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Su labio inferior temblaba, su piel parecía empalidecer varios tonos, sus ojos se cristalizaron y sus oídos estaban aturdidos. Las vacaciones de invierno acabaron justo en el instante que la campana sonó. Volver a la universidad era el peor de sus karmas. Los pasillos estaba rellenos de personas, las voces hacían eco en sus oídos y el aroma que tanto odiaba se impregnaba en su nariz.

La tira de su mochila se ajustaba sobre su hombro, ajustándola con sus manos que comenzaban a sudar. El recorrido hacia el salón 102 parecía ser tan eterno como su vida, sus pasos eran rápidos pero cuidadosos, temeroso de tropezar, porque si, él tenía esa notoria habilidad de ser torpe todo el tiempo. Su mirada iba fija sobre el mármol, intentando no levantar demasiado su cabeza para ver a las personas pasar por su lado.

Pudo reconocer varias de las personas que alguna vez, a lo largo de su vida le hablaron o se relacionaron con él, pero no se molestó en saludarlas o algo así. Después de todo quizás ni lo recordaban.

El arte es su principal maravilla, lo que él ama. Estudiarla no.

Asistir a clases, ver miles de personas a su alrededor, miradas observándolo, escuchar por horas a una persona hablar de cosas de miles años pasados, esas y más cosas, eran las que a él no le gustaban.

Él simplemente amaba tomar sus materiales y esparcir pintura sobre un lienzo blanco, creando diferentes cosas, reflejando miles de historias, pero ninguna lo suficientemente clara como para que alguien entienda.

Luego de 50 minutos fingiendo escuchar al señor Sams la clase por fin finalizo. Sus pies se dirigieron, como cada día, hacia la biblioteca de la universidad, el único lugar al que los estudiantes no asistían tan a menudo, incluso ya conocía varios de los rostros que siempre estaban allí presente.

La bibliotecaria le dedico una tímida sonrisa, era una mujer mayor por cierto, pero era la única persona que lo miraba de una manera agradable.

El té humeaba sobre el escritorio mientras sus ojos estaban perdidos en las líneas de un nuevo libro, algunos murmullos hacían eco en la sala pero decidió ignorarlos sin siquiera levantar la vista.

La campanilla de la puerta principal indico que alguien más estaba ingresando y tomando un sorbo de té se atrevió a mirar hacia esta. No sabía exactamente quién era, pero no se preocupó en demasía, en el último tiempo desconocía varias personas.

Era un grupo de estudiantes que a juzgar por sus apariencias eran algunos años mayor a él, pero fue una mirada incomoda que lo hizo regresar a su lectura con las manos moviéndose nerviosamente sobre su regazo.

No sabía a quién pertenecía exactamente esa mirada, solo sabía lo incomodo que se sentía bajo ella.

El grupo de estudiantes se ubicó en unas mesas más atrás que él, haciendo imposible observarlos, pero esa mirada seguía encogiéndolo en su propio lugar y cuando su respiración se agito a cierto punto tomo sus cosas y camino lo más rápido que pudo hacia su residencia universitaria.

Su habitación era totalmente un caos, como la de cualquier estudiante de bellas artes. Los utensilios y lienzos estaban dispersos por gran parte de la habitación, dándole paso a muy poco espacio libre para movilizarse, pero no le molestaba en absoluto, era su habitación, su desastre. Después de todo nadie entraba allí más que su prima Kali.

Su vida social claramente estaba muy bajo de la tierra, tan profunda que quizás jamás salga a flote, pero no le molestaba, eral algo que él mismo decidió. Todo era mejor así. Solo.

Sus ojos estaban pesados a causa de las pocas horas que durmió la noche anterior. Estaba demasiado agotado y esa mirada penetrante podía quemarle aun la nuca, dejándolo mareado por algunos segundos al recordar la manera incomoda en que se sintió bajo ella.

Iris → TronnorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora