—Y... Ya. Ahora sí estás lista —me indicó Rebekah—. Anda. Echa un vistazo.
Di un suspiro, agotada. Sentía que había pasado toda una eternidad con mi rubia mejor amiga encima mío, haciendo mis uñas, mi cabello, mi maquillaje, y un par de cosas más que ya ni siquiera era capaz de recordar.
—¿Por qué? ¿cómo luzco? —dudé, notablemente no muy interesada en todo el esfuerzo que ella había puesto en arreglarme—. ¿Menos horrorosa que de costumbre? Porque de ser así tú, Rebekah Mikaelson, harías milagros.
—Deja de quejarte y mírate —me instó, no muy a gusto con mis comentarios—. Luces despampanante.
Bufé y, sin más, me incorporé de la silla de mi tocador en la que me encontraba, dándole de igual manera la espalda a éste. Caminé hacia su espejo y me incliné un poco hacia el reflejo que me ofrecía, dándome un vistazo rápido. Nunca me había gustado observarme en detalle, y con el tiempo había descubierto que admirar mi reflejo cuando así era necesario por poco más de algunos segundos era la clave para no sentirse más mal con él que de costumbre.
Las palabras de Rebekah habían endulzado notablemente la realidad, pero sí debía darle un poco de crédito. Lucía, dentro de todo, decente. En alguien con mi desgraciada apariencia física, todo un récord.
Mi cabello se encontraba sujeto en un juvenil y relajado recogido, y algunos mechones de mi melena, los más cercanos a mi rostro, habían quedado sueltos, enmarcando mis facciones, y Rebekah había usado mi rizador para transformarlos en delicados bucles que caían cual pequeñas cascadas de un brillante castaño claro. Por encima de mi complicado peinado, reposaba una preciosa corona repleta de pequeñas y delicadas flores blancas.
Para mi suerte, mi maquillaje también se había mantenido bastante natural. Corrector para mis siempre presentes, y eternamente notables ojeras, una delgada capa de una base de maquillaje, a mi parecer, bastante ligera y, gracias a Dios, de mi exacto tono de piel, lo cual no siempre era fácil de conseguir.
La sombra de ojos era de un color crema apenas notable, y en mis labios nada más que un discreto brillo labial de tonalidades rosáceas. Por último -pero no por eso menos importable, según la Mikaelson menor- un poco de iluminador en los lugares claves, y un toque de rubor en mis mejillas. Mis ojos lucían más grande de lo normal, más despiertos; llamaban más la atención. Por un segundo creí que era gracias a algo de rímel.
—Eso le quitaría a tu maquillaje ese toque "natural" que se obtiene a primera vista —negó Rebekah—. Me limité a arquearlas.
Asentí ante su explicación la cual, en realidad, me tenía bastante sin cuidado, y me incliné una vez más hacia el reflejo que el espejo me ofrecía. Antes de volver a alejarme, hice una pequeña mueca.
—Con toda ésta base cubriendo mis poros, mañana me saldrán espinillas más grandes que mi futuro —me quejé, pero negué rápidamente, intentando quitarme un pensamiento tan superficial de la cabeza.
—Ahora, la mejor parte: el vestido.
Entré en pánico por un instante, aterrada ante lo que la rubia podría haber escogido para que vista aquella noche, pues su gusto era impecable, costoso y siempre a la moda, pero también mucho más osado de lo que yo prefería.
Finalmente, la oji-azul le quitó la funda al vestido que llegaba un largo rato reposando sobre mi cama. Mi corazón se salteó un latido conforme quedaba expuesto.
Era la prenda de ropa más hermosa que alguna vez había visto. Largo, de un material ligero, casi de ensueño, y un precioso color lila. La falda, de varias capas, caía con majestuosidad hasta el suelo, y su escote no era para nada pronunciado. Se ajustaba debajo de éste, y se sostenía mediante dos tirantes gruesos.
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Milènium | The Originals [Klaus/Elijah]
Fiksi PenggemarAnnie Ronhood no es más que una adolescente normal y aburrida que se mudó a Nueva Orleans junto a su familia... Hasta que lo hizo, y descubre que es mucho más de lo que ella pensaba, y que su pasado está completamente distorsionado por las constante...