El hombre que manejaba la lancha no se percato de la presencia de la chica, pero Jan y Caroline la notaron a la distancia. De la mujer distinguieron pocas cosas antes de que saliera corriendo del lugar, era de tamaño promedio, delgada, piel blanca, cabello castaño claro y llevaba ropa ligera a pesar del clima.
–Los dejare en la orilla y regresare cuando el sol se ponga– dijo el hombre–.
–Esta bien– dijo Caroline dirigiéndose al hombre–, no es una isla muy grande. Para cuando vuelva la habremos estudiado por completo.
La única razón por la que el hombre accedió a llevarlos por tan peligrosas aguas fue que eran científicos y estaban estudiando la flora y fauna del lugar. El hombre en un principio desistió de la oferta, pero era una zona azotada por los efectos del cambio climático, creía que con esto aportaría a ayudar a su afectada comunidad.
–Deben tener cuidado– dijo el hombre arrugando la cara por el sol en sus ojos–. La ultima vez que alguien estuvo aquí fue hace casi dos siglos.
–No se preocupe Don Jano– como prefería que lo llamasen– No es la primera vez que investigamos terrenos como estos– dijo Jan siguiéndole la corriente a la historia–.
La lancha llego a la playa. Caroline y Jan ya no volverían a ver a aquel hombre moreno por el sol y desgastado por el trabajo hasta el atardecer.
La playa era de un ancho de aproximadamente 30 metros si es que no mas. Le seguía uno de los bosques mas espesos y frondosos que ambos hallan visto. ¿Porque alguien en su sano juicio se instalaría aquí, solo el y una chica?.
A medida que se internaban en los arboles y la vegetación escuchaban sonidos. El crujir de ramas, pisadas de animales y rocas desprendidas le daban un mal presentimiento al sudafricano.
Un joven de brazos fuertes y espalda ancha tomo a Jan y otro un poco menos trabajado agarro a Caroline por la espalda, pero este ultimo tenia un cuchillo en su garganta.
–Larguense si aprecian su vida– dijo el del cuchillo al oído de Caroline–.
–Espera...– dijo Jan– venimos a ver a Rodolfo.
–¿Rodolfo?- dijo el hombre fornido–. ¿Quien es Rodolfo?– dijo mientras rodeaba el cuello de Jan con un brazo.
–Rodolfo Melgarejo– dijo Jan con dificultad al no poder respirar con facilidad–. Tal vez me crean loco, pero me hablo a la mente y dijo que este era un lugar seguro.
Los hombres se miraron y por un momento hubo un silencio incomodo.
–¿Y la mujer?–dijo el del cuchillo– ¿Ella que hace aquí?
La sangre le hervía a Caroline, jamas deseo tanto darle una golpisa a alguien, pero si su sentido común no le fallaba, probablemente otros se le abalanzarían apenas mate al sujeto en su espalda.
–Es como yo– dijo Jan esperanzado con la idea de que supieran a que se refería–.
–Porque no lo dijeron antes– dijo el hombre quitando el brazo y soltando a Jan– solo esperábamos a uno, por eso actuamos asi.
Apenas el otro saco el cuchillo de su garganta, Caroline lo golpeo tan fuerte en el rostro que su nariz se fracturo y callo al suelo desorientado. El otro reacciono, pero al ver los ojos completamente verdes de Caroline apago su furia.
–Deben conocer a Rodolfo– Dijo mientras tomoba a su compañero caído y Caroline volvía a la normalidad–, siganme.
Cualquiera que caminara alrededor del bosque o sobrevolara nunca habría apreciado la majestuosidad de las construcciones que, nativos de Xekam, construyeron a lo largo de los años. Cimientos parecidos a la fibra de carbono mezclado con las ramas de los arboles servían de techo, el cual cubría todas las demás edificaciones. Las chozas tenían electricidad, comida, agua, calefacción, todo construido o proporcionado por los integrantes de la agrupación.
Caroline estaba asombrada, paso cinco de sus treinta años terrestres buscando, en diferentes partes del mundo a los suyos para darse cuenta de que todos estaban reunidos en el mismo lugar. Convivían personas de todas las nacionalidades hablando e interactuando con sus habilidades. Los de ojos blancos creaban pequeñas esferas, las cuales eran destruidas por los de ojos negros cuando estas se salían de control. Ocurría algo similar con de ojos azules y rojos, lo único que le provoco extrañeza fue que de las 100 personas, solo un par tenia ojos amarillos y ninguno los tenia verdes.
–En esa cabaña esta Rodolfo– dijo el hombre apuntando a la ultima– dile quien eres y que trajiste contigo a una de ojos verdes.
Al momento de entrar un olor a pescado ahumado los envolvió. La cabaña a pesar de contar con cableado eléctrico estaba oscuro, solo iluminado por el fogón donde cocinaba y un agujero en el techo que dejaba salir el humo.
Un anciano, con barba hasta el ombligo, pocos cabellos en la cabeza, ambos sin color, muy arrugado, un pantalón deportivo y un chaleco de lana estaba escribiendo en una hoja de papel, calculando quien sabe que.
–Hola– dijo el viejo amablemente– supongo que tu debes ser Jan– dijo poniéndose de pie con la ayuda de un bastón–. Pasen, pasen, el té pronto estará listo– dijo moviendo su mano–. Les ofrecería donde sentarse, pero no me he animado a crear sillas– finalizo ríendo–.
Ambos se movieron despacio, como si fuesen a romper algo. El anciano volvió a su silla, esta vez mirándolos. Durante unos segundos el hombre solo se limito a observarlos, esperando a que ellos hablaran, pero eso no paso.
–Pero que muchachos mas timidos– dijo el anciano poniendose derecho–, esta juventud cada vez mas retraída por culpa de las cosas esas, computadores, celulares, que se yo– termino con una sonrisa–. Mijita. Porque no empieza uste, digame, ¿de que color son esos ojos de lucero que tiene?.

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Ojos Negros
Science FictionLa raza humana necesita ayuda, pero para salvarse deberán elegir entre abandonar todo lo que conocen o confiar en una raza que se extinguió... hace 10000 años.