Desde que el 2000 había dado comienzo, George no podía dejar de pensar en Angelina día tras día como algo más que su mejor amiga. Ella, por el contrario, no había vuelto a sacar el tema desde que el pelirrojo le confesó que la quería en aquel campo de quiddicth. Eso le hizo entender a George que Angelina no tenía claros sus sentimientos hacia él.
O quizás sí que los tenía, pero no se los había dicho por miedo a hacerle daño.
Pero George se conformaba con que ella nunca se separara de él. Al menos, era lo que quería llegar a creer. Pero después de su beso, no la había vuelto a mirar con los mismos ojos. No podía actuar con normalidad delante de ella. George no podía evitar sonrojarse como un tonto cada vez que Angelina le sonreía de aquel modo tan peculiar en el que ella lo hacía. Trataba de ayudarla con cualquier cosa; aunque fuera el más mínimo detalle, como sujetarle la puerta para que pudiera pasar sin problemas. Y con el solo hecho de verla estornudar, tenía el impulso de darle su chaqueta y comprarle cualquier cosa que hiciera que entrara en calor.
Se había enamorado de Angelina por completo; le volvía loco. Y eso le aterraba.
Ir a verla a sus entrenamientos de quidditch diarios se había vuelto una costumbre para George. Cierto día de octubre, cuando Angelina terminó con sus prácticas, le propuso a George pasar el resto de la tarde en su casa. Este aceptó, encantado, sin saber que aquella elección fue lo que cambiaría definitivamente las vidas de ambos.
Al llegar, Angelina le pidió que esperara, pues iba a guardar su escoba y a cambiarse de ropa (el uniforme de los Appleby Arrows no era especialmente cómodo, según ella). Mientras George estaba solo en el salón, pudo ver cómo encima de la mesa había la última edición del Profeta abierto por la página de la columna de Rita Skeeter. Se estremeció al instante. ¿Angelina lo había leído?
Cuando la chica volvió a bajar, vio cómo George estaba pálido. Corrió a ver qué le pasaba.
— ¡George!—exclamó, preocupada—. George, ¿qué ocurre?—. Cuando llegó a su lado, pudo ver el periódico que tenía en las manos. Ella bajó la mirada.
—Lo has leído, ¿verdad?—preguntó George. Aunque no necesitaba que ella respondiera, pues sabía perfectamente su respuesta.
—Sí, George, lo he leído—reconoció ella—. Pero...
—Yo no he tenido nada que ver—se apresuró a decir.
—Lo sé, George.
George dejó el periódico en el lugar del que lo había cogido, y se sentó en el sofá del salón. Se pasó una mano por el pelo, nervioso.
—Yo no les dije eso—continuó él—. Además, no tienen motivos para creer que estemos saliendo. Se lo han inventado todo.
—Lo sé, George—repitió Angelina, y se sentó a su lado. Después de un incómodo silencio, añadió: —. Me encanta que la parte donde dice que les 'pediste amablemente que se fueran' esté entre comillas. ¿Qué hiciste exactamente?
George sonrió, victorioso.
—Le di a su fotógrafo una galleta-canario, e hice que los Magifuegos Salvajes Weasley la persiguieran por todo el Callejón Diagon. Muy al estilo Umbridge—explicó, y ambos soltaron una carcajada.
—Deberías crear un artículo de bromas en honor a Umbridge—soltó Angelina—. Podría formar parte de la línea de Wonderbruja. Y podría consistir en una especie de maquillaje, que en vez de dejarte más guapa, hace que se te quede una cara de sapo.
George no pudo evitar empezar a desternillarse. Aquella chica era increíble. Cuando creía que era imposible quererla más, ella le daba motivos para pensar lo contrario. Cada vez que decía algún comentario como aquel, tan espontáneo y a la vez tan ingenioso, George comprendía por qué se había enamorado. Supuso que Fred también se enamoró de ella por el mismo motivo.
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Harry Potter: Historias de la nueva generación
Fanfiction¿Quieres saber qué fue de tus personajes favoritos después de la Batalla de Hogwarts? Pequeños one-shots de Harry Potter y sus amigos contando sus vidas después del 2 de mayo de 1998. (Todos los personajes pertenecen a la maravillosa...