–Son verdes señor– dijo Caroline–. Sé que solo se comunicó con Jan, pero...
–No puede ser– interrumpió el anciano, asombrado–, creí que los ojos así no existían. Siempre me dedique a buscar a los blancos, negros, rojos y azules, ocasionalmente aparecían los amarillos, pero alguien con ojos como los tuyos solo pasa una vez a las mil.
Un silbido sonó, el agua ya estaba hervida. Rodolfo se levantó, preparo unas tasas y se las dio a sus invitados.
–Supongo que por eso no te encontré– bebió y continuo–, jamás se me paso por la cabeza que los ojos verdes también existian– termino con una pequeña risa–. Lolo, uste no me ha dicho nada. Cuénteme algo– dijo mientras se sentaba–.
–Don Rodolfo, la verdad es que venimos porque necesitamos de su ayuda– dijo Jan tratando de desviarse del tema– si usted pudo comunicarse conmigo entonces...
–Mijito, ya no se preocupe más– dijo el sin dejar que Jan terminara de hablar–, aquí somos una familia unida. Ahora si me permite, tengo que trabajar– dijo lastimeramente–, esta comunidad no se mantiene sola. Tómese el tesito afuera nomas, no se preocupen por las tazas.
–Pero...– dijo Jan mientras eran sacados por el viejo–.
Una vez afuera todos miraban a Jan y Caroline, pero sobre todo a ella, si Rodolfo tenía razón, lo más probable es que los Xekamianos como ella sean una rareza. A lo lejos habían unas bancas, decidieron pasar el rato ahí, esperando que el viejo tuviera ánimos de hablar y el resto los dejara de mirar como bichos raros.
Cerca de ellos una mujer, la misma de la playa, tomaba unos peces y una vara con un hilo colgando. Media un metro sesenta de alto, tenía el cabello ondulado, piel de porcelana y era de descendencia asiática. Jan y ella unieron miradas, ambos sin reaccionar.
–¡Hey!- grito Caroline-. ¿Tienes tijeras?
La chica quito su vista de Jan y la poso en ella, él se sintió avergonzado sin razón.
–¿Me entiendes?– dijo Caroline con su típica voz demandante–.
Jan se sentía aún más avergonzado, la actitud que tomaba su compañera le generaba escrúpulos. Era al menos diez años mayor que él, pero a veces se comportaba como un niño mimado, al parecer Owen estaba en lo cierto, puede que tenga algo de asperger.
–Te estoy hablando– dijo haciéndole un movimiento corto con la cabeza señalandola– Verstehen Sie etwas von dem, was ich sage?
–¿Que haces?– Jan le susurro al odio–.
–Odio el cabello largo– dijo ella– necesito cortarlo y tú también.
–Lieber, ja, ich höre Sie. Ich weiß nicht beantworten, weil er nicht mehr, wo sie waren– dijo poniendo los peces en otro lugar y entrando a una cabaña–, y deberías hablar en un idioma en el que todos te entiendan– dijo saliendo con unas tijeras para cortar lana.
–¿Que te dijo?– murmuro Jan–.
–Nada, pero tiene personalidad– dijo con una sonrisa pícara–.
–Estimada, aquí tiene– dijo la joven oriental– y para la próxima orden debería llamarme por criada, o mejor aún, por mi nombre, Natsuki– dijo en tono sarcástico–. ¿De donde son?
–De Alemania querida– dijo tomando un mechón de pelo y dejándolo a la altura de los hombros– y él es de Sudáfrica.
–Supongo que ya tenemos quien enseñe alemán– suspiro Natsuki–
–En realidad solo estamos de paso– aclaro Jan–, creímos que Rodolfo nos podría ayudar.
–Todos vienen por ayuda, se podría decir que están en el lugar correcto.
–Es más complicado de lo que parece– dijo Jan–. En año y medio cientos de naves vendrán a la tierra a exterminar a los humanos.
–¡¿Que?!– dijo Natsuki sorprendida–, Tiene que ser una broma.
–En realidad es cierto– dijo Caroline comenzando a cortarle el pelo y la barba a Jan–. Creemos que si se pudo comunicar con Jan, y por lo visto muchos más, también puede hacerlo con nuestro planeta natal.
–¡¿Y que hacen aquí?!– dijo la muchacha algo enojada– Vallan a hablar con él.
–Nos echó de su cabaña– dijo Jan cabizbajo–.
–Que estupidez– dijo ella– ¡muévanse!.
En vista de la urgencia de la situación, Jan y Caroline se dirigieron a la choza del anciano. Su amabilidad los cautivo y en parte adormeció, pero con una actitud tan dispuesta al prójimo no debería molestarle su presencia.
–Don Rodolfo– dijo Natsuki–, ellos quieren decirle algo importante.
El aun seguía en sus interminables cálculos, pero por la forma en la que le dijo esto presto de inmediato la atención a ellos que estaban en la entrada.
–Necesitamos sus habilidades de comunicación– Dijo Jan, mientras el viejo trataba de interrumpirlo sin éxito–, la humanidad perecera. Todos morirán, pero usted con sus años de experiencia reuniéndonos y sus habilidades puede comunicarse con Xekam para que esto no suceda.
El hombre se puso de pie, su mirada y todo su semblante cambiaron de la amabilidad al resentimiento.
–¿Acaso tu trabajas para una rama de la ONU?– pregunto desestabilizándose por apuntar a Jan con el bastón– ¿acaso tu eres el que intento apoderarse de mis muchachos?.
–No– dijo Caroline–, fui yo. El tiempo se nos terminaba y las opciones eran escasas.
El hombre se dirigió hacia ellos furioso. Por miedo a algún ataque, todos incluyendo a Natsuke retrocedieron, las miradas de cada miembro de la comunidad estaban puestas en los cuatro.
–Creí que eras especial– dijo el viejo hablándole a Caroline–, pero solo eres como cualquier terrestre.
–A qué se refiere– dijo Caroline–, todos somos humanos.
–Los terrestres solo evolucionan y viven para matarse– dijo Rodolfo iracundo–. De seguro ella te dijo que hace muy poco les llego un aviso de ataque y que debían combatirlo de alguna forma– escupió al suelo–, puras mentiras. Los Thajlayanos les dieron veinte años para salvarse, lo sé porque yo vi el mensaje, pero lo que en realidad hicieron fue darles la bala que necesitaban para dispararse en la sien. La ONU nunca dejo que lo supiesen por la histeria colectiva que se crearía al que los recursos no alcanzarían ni siquiera para una décima parte de la población, entrarían en crisis y se terminarían matando en un intento de desesperación por abordar un cohete al espacio. Los Thajlayanos conocían su naturaleza autodestructiva y la utilizaron a su favor...,ellos merecen apoderarse de este planeta tanto como los terrícolas merecen morir.
El silencio, nadie movía un musculo, las palabras del anciano impactaron a todos, ni los sonidos propios del lugar lograban compararse con el silencio interno de cada uno de los presentes.
–¡Lárguense!– unas gotas de saliva se le escaparon mientras levantaba el brazo para espantarlos–, y jamas osen volver a esta isla.

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Ojos Negros
Science FictionLa raza humana necesita ayuda, pero para salvarse deberán elegir entre abandonar todo lo que conocen o confiar en una raza que se extinguió... hace 10000 años.