaba junto a los Mikaelson; había hecho raíz en su casa, hasta el punto en que me sentía toda una extraña en la mía propia.

También recibí una llamada de Bekah, quien probablemente estaba al tanto de todo, al igual que el resto, pero prefería simular que lo era así, por lo que solo mantuvimos una conversación sobre los posibles lugares en los cuales pasaríamos las vacaciones de invierno de ése año.

"—¿Qué mejor lugar para celebrar las fiestas que el hogar?

—Oh, no lo sé, ¿qué tal Grecia, París, Londres...?

Milènium | The Originals [Klaus/Elijah]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora