Sipnosis

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Camilla

— La vida es un juego online, en el que si tienes habilidad puede que vivas hasta donde te corresponda sino; game over. Todo es así, pero es inevitable perder tus habilidades si te enamoras; ahí es donde llegan todas las herramientas del juego pero no para ti, si no para aquella persona que sea lo que sea que halla hecho, hiso que nazca en ti un sentimiento sano, sincero y sobre todo, verdadero; sentimiento que hace que cedas a todo lo que desee ese jugador. ¿A ti? Solo te queda ir perdiendo tus habilidades poco a poco, hasta que no tienes otra opción que ceder el paso.

— Esas cosas no son para mí. No soy capaz de darle a alguien el poder de matarme, por eso me case con Nathalie.

— Si Frank, un día sí te enamorarás y querrás dejar esa vida que llevas. No me opuse a tu boda porque al fina tu tomas tus decisiones pero me gustaría que fuera feliz.

Escuchaba desde el pasillo al señor Cornielle hablarle al señor Frank, su hijo; cuando un grito desde una de las habitaciones me hizo moverme como bala.

— ¿Caracol? — entré al cuarto de la niña.

— Nana — se lanza sobre mí temblando; la pequeña niña de 10 años, que ante los ojos de su madre es toda una mujer, pero en realidad es más frágil que un pétalo de una rosa.

— ¿Pesadillas? — asiente con su cabeza agitando sus pequeños rizos negros — No te hará daño mi niña — llora intranquila en mi regazo; aún sentada en la orilla de su cama, observé las impecables sábanas blancas —. Carolina, ¿te duele? — le pregunte pero no recibí palabras, solo un quejido.

— Un poco nana — cuando miro su cama, que en el centro se asomaba una mancha de color carmesí, otro mar de lágrimas nace de ella y corrió a esconderse al baño.

— Carolina, abre la puerta.

— Vete nana — gritó desde dentro con todo el aire que tenia en sus pulmones. 

— No lo haré, y si no quieres que sea el señor Frank que venga, la abres ahora o gritaré — lentamente abrió la puerta y se aparto de ella, entrándose bajo el agua que caía como cascada sobre sus lindos risos, pude entrar — Caracol, el médico dijo que sería normal, que te duela o que sangres un poco.

— Estoy cansada, nana.

— Entra a la tina, voy por toallas y analgésicos — un sollozo ahogado salió de su garganta. No podía hacer otra cosa, y aunque quisiera, su madre me prohíbe tanto contacto con la niña. Ella es una mujer tan ocupada con su vida de "negocios" que no se ocupa de su propia hija, cuando otras daríamos la vida por ser madre. Recordar que mi bebé tendría la misma edad de Carolina me llena de tristeza, pero aparto la imagen de mi cabeza y me concentro en los problemas que tengo en mis narices. Regreso al baño y la encuentro abrazada así misma.

— Mi ni...

— No me toques. — Dice con voz dura, haciendo que me estremezca.

— Pero...

— Nada, no quiero que me toquen... ¡Nadie! — Dijo las últimas palabras con tanta rabia que me partió el alma. Dos meses atrás, empezó a cambiar y nadie más que su padre y  yo lo notamos, hasta que hablé con ella, muchas veces, convenciéndola que podía confiar en mí. Un día me confesó que abusaron de ella. Cuando se lo dije al señor Frank dio por hecho que el culpable pagaría, lo encarcelaron por otros delitos pero las ganas de matarlo seguían intactas, lo sentenciaron a diez años de prisión.

Salió de la tina, cogió una de las toallas limpias y envolvió su cuerpo, salió del baño, sin más lágrimas en el rostro pero con una mirada triste y oscura, buscó otro pijama y se la colocó, giro hacia mí y dijo:

— Quiero las sábanas negras que habían en el cuarto de mis padres.

— ¿Por qué las negras? Las rojas están her... — no me permitió terminar la frase.

— Mi vida será como yo decida. — Nunca habría imaginado con esas palabras matarían la niña adorable y simpática que era. 

Triste ArcoIris (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora