N U E V E

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N U E V E

—Shh —lo callo. No quiero tener problemas y también lo hago, por supuesto, para desviar el tema. Creo que me ruborizo gracias a él—. No hagamos ruido o nos hallarán in fraganti.

Él alza ambas manos en forma de defensa, demostrando inocencia y haciéndose el bobo. Cuando los ruidos cesan, podemos salir finalmente del armario en el que nos encontramos apretujados.

—¡Por fin! —exclamo alzando las manos—. Allí adentro hacía mucho calor.

—Sí, lo he notado. Tienes los cachetes de color rojo intenso —recrimina.

Pongo los ojos en blanco y, luego, los abro como platos. Llevo instantáneamente mis manos hacia mis mejillas, comprobando que se hallan lo suficientemente calientes como para estar ruborizada.

—¿De q-qué hablas, Russel? —titubeo con vergüenza. Vuelvo a sentir mis cachetes demasiados calientes y con diferentes tonos rojizos.

Él no me contesta, al parecer, sabe que entiendo lo que me dijo.

Vaya... Sí, que me conoce.

Finalmente, llegamos nuevamente al salón del baile; encontrando a Rachel bailando en el centro de la pista con Ryan.

Ese sujeto no me da buena espina.

—Russel —lo llamo mirándolo fijamente a los ojos—, como he terminado con mi parte del trabajo, será mejor que me vaya —explico decidida, levantándome de mi asiento.

Él me mira, pero no inmuta palabra alguna. Sigo caminando hasta la salida. De pronto, siento su aliento a menta cerca de mi cuello. Me doy la vuelta y, sin equivocarme, me lo encuentro justamente allí.

—Yo te llevo a tu casa —me sugiere. Bah, suena más a una orden que a una sugerencia.

Yo asiento obedeciéndolo y lo sigo hasta llegar a su auto. Él me abre la puerta del acompañante y yo me acomodo en el confortable asiento de cuero. Acto seguido, me coloco el cinturón y pongo mi vista al frente.

—Oye... ¿te encuentras bien?

—Hmm... sí, de maravilla —afirmo de una forma extraña, ni si quiera sé qué he dicho.

Estoy algo extraña... Mejor dicho, me estoy comportando de manera extraña. ¿Pero por qué no me encontraría bien?

Rápidamente, llegamos a mi casa e, inmediatamente, salgo del auto. Pero Russel me detiene del brazo.

—¿Qué? —espeto impaciente.

—Eh... —se rasca la nuca de forma nerviosa—, ¿no vas a agradecerme?

—No —niego secamente.

Me suelto de su agarre con un movimiento rápido y me bajo del auto. Subo los escalones para dirigirme a la puerta de mi casa, pero nuevamente me toma del brazo y hace girarme para verlo al rostro.

—Eh...

¿Qué hace?

¿Estará nervioso?

¿Qué me dirá?

No lo sé, pero me asusta.

—La pasé muy bien hoy —admite, llevándose la mano a su nuca. Luego, frota su brazo derecho con su izquierdo; señal de que está nervioso.

—Hmm... yo igual, supongo. —No tenía idea de qué decir, por lo que escupí lo primero que se me vino a la mente.

Lentamente, observo cómo se va acercando a mí. Esto parece como si lo hiciese apropósito en cámara lenta. Sus labios forman una extraña mueca y sus cejas están un poco inclinadas ligeramente hacia arriba. Sus manos están posicionadas a sus costados y sus ojos enchinados, casi parecen estar cerrados.

Ella es el chicoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora