Cielo, mar y tierra

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Para llegar a isla Lennox, una de las tantas islas al final de Sudamérica, debían embarcarse en un vuelo con destino Santiago, seguido de otro en dirección a Ushuaia y finalmente cruzar la frontera chileno-argentina en una lancha motorizada. El viaje duraba como mínimo un día, para su suerte el dinero no era problema ya que a Caroline aun no le congelaban sus cuentas bancarias.

Mientras esperaban en el aeropuerto internacional O.R. Tambo, ellos vieron a través de una de las múltiples pantallas del lugar el rostro de Owen. En los monitores quedaba en claro que podría haber sido víctima de un asalto, pero con el agujero en su nuca se dudaba de esta hipótesis, al menos no sospechaban de ellos. La calma les duro poco debido a que en la siguiente noticia vieron sus caras además de un aviso de búsqueda continua por motivos desconocidos.

–¿Como se supone que saldremos de aquí?– dijo Jan de brazos cruzados, con la capucha en la cabeza y tratando de no hacer contacto visual con los pasajeros–.

–Quédate quieto y no digas nada– dijo Caroline mientras le tomaba la mano y miraba al suelo–.

Utilizo sus habilidades para cambiar el exterior de Jan. Una frondosa barba de una semana, una melena que le llegaba a los hombros, ambos de castaño rojizo y ojos grises fue suficiente para que la gente no lo reconociera de buenas a primeras. Por su parte Caroline cambio del rubio platinado a un negro azabache y al crecerle hasta la cintura Jan se percató de que tenía el cabello rizado. Sus ojos seguían siendo los mismos de siempre.

–Llamare a alguien– dijo Caroline poniéndose de pie–, no es un amigo pero al menos nos ayudara con las identificaciones.

–¡Espera!– dijo Jan tomándola del brazo–, creí que no debíamos llamar a nadie.

–Es cierto, pero ¿te parece muy normal ver a un pelirrojo barbón con la identificación de un niño que apenas si aparenta tener 18 años?.

–¿Me podrías dar dinero?– dijo Jan liberándola-

–¿Para qué?.

–Quisiera llamar a mi familia, tal vez esta sea la última oportunidad que tenga para hacerlo.

Una sensación extraña nació en lo más profundo de Caroline, empatía. Durante años suprimió esta emoción para así cumplir con las órdenes que le confiaban, eran tantos que prácticamente la había olvidado. Demostrar este sentimiento a un muchacho como Jan era signo de debilidad y ella no estaba para esas banalidades.

–No digas nada estúpido– dijo entregándole unos billetes– y cómprate una camiseta. No quiero que salgas con la misma en la cedula.

Jan camino un par de metros, no quería que ella se entrometiera en algo tan personal como esto. Ya en el teléfono pudo ver los cambios que le provoco. El reluciente aparato le dio una imagen nítida de si, se sentía sucio, como si hubiera vivido siempre en la calle y un día decidió salir. Debía amarrarse esa cabellera.

Se colocó el auricular en la oreja reconstruida y con mano temblorosa digito los números. La madre de Jan contesto, una voz dulce y delicada preguntaba quien llamaba. Un nudo se le formo en la garganta, las lágrimas le caían y los sollozos casi se hacían escuchar. A lo lejos Jan pudo oír la voz de su padre que preguntaba quién era, pero la madre no le contesto. De no ser por la mano en su boca Jan habría hablado, pero no sabía muy bien que expresar en un momento tan melancólico como este. Al ver que no había respuesta del otro lado la madre corto, Jan casi no se podía contener. Lo único que quedaba era ir a comprar la camiseta.

Jan tardo media hora en encontrar una tienda con ropa que le gustara y en comprar la prenda, se sujetó el cabello y cuando volvió Caroline estaba entablando una conversación con un hombre de traje. El individuo tenía un aspecto de empresario, zapatos finos, reloj dorado y un maletín de cuero en su mano derecha.

–Te tardaste– dijo Caroline con una mirada inquisidora–.

–No es cierto, solo fue un segundo...está bien– dijo moviendo la cabeza con resignación–.

–Él nos tomara una foto, nos dará nuevas identificaciones y nos iremos de aquí– dijo apuntando al personaje con el pulgar–. A él no le interesa darte su nombre y a mí tampoco así que vámonos.

Caroline inicio la marcha, pero al poco tiempo fue el hombre quien los guiaba. Encontraron una pared blanca, con buena iluminación y con una que otra persona pasando por ahí. Del maletín, el hombre extrajo un celular y les tomo fotos a ambos. En unos minutos tenían las identificaciones en las manos y estaban listos para abordar.

Santiago no era muy impresionante, era una ciudad urbanizada como cualquiera, con las ventajas y desventajas que esto trae. Ushuaia era un pueblo pequeño tratando de parecer ciudad. A Jan le hubiera gustado quedarse a turistear ya que jamás había salido de Sudáfrica, pero con los tiempos justos, apenas encontraron a alguien dispuesto a llevarlos a isla Lennox compraron comida y partieron.

La fuerza del viento, el clima frio y la sal en el ambiente le hicieron recordar a Jan lo lejos que estaba de casa. A pesar de ser verano se estaba congelado, no entendía como es que las personas preferían vivir en lugares así de apartados, pero, cuando vio la isla lo comprendió.

Todo era de un verde que ya no existía, el océano era bravo pero en la costa apenas si había oleaje, los peces fueron remplazados por lobos marinos y pingüinos. En lo más profundo del bosque se alzaba una quebrada desde donde se podía apreciar la isla en todo su esplendor, lo único que quebraba esta armoniosa imagen era la chica que pescaba en la orilla de la playa.

Ojos NegrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora